COATZACOALCOS, Veracruz, 28 de agosto (Blog Expediente).- Habla uno de los sobrevivientes al ataque anoche en Caballo Blanco: “Los sujetos llegaron en varios vehículos, con armas largas y cortas. Amagaron a los vigilantes de la entrada y tomaron el control del acceso principal”.
Dentro, la música no permitía oír que la muerte tocaba a las puertas de “El Caballo Blanco”.
Las bailarinas danzaban al ritmo de reguetón.
Los clientes disfrutaban de lo que se esperaba sería una gran noche de diversión y desenfreno en uno de los pocos centros nocturnos que siguen operando en la ciudad.
A la chica que le tocaba quitarse la ropa, como parte de la variedad, le llegó su turno y entregó su último baile sensual. Su cadáver completamente desnudo quedó a un costado de la pista de dos tubos. No ha sido identificada. Es parte de las 26 víctimas mortales.
Los hombres desconocidos ingresaron de manera violenta lanzando disparos, relata la víctima.
También mostraron sus armas mientras otro pasaba con una garrafa de gasolina y comenzó a rociar la barra, la pista, los muebles y todo lo que fuera útil para incendiar.
Después vino el flamazo y más disparos y los sujetos se marcharon rápidamente sin dejar mensaje, sólo el del terror que anoche contagió a los pobladores del puerto.
Antes de las 10 de la noche, cuando el centro nocturno estaba a reventar el ritmo de la noche resultó silenciado de golpe. Del gozo y del placer carnal, los presentes pasaron al pasó al horror y el idioma de las pistolas.
El sobreviviente declara que no supo más, pudo ponerse en resguardo por un milagro, fue atendido en un hospital de Coatzacoalcos, donde descartaron lesiones que comprometieran su salud.
Los datos que se tenían anoche sobre la tragedia, señalaban que muchos habían muerto por exceso de humo en los pulmones, algunos por disparos.
La Fiscalía General del Estado solicitó la colaboración de la Fiscalía General de la República para esclarecer los hechos, y dar con los responsables si se comprueba el atentado directo.
Se informó sobre más de once lesionados, la mitad de ellos con quemaduras en el 90 por ciento del cuerpo, las probabilidades de que el saldo se incrementara, eran altas.
El caos
“¿Ha visto a mi hija? Era bailarina”, “¿Ha visto a mi hijo? Limpiaba los baños”, “¿Sabes algo de Karina? Está desaparecida, era mesera”, eran las preguntas que lanzaban constantemente quienes arribaron al Caballo Blanco después de conocer la noticia sobre el atentado.
Madres, padres, hermanos y esposo no dejan de arribar a la avenida Román Marín, donde ubicaron el cordón de seguridad.
Mujeres humildes, que ya estaban listas para ir a la cama y esperar a sus hijas que regresaran de trabajar en la bailada, se apersonaron solicitando informes.
Todas se llevan las manos al rostro, tratan de evitar las lágrimas y parece que piden a Dios que sus seres amados no aparezcan en el saldo mortal.
En cada rincón de la escena del delito se repite la imagen, abrazos que entrelazan y buscan curar la incertidumbre al saber que su familiar no aparece.
Las voces de exigencia de información cada vez son más presentes para los oficiales de la Policía Naval, cuya base de operación en la colonia Palmasola está ubicada a metros de donde se dio el atentado.
En todo el tiempo que se le dio cobertura a este hecho, no hubo autoridades con sensibilidad para hablar con estas personas.
Los policías los remitían a hospitales, a la Fiscalía o a otras dependencias a esperar informes. A unos metros del bar, contenidos por los cordones amarillos, la espera de los familiares resultó eterna y tortuosa.
Casi todos quienes arriban preguntaban por mujeres o por trabajadores del centro nocturno.
Del otro lado de la cinta amarilla hay bomberos, peritos y policías quienes tratan de contener la crisis.
Dos bomberos, en su intento por sofocar las flamas, resultaron con lesiones y los mandaron a urgencias médicas.
Las ambulancias de toda la ciudad fueron necesarias para trasladar lesionados, también casi todas las agencias funerarias mandaron carrozas para llenarlas de cadáveres, no se había visto un despliegue similar desde abril del 2016, cuando estalló Clorados III con saldo de 33 muertos.
El forense de Coatzacoalcos lucía a reventar, las autoridades locales estaban analizando enviar cadáveres a otros forenses para dar abasto a los peritajes.