Internacional

Marxismo en estado práctico

Jorge Gómez Barata

Años atrás, investigando acerca de la “Teoría del Partido de Nuevo Tipo”, encontré un artículo titulado “Quiénes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas”, en el cual Lenin se refiere a un polemista llamado Mijailosvki quien preguntaba: ¿En qué obra expuso Marx la concepción materialista de la historia?, a lo cual el líder bolchevique respondió: ¡En toda su obra!

Así, el marxismo puede ser asumido como lo entendió el Che Guevara:

“Un revolucionario debe ser marxista con la misma naturalidad con que un físico es newtoniano o un biólogo pasteuriano”. De ese modo, la obra de Marx se asimila como un referente teórico, como un fenómeno enriquecedor de la cultura de la humanidad y de las personas, construido mediante sumas sin que ninguna expresión ocupe todos los espacios.

Muerto Lenin, en el interior del partido bolcheviques, los intercambios y debates teóricos cesaron abruptamente, no porque prevalecieran los que tenían la razón sino porque los que no la tenían se adueñaron del poder. En los treinta años del período estalinista en el cual la Unión Soviética protagonizó las más grandes hazañas económicas, obtuvo las más brillantes victorias militares y alcanzó resultados políticos internacionales relevantes, no hubo sin embargo ningún aporte teórico.

Al contrario, en el marxismo, convertido en virtual “religión de estado” se introdujeron deformaciones vigentes hasta nuestros días.

Entre los equívocos figuran el monopolio de la verdad y el exclusivismo ideológico, en virtud de los cuales se entronizaron las categorías de reformista y revisionista. Al excluir la posibilidad de dudar y de cuestionar lo establecido, de investigar y crear y de “pensar diferente”, se cerraron todos los caminos y el socialismo se internó en un “ramal ciego” del que sólo puede salirse marcha atrás, es decir, rectificando.

El exclusivismo teórico e ideológico impidió que el socialismo se nutriera de los avances del pensamiento filosófico, económico y político alcanzados fuera de la Unión Soviética, incluso de lo creado por marxistas occidentales. Tuvieron que pasar 30 años para que un país socialista como China se abriera a la inversión extranjera y casi cien para que otro, Cuba, definiera su modelo político como un “Estado socialista de Derecho”.

Haber adoptado el socialismo no fue un error de la Revolución Cubana, error, en todo caso, lo sería no atender las lecciones de la historia y abstenerse de rectificar errores que el colapso soviético hicieron evidentes.

El argumento de que el bloqueo, los hándicaps económicos y las adversidades naturales, entre ellas el COVID-19, impiden las rectificaciones a Cuba, son erróneos, más bien deberían estimularlas.

La hostilidad imperialista no paralizó ninguna de las grandes medidas económicas y sociales de la Revolución, no impidió el ejercicio del internacionalismo armado y desarmado, no atajó el desarrollo educacional, científico y cultural del país, ni evitó que en los peores momentos Eusebio Leal rescatara La Habana Vieja, Fidel levantara el Polo Científico y Raúl iniciara las reformas y avanzara en la normalización de las relaciones con los Estados Unidos.

Haber entronizado el dogmatismo e impedido durante 70 años las reformas económicas y políticas que pudieron haber contribuido al perfeccionamiento del socialismo soviético, incluyendo su democratización, facilitaron el colapso. Creer que toda la sabiduría emana del centro, subestimar el aporte de la intelectualidad técnica, excluir la iniciativa económica individual, frenar a la juventud emprendedora, cooptar la cultura empresarial, impedir la práctica de sistemas de administración y métodos de gerencia avanzados, coadyuvaron al fin de un sistema que tenía potencial para sobrevivir al capitalismo.

No es por gusto que, al trabajar por perfeccionar el socialismo, Raúl abogara por un cambio de mentalidad. Sin cambiar la mentalidad, la continuidad suma errores a los errores. Sin participación decisoria, sin ejercicio pleno de los derechos, incluido el derecho a la inactiva económica y social y sin democratización, el futuro del socialismo se compromete seriamente. No se trata de un pronóstico sino una constatación. Afortunadamente Raúl y Díaz-Canel lo saben.