Internacional

Alfredo García

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El 22 de abril después de una llamada telefónica con el presidente Donald Trump, el primer ministro australiano, Scott Morrison, pidió una investigación independiente sobre el origen del coronavirus aparecido en Wuhan, capital de la provincia de Hubei, China, incluyendo su gestión y el intercambio de información. La pasada semana el secretario de Estado, Mike Pompeo, respaldó la propuesta de Morrison y criticó a China por amenazar con represalias económicas.

Con la Casa Blanca promoviendo la doctrina “América Primero” y escalando su rivalidad contra China, los aliados de Washington se encuentran bajo fuerte presión diplomática para favorecer sus intereses, como el reconocimiento del “presidente interino” venezolano, Juan Guaidó. China consideró que la propuesta australiana tiene “motivaciones políticas” y está al servicio de un “sector de la política norteamericana”, en clara referencia a la ultraderecha republicana. El embajador chino en Australia, Cheng Jingye, declaró: “La sociedad china está frustrada y se siente decepcionada por lo que está haciendo Australia”.

La abyecta iniciativa australiana no sorprende. En Naciones Unidas los diplomáticos australianos son notorios por hacer el trabajo “sucio” que los diplomáticos norteamericanos consideran indignos. La historia de la “lealtad” incondicional de Australia hacia Estados Unidos, se remonta a la II Guerra Mundial. Durante el conflicto bélico, el general Douglas MacArthur, fue nombrado Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas del Suroeste del Pacífico. El comando de MacArthur se ubicó en Brisbane, capital del Estado australiano de Queensland hasta 1944 y las fuerzas australianas permanecieron bajo el mando del general norteamericano hasta el final de la II Guerra Mundial.

La ocupación militar de los aliados en los territorios del Suroeste del Pacífico bajo el mando de MacArthur y la subordinación militar lograda durante la guerra, permitieron al gobierno norteamericano tomar ventaja sobre Australia. En 1951 fue firmado el Tratado ANZUS por Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, para “garantizar la seguridad en el Pacífico Sur”, con el pretexto de contener la “amenaza” soviética. A partir de entonces, ambas naciones han participado con soldados en casi todas las guerras del Pentágono: Corea, Vietnam, Guerra del Golfo, Guerra de Irak y la invasión de Afganistán e Irak.

A diferencia de la OTAN, ANZUS no tiene una estructura militar, aunque coincide con los conceptos de seguridad y defensa mutua del bloque Atlántico. Australia y Estados Unidos realizan ejercicios navales y de desembarco de grupo de tareas hasta entrenamiento de fuerzas especiales a nivel de batallón, asignación de oficiales a los servicios armados, estandarización de equipos y doctrina táctica. Los dos países también operan varias instalaciones de defensa conjunta en Australia, en particular estaciones para satélites espías en misiones de Inteligencia en el Sudeste y Este de Asia, como parte de la red ECHELON, considerada la mayor cadena de espionaje electrónico del planeta, capaz de interceptar más de 3 millones de comunicaciones diariamente. A cambio de la subordinación australiana, Estados Unidos es el cuarto mayor mercado de exportación de Australia, su segunda fuente de importaciones y el mayor inversor extranjero; mientras Australia es el quinto mayor inversor en la nación norteamericana.

El ex canciller australiano Bob Carr declaró que el gobierno australiano estaba arriesgando lazos económicos con Pekín, en un intento de solidificar su relación de seguridad con Washington. “Hay un loco punto de vista en Canberra de que si China nos inflige dolor, nuestro trabajo es soportarlo debidamente y presentarnos como aliados abnegados de Estados Unidos, haciendo lo que nos pide nuestro amo”, agregó Carr.