Internacional

Zheger hay Harb

El presidente Duque, el mismo que ha llamado al golpe militar en Venezuela, alza la voz indignada contra la “injerencia extranjera” de la ONU porque en el último informe de la Alta Consejera para los Derechos Humanos ha llamado la atención sobre su violación y la lenta implementación del acuerdo de paz.

Estamos hablando del país que tuvo como garantes de ese proceso a dos países, Cuba y Noruega, y como acompañantes a varios más. Que solicitó al Consejo de Seguridad de la ONU que aceptara ser supervisor del proceso de desmovilización.

La derecha en Colombia tiene un manejo acomodaticio del concepto de soberanía: cuando durante el gobierno de Ernesto Samper, de centro izquierda, el embajador de Estados Unidos, Miles Frechette, opinaba todos los días en oposición al presidente, nunca se oyó a quienes hoy apoyan a Duque contra la ONU, una queja por esa violación de nuestra soberanía.

Desde cuando era gobernador de Antioquia (1995-1997) Alvaro Uribe recalcaba su deseo de traer a los Cascos Azules; ya como presidente se inventó una extraña figura híbrida de estos cuerpos a la colombiana, ante lo cual la ONU le aclaró que esos organismos militares no podían integrarse a miembros de las fuerzas armadas del país. Cuando inició la negociación con los paramilitares, solicitó a la Secretaría General de Naciones Unidas que participara en el mantenimiento de la paz, lo cual afortunadamente no prosperó porque hubiera implicado el envío de tropas. Casos como el de Sierra Leona, muestran el peligro en que se convierten esas participaciones armadas.

Durante su presidencia (2002-2010), Alvaro Uribe solicitó ayuda al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, para liberar a los secuestrados de las FARC, a lo cual éste accedió con reconocidos frutos, y entonces, no lo consideró injerencia indebida.

En 2009 volvió sobre su idea de pedir fuerzas de paz para las fronteras con Venezuela y Ecuador, país con el que estaba enfrentado, a raíz de la incursión del Ejército colombiano a territorio ecuatoriano para dar muerte a Raúl Reyes, comandante de las FARC.

Cuando la ONU anunció el envío de cascos azules al Congo, Uribe dijo que no había necesidad de ir tan lejos teniendo a Colombia tan cerca.

El presidente Duque, así como su mentor Alvaro Uribe, desde 2018 han venido llamando a las fuerzas armadas bolivarianas a que se levanten contra el gobierno de Nicolás Maduro. Ellos sí que saben de injerencia extranjera.

De qué otra manera puede calificarse la provocación disfrazada de ayuda humanitaria en febrero de 2019, en la frontera que compartimos, donde el presidente de Colombia se pavoneaba junto a Elliott Abrams (el halcón de Trump), mientras John Bolton (involucrado en tantas aventuras intervencionistas de Estados Unidos) dejaba ver como al descuido una anotación en su libreta sobre envío de cinco mil soldados a Colombia. En ese contexto era una clara amenaza al país hermano.

Para este gobierno todo lo que signifique apoyo al proceso de paz, por parte de la ONU, es intervencionismo: no renovó el convenio para el monitoreo y verificación de cultivos ilícitos firmado con el gobierno de Juan Manuel Santos porque su último informe reconoce que el éxito del plan de sustitución incluido en el acuerdo de paz está dando resultado. Este gobierno sólo acepta el glifosato.

Pero cuando la Comisión Americana de Derechos Humanos declaró que la Corte Suprema debe conceder la segunda instancia al exministro de agricultura, Andrés Felipe Arias, condenado por corrupción, ahí no les pareció intervencionismo.

En definitiva, de lo que se trata es no aceptar que el acuerdo de paz fue firmado por la guerrilla con el Estado Colombiano y no con un gobierno y, por tanto, los obliga. A eso se reduce el problema.