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Internacional

La 'Presidencia imperial” estadounidense

Pedro Díaz Arcia

Muchos se preguntan si la acción del presidente Donald Trump al ordenar el asesinato del general Qasem Soleimani, considerada como una declaración de guerra contra Irán, está amparada por leyes internacionales o por la Constitución estadounidense.

Según la Constitución: No. Pero los presidentes al interpretar su papel de jefes de las Fuerzas Armadas han desatado numerosas guerras y otras acciones militares, sin el consentimiento del Legislativo.

Los asesores y seguidores de Trump apoyan su decisión. Mientras la oposición hace énfasis en que podría tratarse de un “cassus belli” (expresión latina que supone una causa o pretexto para una acción bélica). La presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, afirma que el mandatario habría extralimitado sus poderes presidenciales por lo que planea que el órgano legislativo apruebe una resolución que frene acciones militares sin su autorización; el Senado, de mayoría republicana, seguramente la rechazará.

Para tratar de ordenar las atribuciones constitucionales entre el Capitolio y la Casa Blanca, en el año 1973 se promulgó la “War Power Resolution” (Resolución de Poderes de Guerra), una ley federal dictada para confirmar la facultad del presidente en comprometer al país en un conflicto armado sin aprobación del Parlamento, los gobernantes en la práctica la han obviado. El historiador Arthur M. Schlesinger ante la concentración de poderes en el Ejecutivo, quebrando el sistema de contrapesos del sistema, definió la tendencia de “Presidencia imperial”.

La crítica situación prevaleciente en Medio Oriente cuando es posible un conflicto militar a gran escala disparó la preocupación en las redes sociales del peligro de una Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, los analistas dudan de que Rusia y China jueguen cartas definitorias en el conflicto, lo que minimiza esa posibilidad.

¿Qué persigue Trump en un conflicto militar de esa naturaleza?

El objetivo electoral debe tener prioridad al tratar de desviar la atención del impeachment que enfrenta. Además, los hechos históricos muestran que las crisis bélicas actúan como resortes para elevar la popularidad de los mandatarios, lo que llaman el efecto “rally around the flag”, o sea, el síndrome de lograr un mayor apoyo popular convocando a agruparse alrededor de la bandera, ¿quién debe oponerse si “la nación está en peligro”?

John F. Kennedy privilegió su popularidad durante la la Crisis de los Misiles de 1962; Jimmy Carter la duplicó cuando la toma de la embajada norteamericana en Teherán, en 1979, pero al fracasar su gestión ante la crisis perdió lo que había avanzado y la reelección; la dinastía Bush se benefició gracias a las guerras del Golfo; en el caso de George W. Bush, sus momentos culminantes coinciden con los atentados del 11 de septiembre de 2001 cuando alcanzó el 90% de aprobación; durante la invasión a Irak en marzo de 2003, aunque estafó a la opinión pública y al Congreso; y la captura del líder iraquí, Saddam Hussein, a fines de ese año.

La escalada entre Washington y Teherán que no muestra señas de moderación, entre intercambios de misiles y amenazas, augura enfrentamientos militares de consecuencias imprevisibles en la región. Pocos países se beneficiarán de la región en llamas.

Trump acusó a su predecesor, Barack Obama, en el año 2011, de buscar la guerra con Irán para ser reelecto y prometió acabar con las guerras interminables en Medio Oriente: ahora es él quien puede provocar una nueva guerra en aras de ser reelecto.

Pero la irracional estrategia puede tener un “efecto boomerang”.

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