LA HABANA, Cuba, 12 de abril (Pelayo Terry Cuervo, exclusivo para POR ESTO!).- Este lunes se cumplirán las primeras 48 horas desde que las autoridades cubanas suspendieran totalmente uno de los servicios vitales para cualquier sociedad.
Desde el sábado, no circula en ninguna ciudad del país transporte público alguno. Es, quizá, la medida más radical de las tomadas en la nación hasta la fecha para tratar de detener el empuje del COVID-19.
Ya hace un mes de que se reportara en el archipiélago el primer caso de contagio con el nuevo coronavirus y la escalada de acciones para intentar detener el avance de la pandemia no ha contenido, aún, el movimiento de personas en las calles, que asisten a diversos establecimientos (tanto estatales como privados) para adquirir, fundamentalmente, alimentos y productos de aseo y limpieza, ante la posible llegada de la cuarentena, lo que impediría la salida de las casas, como ya sucede en 12 zonas del país que reportan eventos de transmisión local.
Suspensión de las clases en todos los niveles de enseñanza, cierre de oficinas que prestan servicios múltiples, aplazamiento en el pago de contribuciones e impuestos, impulso al comercio electrónico, extensión de los periodos de licencias, interrupción de la transportación interprovincial, multiplicación del teletrabajo, entre otras, son algunas de las medidas aplicadas. Pero ninguna de ellas ha logrado el efecto esperado. La gente ha seguido en las calles.
Por lo tanto, no ha quedado otra alternativa. La paralización de los servicios de transporte público debe impactar en la disminución de ciudadanos en las calles.
Esta medida, por demás, impone un reto a quienes, acostumbrados a moverse de un lugar a otro, no contarán con medios para su traslado, ya que los taxistas de cooperativas de transporte y los privados, conocidos como boteros, tienen prohibido igualmente circular.
Para quienes deben salir a trabajar, las autoridades han ido organizando su movilidad a partir de los vehículos ahora paralizados. El personal de la salud y otros vinculados a actividades productivas impostergables reciben apoyo para su traslado mediante puestos de mando que deciden qué y cómo se mueve el transporte en las áreas bajo su responsabilidad.
Las terminales de ómnibus están a oscuras. Nada sale ni nada entra.
En ciudades como La Habana es todavía más complejo el asunto, pues a la par de esa decisión, se sumó el cierre de las grandes plazas comerciales, que venían reportando inmensas aglomeraciones de personas, lo cual convertía a esos lugares en virtuales áreas para la transmisión del virus SARS-COV-2.
Estas medidas, adelantadas a que el país pueda llegar al pico de la enfermedad –previsto, de acuerdo con pronósticos matemáticos recientes, para la primera quincena de mayo–, pueden contribuir a poner el traspiés que merece la pandemia del nuevo coronavirus.
Sin embargo, no bastan. Se insiste, y no en vano, que las personas permanezcan en sus casas, que solo salga quien realmente necesite algo urgente. En esta batalla contra la mortífera enfermedad, son muchas las acciones a emprender y con esta última, el eslogan de #QuédateEnCasa tendrá que tomar fuerza obligatoria.
Cuba, un país bullangero y ruidoso, alegre y cordial, no pierde su encanto por tener que atravesar momentos como este. Cada noche, a las 9, los aplausos estremecen barrios y comunidades, y desde este sábado, esa efusividad nocturna comienza a romper, ante la ausencia del transporte público urbano, el silencio de las calles.