Gustavo Robreño
Cuando los historiadores y estudiosos describan las principales características del imperio estadounidense no podrán dejar de señalar, entre sus rasgos más sobresalientes, al permanente carnaval electoral en que las clases dominantes mantienen envuelta a esa sociedad, matizado éste por los intereses, negocios, corrupciones y ambiciones que lo hacen destacar por encima de cualquier otro en el mundo.
Si a ello le añadimos la omnipresencia yanqui, por diferentes vías, hasta en los más apartados rincones del planeta, tendremos un cuadro más completo de lo que ese periódico ejercicio significa, desde lo aparentemente más dramático hasta lo abiertamente grotesco o caricaturesco, como los aportes que le ha hecho Donald Trump en los últimos tiempos.
Enmarcado por esos aires carnavalescos. tiene lugar el proceso de elecciones primarias al interior de los dos partidos dominantes, que se alternan “democráticamente” en el poder del país imperial y cada cierto tiempo, escenifican episodios y montan escenarios como los que estamos viviendo con vistas a los comicios de noviembre de este año.
Por otra parte, no sería justo ignorar algunos elementos de nuevo cuño o más visibles si se quiere, que el régimen actual de Trump le ha impregnado a aquella sociedad, añadiéndole más de los peores rasgos de todo tipo y alarmando con razón a las personas decentes y juiciosas que habitan en ese país. Ellos, posiblemente, nunca antes habían visto ejercer el poder con tanta desfachatez, vulgaridad, ignorancia y proyección de los peores valores humanos reñidos con la ética, las buenas costumbres y el respeto a la ley.
Aun dentro de los marcos de aquella sociedad capitalista e imperial, lo que viene ocurriendo allí a lo largo del actual mandato presidencial no tiene precedentes y la inmensa mayoría de la población estadounidense –según reiteradas encuestas y al margen de cualquier resultado electoral– repudia y rechaza esta realidad.
El reciente juicio político, en que los senadores republicanos absolvieron a Trump en un amañado proceso en que no se permitió comparecer a los más importantes testigos, es prueba evidente del deterioro moral que prevalece dentro del imperio y del peligro para toda la humanidad que ello implica.
Más allá de guerras, epidemias, desastres naturales o cualquier otra adversidad, el mundo no puede dejar de tener los ojos puestos en el imperio y su carnaval electoral, por cuanto a que sus resultados pueden influir en el destino de la humanidad.