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Los presidentes mienten. No pasa nada

Jorge Gómez Barata

La Constitución de los Estados Unidos incluye las palabras que el presidente debe pronunciar al tomar posesión del cargo, y que constituyen un “juramento general”: “Juro (o prometo) solemnemente que desempeñaré fielmente el cargo de Presidente de los Estados Unidos y que de la mejor manera a mi alcance guardaré, protegeré, y defenderé la Constitución de los Estados Unidos.”

Este juramento no sólo compromete al presidente en toda la extensión de su mandato, en sus actos, públicos o privados, domésticos e internacionales, sino que, tratándose del país más poderoso de la Tierra, lo habilita con inmensos poderes. Con cualquier comportamiento que implique deslealtad o violación de la Constitución, el presidente no sólo comete la falta concreta, sino que, al violar el juramento realizado puede cometer perjurio que, además de delito, es pecado.

John Blake, de CNN, entregó un antológico inventario de mentiras presidenciales. “Previo a la Segunda Guerra Mundial, Franklin Roosevelt dijo a los estadounidenses que “sus hijos no iban a ser enviados a ninguna guerra en el extranjero.” En 1961 John F. Kennedy declaró: “…Ya lo he dicho antes, y lo repito ahora, Estados Unidos no planean ninguna intervención militar en Cuba”. Ronald Reagan dijo en 1986, “No, lo repito, no comerciamos armas o cualquier otra cosa [con Irán]…” Incluso según Meg Mott, profesora de teoría política en Marlboro College en Vermont, “Abraham Lincoln era un hábil mentiroso”.

Según Blake existen mentiras perdonables e imperdonables. Las primeras son las que mantienen a la nación fuera de peligro, las otras, las imperdonables son aquellas que como las de Nixon encubren crímenes, incompetencia, o protegen el futuro político de un presidente. El presidente Lyndon Johnson, por ejemplo, ocultó el costo total de los gastos de la Guerra de Vietnam al Congreso y al público para conservar su poder político.

Mientras mentir a “caja destemplada” no perjudicó a Clinton y ni hizo daño a Hillary, George W. Bush cosechó un enorme desprestigio por mentir escandalosamente al afirmar que: “Invadir a Irak era necesario para eliminar armas de destrucción masiva en poder de Saddam Husein”.

Obviamente, en las instituciones y el imaginario popular existe una diferencie entre mentir para ayudar al país, o hacerlo para mantenerse en el puesto o ser reelecto.

Según David Contosta, profesor de historia en Chesnut Hill Collage, en Pennsylvania, el presidente James Polk mintió al Congreso en 1846, diciendo que México había invadido a los Estados Unidos…Esa mentira llevó a la guerra contra México y a sus consecuencias.

El Presidente William McKinley mintió en 1898 cuando afirmó que España hizo estallar el buque de guerra USS Maine en La Habana. Esa mentira justificó la guerra contra España. Mucho después Dwight Eisenhower negó que Estados Unidos enviara aviones espías U-2 sobre la Unión Soviética, hasta que los soviéticos derribaron uno y capturaron al piloto…”

Por razones culturales, a los estadounidenses y a sus admiradores les encanta un presidente que sea mitad cowboy y mitad gángster, machista y enamorado, que beba whisky, sea astuto y buscapleitos, y que además sea religioso, honesto, decente, justo, bondadoso y compasivo y, si bien parecido y simpático mejor. Más fácil sería cuadrar el círculo que encontrar uno así. Recordar a los presidentes es volver a mentir. ¡Pruebe y verá!

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