CIUDAD DE MEXICO, 11 de abril.- El coronavirus es por estos días el protagonista de casi cualquier conversación en cualquier lugar. Y México no es la excepción. Pero mientras el COVID-19 ocupa de lleno el primer plano de las preocupaciones, en el trasfondo se expande silencioso otro virus, el sarampión, que ha prendido las alertas de las autoridades sanitarias mexicanas. En las últimas cinco semanas, el Gobierno ha registrado 127 casos de esta enfermedad que ya estaba casi erradicada en el país. Primero, el brote se concentró en Ciudad de México, después se expandió al Estado de México, la entidad que rodea a la capital. En los últimos días el recuento incluyó un caso en el sureño Estado de Campeche. La Secretaría de Salud corre ahora una carrera contra el tiempo con la vacunación como única arma para evitar que este brote se cruce con la curva del coronavirus, algo que los especialistas vaticinan como desastroso.
La pesadilla sanitaria de Ciudad de México comenzó el pasado 28 de febrero. La Secretaría de Salud federal informó ese día que el COVID-19 había llegado al país, de la mano de un residente de la capital que había viajado a Italia. Ese mismo día, y sin tanto eco, el personal sanitario de la ciudad anunció que había diagnosticado a una niña de ocho años de sarampión. Lo preocupante era que no se trataba de un caso importado, como los pocos registrados en México en los últimos 20 años, sino que el contagio se había dado de manera local.
Una semana antes, en el reclusorio norte de la capital, uno de los penales más importantes de la ciudad con más de 5.000 reclusos, entre ellos el abogado del expresidente Enrique Peña Nieto, vivía una jornada de visita. Entre los visitantes ingresó un niño que acababa de volver al país y que traía consigo el sarampión. Una vez el virus ingresó por las puertas de la prisión, no tardó en propagarse. “El reclusorio es un terreno super fértil. La trasmisión en las poblaciones cautivas es muy fácil porque los espacios son estrechos”, explica el infectólogo Sarbelio Moreno Espinosa al relatar el episodio que dio origen al brote. “Esto inició con adultos que no estaban vacunados. Mucha de esa gente ha tenido una vida súper dura y puede que nunca haya sido vacunada”, agrega.
Los días de visita en cualquier penal de México incluyen no solo decenas de familiares haciendo cola durante horas para poder ingresar, sino un despliegue de personal de seguridad y decenas de puestos callejeros que se disponen a vender todo tipo de chucherías. “Esa es la manera fácil de contagio”, dice Moreno Espinosa, “intercambios entre mucha gente junta”. Prueba de eso son los datos, que señalan que de los primeros 60 casos reportados, 46 se localizaron en la alcaldía Gustavo A. Madero, donde se ubica el reclusorio norte.
La velocidad a la que se propaga esta enfermedad, que es mucho más alta que otras, como la COVID-19, fue uno de los problemas que ayudó agravar la situación, alerta el infectólogo Alejandro Macías. “Mientras una persona que tiene COVID-19 contagia en promedio a dos o tres personas, una infectada con sarampión contagia al menos a 10, por eso la tasa de vacunación tiene que ser muy alta, para que el sarampión esté bajo control”, dice quien fue responsable del comisionado nacional para el brote de influenza H1N1, que castigó a México en 2009.
La reaparición del sarampión ahora, algo que hacía más de dos décadas que los trabajadores sanitarios no veían en el país, “señala que solo el 90 % de la población, o menos, está vacunado”, alerta Macías. Un porcentaje que bajó en los últimos dos años de forma brusca por el desabasto de vacunas originado en el sexenio de Peña Nieto. Las cifras que da el infectólogo implican que al menos unos 13 millones de personas, un 10 % del total de la población del país, no han recibido la dosis o la han recibido de forma incompleta. “El sarampión no perdona, cuando caen las tasas de vacunación, la presencia de brotes se da inevitablemente”.
El recuento de los casos que lleva la Secretaría de Salud federal muestra que a partir del número 60, la propagación del virus se aleja del barrio que acoge al penal. Se dispersa por los puntos cardinales de la capital hasta traspasar las fronteras de la ciudad y escampar hasta el Estado de México primero y, por algún viajero que aún no ha sido rastreado, hasta Campeche después. Algo que pone en jaque a la política sanitaria hasta ahora planteada por las autoridades mexicanas, que habían intentado acotar la responsabilidad a la Secretaría de Salud de la capital.
Ante la aparición del brote, las autoridades sanitarias de Ciudad de México se vieron forzadas a armar cercos sanitarios alrededor de la prisión y de los casos reportados, y lanzar un programa de vacunación, la única forma de atajar el problema, según los especialistas. Vacunaron a los reos y a los custodios y montaron puestos en unos pocos barrios donde se habían registrado la mayoría de los infectados. Unas 26,000 dosis fueron dadas y otras 168,000 fueron repartidas en los centros de salud hasta el 31 de marzo, asegura a este diario un portavoz de la Secretaría de Salud capitalina. Pero los propios datos oficiales, que señalan cómo el virus ya se desparramó geográficamente, dejan en evidencia que la estrategia de contención fue rebasada.
“Se está vacunando de manera muy precisa a quienes forman parte del grupo de riesgo”, defiende Gabriel Soto, infectólogo del Instituto Nacional de Cardiología. Para él es la única forma de contener el virus en un contexto de pandemia mundial. “En este momento no puede vacunar masivamente ni hacer campañas, porque no puedes sacar la gente a la calle ni enviar gente a vacunar casa por casa, porque los expones a todos al COVID-19”.
Moreno Espinosa, quien trabaja además en el Hospital Infantil de México, donde se atendieron tres casos de sarampión en las últimas semanas, asegura que la situación “puede ser un desastre” si la estrategia de vacunación oficial no está bien planteada. “Es una carrera contra el tiempo que se entorpece con la contingencia, por un lado estamos diciendo que la gente se quede en casa, y por otro lado, que se vaya a vacunar. Es contradictorio”, agrega. El doctor Macías va un paso más allá y advierte: “si llegamos a tener al mismo tiempo un brote de sarampión y de COVID-19 va a ser catastrófico, porque vamos a ver como se saturan los hospitales”.
El “coronampión”, jadea Moreno Espinosa, que relata que cuando recibieron el primer caso en el Hospital Infantil de México, tuvieron que juntar a todos los trabajadores y formarlos en sarampión, para que no lo confundieran con el coronavirus, ya que presentan síntomas parecidos (fiebre, tos seca, dolor de garganta). “Tuvimos que dar un repaso general porque es todo un acontecimiento que vuelva a haber sarampión”.
Esa información no llegó, sin embargo, al resto de los hospitales de la ciudad. “¿Sarampión?”, se burla un trabajador con una precaria mascarilla de plástico mientras echa alcohol en gel en las manos de quien se dispone a entrar al Hospital General de México, uno de los centros médicos más importantes de la ciudad. “Eso no tenemos acá. Suficiente tenemos con el coronavirus”, sentencia.
(EL PAIS)