Alfredo García
El próximo 28 de febrero se cumplen 34 años del asesinato en oscuras circunstancias del primer ministro sueco, Olof Palmer, cuando caminaba desde el centro de Estocolmo hacia su residencia sin escolta y en compañía de su esposa, después de asistir a una función de cine. El asesino desapareció en la noche.
Si traumático para el pueblo sueco y la comunidad internacional fue el crimen contra Palmer, mayor ha sido la incapacidad de las autoridades suecas por esclarecer tanto los motivos del asesinato, como sus autores materiales e intelectuales. Diez mil personas fueron interrogadas, 130 se declararon culpables y un sospechoso fue juzgado y sentenciado para ser liberado después, cuando la sentencia de apelación anuló las pruebas en su contra.
Sin embargo el sonado magnicidio dio un nuevo giro la pasada semana, cuando el fiscal encargado del caso desde 2016, Krister Petersson, anunció que era “optimista sobre la posibilidad de explicar lo que ocurrió aquella noche y presentar un culpable de manera más o menos rápida”.
Palmer fue uno de los políticos de mayor prestigio y renombre de la segunda mitad del siglo XX. Ocupó el cargo de primer ministro de Suecia en dos ocasiones, (1969 y 1976) fue líder del Partido Socialdemócrata Sueco (PSS), y vicepresidente de la Internacional Socialista hasta su muerte.
Con una ascendente trayectoria política dentro del Partido Socialdemócrata, en 1957 Palmer fue elegido parlamentario, en 1965 ministro de Transporte y en 1967 ministro de Educación. En 1969 fue elegido sucesor del primer ministro, Tage Erlander, y líder del PSS.
Durante sus dos mandatos Palmer se destacó por el reforzamiento al Estado de Bienestar sueco, la reforma del parlamento hacia un sistema unicameral y la limitación de la autoridad política de la monarquía sueca. Sin embargo alcanzó renombre internacional por el reconocimiento de su política exterior independiente y progresista, marcada por la defensa del pacifismo, el cumplimiento de los derechos humanos, la solidaridad con los Estados del III Mundo y sus duras críticas por igual a Estados Unidos y la URSS en medio de la “guerra fría”, promoviendo un proceso de desarme frente a la carrera armamentista de ambas potencias. Palmer fue notorio por su acercamiento al Movimiento de Países no Alineados, primer jefe de Estado europeo en hacer en 1975 una visita oficial a Cuba socialista por su apoyo a la transición democrática de España. Su independencia como gobernante le ganó numerosos amigos, pero también poderosos enemigos.
La declaración del fiscal Petersson, fue recibida con esperanza e incredulidad por la opinión pública sueca, mientras la prensa comenzó a especular sobre nuevas teorías del triste recordado caso que permanece abierto policial y políticamente. Petersson sostuvo que “una nueva mirada sobre aquella noche de febrero, le ha permitido ajustar las piezas de manera diferente y avanzar por fin hacia el cierre del caso”.
El atentado contra Palmer tiene como histórico antecedente, el asesinato del rey Gustavo III en 1792. En medio de una atmósfera de conspiración liderada por el rey sueco, para organizar una coalición con las monarquías europeas y enfrentar el avance en Europa de las ideas revolucionarias impulsadas por la revolución francesa, el 16 de marzo de 1792, el conservador rey fue víctima de varios disparos en la Opera de Estocolmo, falleciendo días después. Dos siglos más tarde el progresista primer ministro Palmer, compartió el mismo destino, defendiendo ideas opuestas.