Jorge Gómez Barata
Cuentan que el pundonor militar excluye la venganza contra el enemigo vencido, o contra aquel que alguna vez venció. En el caso de Estados Unidos existen al menos dos excepciones. El primero involucró al Almirante Isoroku Yamamoto, el más famoso militar japonés, autor del plan de bombardeo a Pearl Harbor. El otro ocurrió hace apenas unos días cuando el general iraní Qasem Soleimani, sorprendido, engañado, o traicionado fue víctima de una emboscada aérea, cuya moralidad ha sido cuestionada.
Isoroku Yamamoto, Jefe de la Flota Conjunta de Japón, comenzó su carrera por los Estados Unidos cuando fue enviado a la Universidad de Harvard, y luego nombrado agregado naval en la embajada japonesa en Washington. Estuvo en Seattle, Chicago, Nueva York, y Londres. Recibió una invitación de Adolf Hitler la cual declinó. En 1936 fue nombrado viceministro de marina.
En 1939, siendo comandate de la Flota Combinada de Japón, Yamamoto concibió la idea golpear decisivamente a la flota norteamericana del Pacifico. El fulminante ataque a Pearl Harbor, se llevó a cabo el 7 de diciembre de 1941. En unos minutos 20 grandes buques de guerra, 200 aviones y 3.000 efectivos fueron puestos fuera de combate. Un día después, Estados Unidos declaró la guerra a Japón. La pírrica victoria le costó la vida.
A principios de abril de 1943 en Camp Henderson, Guadalcanal, se interceptó un radiograma revelador de que Isoroku Yamamoto, almirante jefe de la Flota Conjunta de Japón, inspeccionaría las posiciones en la isla Bougainville. Con la certeza de que se había puesto al alcance de la aviación de Estados Unidos, se dispuso lo necesario para darle caza. Según se afirma, el presidente Franklin D. Roosevelt aprobó el plan ejecutado el 17 de abril de 1943.
Para la misión se formó un escuadrón de 18 aviones Lockheed P-38 dividido en dos grupos. Catorce aviones se concentrarían en neutralizar los seis cazas de la escolta, mientras cuatro aparatos se destinaban a abatir la nave del almirante.
Volando a ras del agua con los radios apagados los estadounidenses se aproximaron a la zona de operaciones. Avistada la formación nipona, los aviones tomaron altura desplegando el orden de batalla. Al percatarse de la emboscada, los pilotos japoneses emprendieron un feroz y desigual combate, para cubrir la nave insignia que trataba de alejarse rumbo a Bounganville. En la acción, un aparto norteamericano logró colocarse sobre el avión de Yamamoto, ametrallándolo hasta abatirlo.
Más de setenta años después, otro presidente, Donald Trump, dio luz verde a una operación de venganza, curiosamente mediante otra emboscada aérea, esta vez en el aeropuerto de Bagdad, para liquidar al general iraní Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds (Jerusalén), que con su invisible tropa, altas dosis de violencia y muchísimo dinero, forjó instrumentos letales de la política exterior de Irán durante más de 20 años.
Se afirma que la muerte de Yamamoto tuvo un efecto desmoralizador sobre el aparato militar nipón. Nadie sabe a qué conducirá la de Qasem Soleimani. Se clama venganza, aunque se conoce que la doctrina de “ojo por ojo y diente por diente”, conduce a un mundo de ciegos y desdentados. “La paz no es un camino, sino el único camino”.
La frustración, la furia y la ira pueden hacer a un país más agresivo, aunque no lo harán más fuerte ni más justa su causa.