México

¡A José Martí y a mi pueblo!

Pedro Díaz Arcia

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San Cristóbal de La Habana, la última villa fundada por el adelantado Diego Velázquez el 16 de noviembre de 1519, seno de la capital cubana, con su inmenso patrimonio tangible e intangible; cruce y mezcla de culturas que enriquecieron su plural acervo, fue víctima ayer de un devastador tornado de incalculable categoría. Su poder destructor, no obstante la alerta de la Defensa Civil, dejó una huella trágica en el rostro de la ciudad, en vísperas de su 500 aniversario.

Los terribles daños materiales se cuantifican; mientras la mayor preocupación de los cubanos, con independencia de dónde viven o cómo piensan, se concentra en el número de muertos y heridos tras el cruel golpe de la Naturaleza, víctima también de quienes pudiendo contribuir a combatir la agresividad del cambio climático lo alimentan en provecho de sus intereses.

Pero el pueblo cubano se levantará una vez más desde su entereza, con el apoyo de las autoridades gubernamentales, políticas y las organizaciones sociales, para disminuir en lo posible la dureza del impacto. Se trata de un pueblo heroico que ha resistido el bloqueo económico, comercial y financiero más extenso de la historia, sin inclinar la frente ante la mayor potencia militar del mundo; cuyos dirigentes tienen aún la inmundicia política de recurrir a viles infamias en un intento por degradar su estoicismo y erosionar sus tradiciones combativas. Sería inútil exigirles vergüenza, porque es un árbol que solo crece en la probidad.

Mientras miles de familias enfrentan una catástrofe que suma males sobre necesidades y faltantes acumulados; al otro lado del estrecho de Florida truenan voces amenazantes que esperan el momento del “zarpazo” militar en marcha para irrumpir en tierras bolivarianas y administrar sus recursos naturales. Cuba y otros países independientes de la región no escapan tampoco a la inútil pretensión de violar su soberanía e imponerle el yugo neocolonial.

Recuerdo como si fuera ayer que, en vísperas del natalicio de José Martí y a sólo 27 días del triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959, contando solo 20 años, fundé el periódico Trinchera en mi terruño natal con la divisa martiana de “Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedra”. El primer editorial, que debí firmar, algo no común, era antiimperialista; soslayando demandas locales.

Su título: “Las 49 estrellas”.* El primer párrafo decía: “Cuando los primeros rayos de la alborada se abren paso para rescatar a Cuba del sopor tiránico ruge la maquinaria yanqui, como un hambriento león en cautiverio, para tratar de manchar con su incomprensión de siempre una revolución que es analíticamente inexpugnable, porque es la revolución de todo un pueblo y para detener una revolución que se nutre del pueblo, no bastan tanques o bombas, restricciones o congresistas. No bastan 49 estrellas”.

El texto, inspirado en medio de la vorágine, concluía: “Ellos con la calumnia, nosotros con la verdad, ellos con la frialdad del imperio monopolista, nosotros con la voluntad de un pueblo limpio y sano, ellos con sus 49 estrellas, nosotros con una sola, la verdadera, la única, la solitaria. Moriremos de pie, antes que vivir de rodillas, que si a ellos les sobran estrellas a nosotros nos sobra pueblo”.

El orgullo, sin patriotería barata, no es pecado cuando se alimenta de la sanidad del espíritu. Hoy repito aquellas palabras en un sencillo y profundo homenaje a José Martí y a mi pueblo.

*Hawai aún no se había incorporado a la Unión Americana.