Adriana Robreño
El terremoto político en Brasil, agravado por la ineficaz respuesta del gobierno de Jair Bolsonaro a la pandemia del nuevo coronavirus, causa una gran conmoción social que lleva al mandatario a un callejón donde parece haber sólo dos salidas: la renuncia o el impeachment.
Días después que el ex juez Sergio Moro renunció a su cargo como ministro de Justicia y Seguridad Pública y acusó al mandatario de interferir en su trabajo, el Supremo Tribunal decidió abrir una investigación sobre los presuntos ilícitos cometidos por ambas figuras e impedir que Alexandre Ramagem, un amigo de la familia del presidente, asuma como jefe de la Policía Federal.
El ex juez rompió con el pacto de silencio y reveló acusaciones serias contra el gobernante, a quien acusó de violar la ley y la Constitución, al requerir informes de inteligencia acerca de investigaciones que envuelven a sus hijos, Flavio, Carlos y Eduardo.
La disputa pública entre el capitán retirado y el otrora juez de la famosa operación Lava Jato revelan que ambos fueron actores determinantes de un esquema similar a una mafia que se conjuró contra el sistema democrático, primero en el golpe que derrocó a Dilma Rousseff en 2016 y luego en 2018 para encarcelar y posteriormente proscribir de las elecciones a Luiz Inácio Lula da Silva.
Políticamente esto tiene consecuencias directas inmediatas para Bolsonaro, que no perdió una aliado, perdió un símbolo, considerado por la derecha como un súper héroe.
Moro, asesorado y entrenado por la CIA -según denuncias-, fue el encargado de poner tras las rejas a los más importantes empresarios del país, a integrantes del Partido de los Trabajadores y hasta el ex presidente Lula. Al convertirse en ministro, dio sustento popular al gobernante, quien ahora se enfrenta a una caída estrepitosa de los índices de aceptación con muchos de sus votantes decepcionados, aunque hay sectores radicales que se mantienen firmes y apoyan cualquiera de sus decisiones o declaraciones corrosivas.
Esa situación se agudiza porque el jefe del Ejecutivo se muestra incapaz de administrar la crisis sanitaria internacional. Tanto es el rechazo al ultraderechista que cada día nuevos cacerolazos en las principales ciudades exigen su salida del cargo y en la Cámara de Diputados 29 solicitudes de juicio político esperan el análisis del presidente de la Cámara Baja, Rodrigo Maia. Hasta el ex presidente Fernando Henrique Cardozo le pidió que renunciara para evitar un largo proceso de juicio político.
Para Bolsonaro la Covid-19 no es importante. El día que Brasil superó las cinco mil muertes, respondió a los periodistas con su habitual falta de sensibilidad: “¿Y qué? Lo lamento. ¿Qué quieren que haga? Soy Mesías -por su segundo nombre-, pero no hago milagros”.
Entretanto el ex capitán intenta sobrevivir a las dos tormentas: el coronavirus y la crisis política. Ya negocia cargos con diputados y senadores a cambio de apoyo en el Congreso ante un eventual proceso de impeachment.
El barco se hunde. Algunos desembarcan, como Moro, el falso héroe contra la corrupción. Otros se mantienen y esperan un milagro que los salve del naufragio.