Internacional

Manuel E. Yepe

Del 75 aniversario de la derrota del fascismo ha sido motivo, como cada año, para conocer testimonios que desmienten mentiras y esclarecen verdades sobre la Segunda Guerra Mundial.

En esta ocasión, uno de ellos sirvió para confirmar que las culpas de Adolfo Hitler y Benito Mussolini no fueron enteramente de estos monstruos ni solamente suyas, porque las máquinas de guerra que ellos dirigían nunca estuvieron totalmente bajo su control soberano y la financiación que ellos usaron a modo de combustible en su esfuerzo por dominar el mundo no provino de los bancos de Italia o Alemania, países que ellos respectivamente presidían.

Las tecnologías de que ellos se servían en la petroquímica, el caucho y la informática no procedían de Alemania o Italia. Tampoco la ideología científica gobernante de la eugenesia que impulsó los horrores de las prácticas de purificación racial de Alemania se originaron sólo en las mentes de pensadores o de las instituciones alemanas.

Si no hubiera sido por una poderosa red de financiamientos e industriales capitalistas de los años 1920-1940 con nombres como Rockefeller, Warburg, Montague Norman, Osborn, Morgan, Dulles o Harriman, no podría decirse con certeza que el fascismo nunca habría sido posible como solución a los problemas económicos del orden posterior a la Primera Guerra Mundial.

El caso de Prescott Bush, patriarca de la dinastía Bush que dio al mundo dos presidentes estadounidenses (y por poco a un tercero porque Donald Trump superó a Jeb Bush en el último minuto de la contienda electoral en 2016, se hizo famoso financiando el nazismo, junto con Averell Harriman y su hermano Roland Harriman).

Prescott Bush, actuando como director de Brown Brothers, proporcionó cuantiosos préstamos para mantener a flote el partido nazi en bancarrota durante la pérdida de apoyo de Hitler en 1932, cuando la población alemana votó por el general antifascista Kurt von Schleicher como Canciller en 1942.

Como se demuestra en la biografía no autorizada de George Bush padre, escrita en 1992, once meses después de que EEUU entrara en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno estadounidense llevó a cabo una investigación de todas las operaciones bancarias nazis en EEUU y se preguntó por qué Prescott continuó dirigiendo un banco tan estrechamente vinculado a la familia Thyssen, una de las más poderosas de la industria alemana del siglo XX cuya expansión empresarial se debió a August Thyssen, quien se volcó en la producción de acero y derivados, si bien luego los Thyssen diversificaron su actividad a otras áreas.

La combinación germano-estadounidense de los aceros era sólo una pequeña parte de una operación más amplia, ya que la Standard Oil de Rockefeller había creado un nuevo cartel junto con IG Farben (la cuarta compañía más grande del mundo) en 1929 bajo el Plan Young (de Owen Young, activo de JP Morgan que dirigió la General Electric e instituyó un plan de reembolso de la deuda alemana en 1928, que dio lugar al Banco de Pagos Internacionales (BPI) y consolidó un cartel internacional de industriales y financieros en nombre de la Ciudad de Londres y Wall Street.

El mayor de estos carteles vio las operaciones alemanas de Henry Ford fusionarse con IG Farben, las industrias Dupont, la Shell británica y la Standard Oil de Rockefeller. El acuerdo del cartel de 1928 también hizo posible que Standard Oil pasara todas las patentes y tecnologías para la creación de gasolina sintética a partir de carbón a IG Farben, permitiendo así que Alemania pasara de producir sólo 300 000 toneladas de petróleo natural en 1934 a la increíble cantidad de 6.5 millones de toneladas (85% de su total) durante la Segunda Guerra Mundial. Según muchos autores, si esta transferencia de patente y tecnología no hubiera tenido lugar, es un hecho que la guerra mecanizada moderna que caracterizó a la Segunda Guerra Mundial no habría podido tenido lugar.

Dos años antes de que este Plan Young comenzara, JP Morgan ya había dado un préstamo de 100 millones de dólares al recién establecido régimen fascista de Mussolini en Italia. No sólo JP Morgan admiraba el fascismo corporativo de Mussolini, sino que Henry Luce, de la revista Time, se desbordó en disculpas poniendo a Mussolini en la portada de Time ocho veces entre 1923 y 1943, mientras promovía implacablemente el fascismo como la “solución económica milagrosa para Estados Unidos (lo que también hizo en sus otras dos revistas, Fortune y Life.

Muchos estadounidenses desesperados, aún traumatizados por la larga y dolorosa depresión iniciada en 1929, habían abrazado cada vez más la venenosa idea de que un fascismo estadounidense pondría comida en la mesa y encontraría finalmente una solución para encontrar empleos.

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*Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO! como fuente.