México

Edén triste: Productores de Atoyac, sin probar auge del café

Un vaso desechable de café Andatti está tirado en el camino de terracería y polvo que conduce a El Edén, en la sierra de Atoyac, Guerrero, a más de mil 200 metros de altura.

El recipiente sería una cosa extraña, ajeno a este orden natural entre la tierra rojiza que se abre paso en el bosque de pinos si no fuera porque refleja la crisis que atraviesa el grano desde la década de los años 90 en que desapareció el Instituto Mexicano del Café y que se agravó en 2014 cuando azotó la plaga de la roya, luego de la tormenta Manuel y del huracán Ingrid en 2013.

El vaso parece una epifanía, perdido en un lugar donde la gente se precia de producir café de altura, es lo último que se esperaría encontrar. Lo que debió ocurrir es que alguien de El Edén que fue a la cabecera municipal, Atoyac, quiso uno y se lo tomó de regreso en el camino; luego, por acá tiró el trasto. El antojo le debió costar 18.50 pesos.

Si quien compró la bebida en uno de las cuatro tiendas de conveniencia de la ciudad es productor de café, significa que alguien como él vendió su producto a 29 pesos el kilo al acaparador que, a su vez, le surte a la cadena de tiendas, según la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC). La operación parece sencilla. Luis Alberto Adame, Segundo de Jesús González, Graciano García Guzmán, Evaristo Mena de la Cruz y Lorenzo Teodoro Arellano, todos mayores de 70 años, aglutinados en la sociedad Productores Unidos de El Edén SPR de RL, hacen la operación casi en la mente.

A un kilo de café, dicen sentados bajo el alero de una casa para cubrirse de los rayos del sol, se le sacan 120 tazas, si se multiplican por 18.50 pesos que cuesta el vaso de café, da un total de 2 mil 220 pesos. Con una inversión mínima se le saca más de 7,000% de rendimiento, menos gastos de operación. Tales ganancias hacen de la venta de café en taza un negocio redituable y boyante en Guerrero; de moda entre los consumidores, y en esa proporción ha crecido. Con una salvedad.

En los últimos 19 años en Chilpancingo, capital del estado, las cafeterías han aumentado 1,600%, según la Dirección General de Licencias Comerciales. De cuatro que había en el año 2000 ahora hay 65, tres de éstas propiedad de transnacionales; sin contar las 61 tiendas donde también se vende café americano para llevar. La salvedad es que esta expansión no se refleja en la economía de los productores.

El Edén, a unas seis horas de Chilpancingo, se parece a su nombre. Clima templado, río de aguas diáfanas y frescas a la orilla, pinos y ocotales alrededor que le dan sombra a los plantíos de café arábiga; calles de arcilla y piedra en las que apenas se ve a algún poblador; casas de madera a dos aguas estilo californiano, marca del migrante que trabajó unos años en Estados Unidos.

Se puede decir que aquí se respira prosperidad, pero es sólo apariencia, un espejismo; en sus mesas se sirven apenas frijoles sancochados con salsa de chile y tortillas hechas a mano; café de olla y no más. La explicación a esta pobreza estaría en una operación a la inversa. En esta temporada 2018-2019 don Lorenzo cortó 10 quintales (460 kilos) de café que vendió en café oro, el más cotizado, por 20 mil pesos, a razón de 43 pesos el kilo.

Con esto, tuvo un ingreso proporcional a 54.79 pesos diarios, poco menos de la mitad del salario mínimo en México, de 102. Con estos 54 pesos con 79 centavos tendrá que vivir con su familia lo que resta del año y hasta la próxima cosecha que inicia en noviembre y termina en marzo del año entrante. Peor la pasarán aquellos que cosecharon la mitad, de modo que sus ingresos diarios se reducen a la mitad: 27.39 pesos.

La caída de la producción fue causada por el azote de la roya en 2014. Si en la cosecha de 2012-2013, antes de Manuel e Ingrid, se produjeron en Guerrero 50 mil quintales, en esta de 2018-2019 se redujo a 25 mil, de acuerdo con datos de la Red de Agricultores Sustentables Autogestivos. En El Edén la baja en la producción pudiera verse más en perspectiva. Todavía en el 2000 se cortaron 10 quintales de café por hectárea; en el temporal pasado, apenas se pudieron cosechar tres quintales.

—Antes se veía florear bonito la planta. Todo esto era blanco —recuerda don Lorenzo en El Edén y apunta en dirección a las huertas—; después del huracán y cuando nos cayó la roya esto era pura varazón.

De Nueva York a la venta

Que haya tantas cafeterías en Chilpancingo de algún modo beneficia a los productores. La demanda produce un sobreprecio. Pese a los bajos precios internacionales con los que se rige el grano, que rondan los 29 pesos, se puede vender hasta en 40 o 43 el kilo en el mercado local, dice Fernando Celis Callejas, asesor de la CNOC.

Celis estuvo en la Feria del Café que cada abril se celebra en Atoyac tratando de explicar por qué el café vale tan poco. Desplegó un powerpoint preparado para la ocasión con tablas y gráficas a la baja, explicando que se devalúa desde la Bolsa en Nueva York; que la sobreproducción de Brasil acapara la demanda internacional; que Nestle, Newman y ANSA, forman un oligopolio fijador de precios y aunque pudieran comprar el café a mejor precio y beneficiar al productor local mejor voltean a ver a la Bolsa de Valores. Los productores escucharon todo aquello como quien oye llover.

Ni Celis ni nadie les termina de explicar con palabras llanas por qué no hay comida en sus mesas. Ni Erasto Cano Olivera, coordinador del paraestatal Consejo Estatal del Café (Cacafé), lo sabe del todo. Entrevistado, dice que lo sabe es que en Atoyac el campo está abandonado por los mismos campesinos y que de un padrón de 7 mil 200 productores más de 60% ya no se dedica al cultivo de la baya. Dice que en El Edén, por ejemplo, hay 288 productores registrados, 65 de los cuales sólo están activos. Se le pregunta si eso no tiene que ver, en todo caso, con la falta de incentivos al campo, al abandono oficial. Responde que sí los hay, que sobre todo se incentiva a quien aplica bien los programas.

En El Edén dicen lo contrario. Los campesinos de Productores Unidos dicen que el aspecto de Cano ha cambiado, del hombre modesto que entró hace seis años como coordinador de Cecafé hoy se le ve como un hombre enriquecido.

“Habla de millones para el sector y nosotros no vemos nada”. Reclaman que ya estuvo bien, que se tiene que ir porque no hace mayor cosa por ellos.

—¡Anótele bien! —piden.

Será que Cano es de Iliatenco, una zona de La Montaña de Guerrero donde también son productores de café. Cinco mil 500 pequeños productores con parcelas familiares de media hectárea, donde, dice, la gente sí produce, sí trabaja. Aunque acepta que la roya también los golpeó. De 38 mil quintales que cortaron en la temporada más productiva se redujo a 5 mil.

—¿Y el presupuesto de Cecafé, 10 millones 700 mil pesos, para qué alcanza? —se le pregunta.

Cano se enreda en su explicación. Primero dice que no todo este dinero se ejerce y culpa al gobierno del estado. Dice que el Ejecutivo de Héctor Astudillo Flores tiene otras prioridades y “nos descobija”; que agarra de su programa para darle prioridad a otros rubros. Se le indica que es un presupuesto que está en la Ley de Egresos, que eso no debiera ser.

Dice que sí, que así es. Luego matiza y dice que de ese presupuesto Cecafé, si acaso, ve la mitad, 5.5 millones. El resto, asegura, se va a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Rural, a pesar de que esta área ya ejerce 389 millones de pesos este año.

La Feria del Café de Atoyac es una tradición que quedó de décadas atrás, cuando el precio del grano estaba por las nubes y por estas fechas, terminada la cosecha, con dinero de la venta, en plena Semana Santa, los productores bajaban de la sierra para comprar víveres y darse algún gusto. Hoy, la feria es de todo menos de café. De ganado y de gallos; de comida, trastos, ropa y baratijas; de bailes y juegos mecánicos.

En el pabellón dedicado a los cafeticultores hay sólo dos estantes de café —los demás venden artesanías, miel, mezcal que no se produce en la región, playeras alusivas al municipio y hasta tamales y atole—. De café sólo dos puestos y con otra modalidad: la venta del café en taza.

Cafeticultores de El Edén y El Paraíso están aprendiendo a ofrecer el café americano recién salido de cafeteras de expreso que, además, es bien recibido por el consumidor.

—Éramos cuatro los establecimientos, los otros dos se fueron porque no había ventas —dice don Adán Hernández, uno de los productores de El Edén que ya le está agarrando gusto a la cafetera donde prepara los americanos a razón de 20 pesos la taza.

—¿Cuánto vende diario? —Unos dos mil, dos mil 500 pesos —dice.

La feria

La feria duró una semana. Si todos los días don Adán tuvo ventas por 2 mil pesos, sacó hasta 14 mil pesos de utilidad. Lástima que es una vez al año.

Dos días antes, don Adán y sus compañeros productores explicaron bajo el alero de una casa, cubiertos del sol oblicuo de El Edén, que desde 2014, un año después de que Manuel e Ingrid devastaran la zona, fueron invitados a colocar un estante en el Abierto Mexicano de Tenis, en Acapulco.

Eso fue hace cuatro años y entonces vieron que sí, que en la ruta del café el negocio está en vender esa baya que cortan de la planta grano por grano, que luego despulpan, ponen a secar al sol en patios vastos de cemento; que luego criban, seleccionan, tuestan y al final muelen en pequeñas porciones para conservar su intensidad y su sabor. Supieron entonces que es más redituable para ellos, y no para terceros, poner el aromático polvo oscuro en contacto con agua hirviendo y sacar la infusión que puede llegar a costar en un cafetín transnacional hasta 32 pesos la taza. No son los únicos que lo vieron.

Otros dos productores de su rumbo migraron a Chilpancingo para probar suerte en este giro y la han tenido. Don Miguel Teodoro y don Joaquín Gómez, ambos con negocios que les dan para tener empleados —a don Miguel hasta cuatro cafeterías—, rentar inmuebles, pagar servicios y aún quedarse con utilidades. A juzgar, a Don Joaquín menos, un hombre más bien modesto, cuyo aspecto de campesino no esconde.

Su café lo baja de la sierra donde tuvo huertas que terminó por vender; en cambio, le compra a sus paisanos, dice él que a buen precio. Ofrece 60 pesos por kilo de café oro, mucho más que el precio que ofrece el acaparador común y mucho, mucho más del precio que fijan los vaivenes de la Bolsa.

A don Miguel Teodoro, que vende la tasa hasta a 22 pesos, el negocio le da para más. Parte de una tercera generación de productores, comercializa su propio café con marca registrada y le surte a sus otros establecimientos, cuya administración comparte con sus hijos.

Dice que algo de lo que se lamenta es que no les pudo inculcar el amor por la tierra y teme que con el tiempo, cuando él falte, sus huertas se pierdan. El padrón de cafeticultores en Guerrero, de acuerdo con Cecafé, es de 22 mil 315; así que los casos de don Joaquín y don Miguel son claras excepciones.