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La fuerte religiosidad, la violencia y las creencias ancestrales e incluso sobrenaturales generan un caldo de cultivo y lo hacen el hábitat perfecto para la proliferación de ese tipo de grupos, dicen analistas

CIUDAD DE MEXICO, 23 de junio (SinEmbargo/EFE).- La creciente violencia, la fuerte religiosidad y las creencias ancestrales e incluso sobrenaturales generan en México un caldo de cultivo y lo hacen el hábitat perfecto para la proliferación de grupos sectarios.

“México es uno de los países donde más sectas afloran. Esta cultura de lo mítico y lo mágico como pilar permite que los grupos destructivos jueguen con las creencias”, explicó en entrevista con Efe Verónica Mendoza, vicepresidenta de la Red de Apoyo para Víctimas de Sectas, que actúa principalmente en países de habla hispana.

Pero además de estos grupos relacionados con la religiosidad, el formato de las sectas ha ido mutando paralelamente con las necesidades de los habitantes del mundo moderno.

Actualmente existen grupos de “coaching” (entrenamiento) emocional que ofrecen desarrollo profesional y éxito a personas que muchas veces se encuentran en situaciones económicas y sociales de aislamiento, e incluso empresas con estructura piramidal que funcionan como refugio en una sociedad individualista.

“(El éxito de estos colectivos) tiene que ver con transformaciones de la sociedad mexicana. Estamos en un periodo de inestabilidad económica y percepción de inseguridad. Además, el desarrollo de las ciudades lleva a la gente a sentirse sola, aislada y vulnerable”, detalló a Efe Luis Alberto García, coordinador de estudios de la Escuela de Psicología de la Universidad Panamericana.

Neftally Beristain es abogada de la Red de Apoyo que cursa actualmente una maestría en Psicoterapia Humanista y fue víctima de la Gnosis, una secta que dice llevar a sus fieles a la salvación del mundo mediante la meditación.

A Efe le contó que llegó a sentir que solamente en el santuario estaba bien, mientras que fuera de allí se podía “ensuciar”.

Descubrió la existencia de este grupo en un cartel en el que se podía leer “curso de meditación, matrimonio perfecto”, ante lo que se interesó debido a la curiosidad que puede sentir una joven de 21 años con interés en lo espiritual.

Al principio aprendió meditación, pero después los maestros comenzaron a interesarse más por su vida personal y por las personas ajenas a la secta con las que se relacionaba.

Esta atención la hizo sentirse comprendida, pero también cada vez más alejada de sus allegados, quienes vivían “ciegos”, según le decía el grupo.

En este punto, los maestros, explicó Neftally, adentraron a la joven en una psicosis colectiva consiguiendo que sintiera miedo ante espacios oscuros, donde supuestamente unos insectos robaban energía, o provocaron que su imaginación creara voces y visiones irreales.

Las dudas de esta mexicana de Chetumal, en el suroriental estado de Quintana Roo, empezaron a gestarse cuando la enviaron como “misionera”.

“Ser misionera es dejarlo todo”, lamenta.

Así que decidió irse de su casa y, aunque le prometieron llevarla al santuario de Coahuila, en el norte del país, solamente llegaron a Tabasco, cerca de Quintana Roo, donde tuvo que vender postres en la calle en malas condiciones mientras que los maestros comían en buenos restaurantes y no trabajaban, rememora.

“Pensé por qué pasaba esto si nos enseñaban que todos somos iguales. Mi cerebro empezó a cuestionarse. No sé por qué pero no llegaron a doblegar mi mentalidad”, explicó Neftally.

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