Internacional

Descomposición ética

Alfredo García

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Desde su debut como joven potencia imperialista interviniendo en la guerra hispano-cubana en 1898, los gobiernos demócratas y republicanos de EU han construido el superdesarrollo económico y su peculiar democracia, aplicando en política exterior como táctica la mentira y como estrategia el engaño.

Desde la explosión del acorazado USS Maine el 15 de febrero de 1898, usado como pretexto para intervenir en la guerra hispano-cubana, ocultando su rapiña colonial con la hipócrita solidaridad hacia la independencia de los cubanos, pasando por los bombardeos a varios aeropuertos de Cuba y la posterior invasión mercenaria de Playa Girón con la patraña de una sublevación interna, la invasión a la República Dominicana el 28 de abril de 1965 “para restablecer el orden democrático” ante el avance de fuerzas militares progresistas aterrorizado por la posibilidad de “otra Cuba”, la invasión a Panamá para derrocar y capturar al general, Antonio Noriega, acusado por “delitos de extorción y narcotráfico”, buscando en realidad abolir el Tratado Torrijos-Carter y entrenar “en caliente” la avanzada tecnología militar que usarían meses después en la invasión a Irak.

La posterior invasión a Granada en octubre de 1983, acusando a su gobierno de construir un aeropuerto para “el transporte de armas al movimiento revolucionario centroamericano”, cuando se trataba de ampliar el turismo en la isla caribeña, la denuncia sobre existencia de armas de destrucción masiva en Irak para justificar la invasión que meses después, un estudio bipartidista del Senado confirmó nunca existieron, son algunas de las falacias de un extenso expediente que desde hace más de un siglo, diferentes gobiernos de EU han usado con impunidad e indiferencia hacia el orden internacional.

Sin embargo los tiempos cambian y la revolución informática hace hoy más difícil ocultar los verdaderos propósitos de un gobierno. Las recientes declaraciones contradictorias del presidente, Donald Trump y su secretario de Defensa, Mark Esper, han despertado dudas sobre la justificación de asesinar al general, Qasem Soleimani y el costo político por sus inmediatas consecuencias: alto riesgo de confrontación directa con Irán, represalia iraní contra bases militares donde se concentran soldados norteamericanos y el derribo por error de un avión de pasajeros donde perecieron 176 personas. “Si Trump no nos hubiera llevado a un ambiente de guerra, ese avión jamás hubiera sido derribado”, declaró el embajador de Irán en España, Hassan Ghashghavi.

Trump aseguró que era “probable” que los supuestos ataques planificados por el general iraní, hubieran ocurrido en cuatro embajadas estadounidenses. Seguidamente, Mike Pompeo, secretario de Estado, respaldó a su presidente: “Fue una reacción contra la amenaza inminente para la vida estadounidense”. Sin embargo, Esper manifestó que no vio ninguna evidencia de eso. En los últimos días miembros del gobierno han sido cuestionados sobre “qué peligro amenazaba exactamente y cuán inmediata era la amenaza”.

Adam Schiff, presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara, criticó al gobierno por lanzar un ataque basado en sospechas: “Ahora Esper dice que no era información de Inteligencia, solo la convicción personal de Trump. No es una base para llevarnos al borde de la guerra”, escribió Schiff en su cuenta Twitter. El periódico, The Washington Post, fue tajante: “Según el conocimiento actual, la declaración de Trump fue, en el mejor de los casos, una teoría infundada y, en el peor, una falsedad”.

Trump debe el éxito de su falaz comportamiento, por sentirse como “pez en el agua”, en medio de la descomposición ética del sistema político. La mayoría del electorado norteamericano es víctima de esa artimaña, aunque todavía no lo sabe.