México

Inhumadores en tiempos de COVID-19

El último contacto

CIUDAD DE MÉXICO, 7 de junio (El Financiero).- Al filo de la muerte. Los equipos que laboran en el panteón municipal de Nezahualcóyotl no paran las labores de inhumación, cremación y exhumación de cuerpos de fallecidos a causa del COVID-19.

Antes de la pandemia, el número de servicios funerarios que realizaban no pasaban de seis, recibían carrozas y los camiones del “último adiós” llenaban el pequeño estacionamiento.

Ahora, en tiempos de coronavirus, realizan hasta 15 inhumaciones diarias y sólo se permite la entrada a grupos de menos de 10 personas.

“Nosotros somos entrones, estamos al filo también, podemos contagiarnos igual que los médicos y enfermeros que aparecen en los periódicos, pero a nosotros nadie nos ayuda, como trabajamos con los muertos, no existimos”, comparte a Notimex don Neto, de 55 años, que vive con su esposa, dos hijas, un nieto y su yerno.

Por su parte Santos lleva 40 años trabajando para el ayuntamiento de Neza -los últimos cuatro en el panteón-, mientras le da una bocanada a su cigarro, al fin de su servicio: “el trabajo aquí siempre es complicado, nosotros estamos acostumbrados a la muerte, al sol, a la gente llorando, pero no a temerle al trabajo”.

Los inhumadores de Neza se han convertido en “superhéroes del inframundo”: inician su jornada a las nueve de la mañana y terminan alrededor de las cuatro de la tarde.

Se bañan hasta llegar a casa porque en el trabajo no tienen regaderas: “nosotros quisiéramos llegar a casa sin el olor a muerte, nos da miedo contraer el virus y contagiar a nuestras familias”, explica David Carranza, mientras cubre la consigna de su overol amarillo -Pemex-, que se agenció por cuenta propia.

El salario de un inhumador sindicalizado es de tres mil pesos quincenales, y aunque muchos reciben sus quincenas de manera segura, algunos otros empleados voluntarios viven sólo de las cooperaciones que les dan en el panteón.

“Es peor que no tener trabajo, luego te vas acostumbrando, aprendes a reconocer cuando los cuerpos vienen bien trabajados o no, a veces apestan, se inflan o secretan aún fluidos, pero pues tienes que chambearlos, luego la gente es necia y quieren entrar todos, o luego abren los féretros”.

Ahora en tiempos de COVID-19, muchos ataúdes vienen emplayados, y sabemos que esos murieron por el coronavirus, pero muchos otros vienen normales aun a sabiendas que el virus los mató”, enfatiza David.

En el panteón laboran alrededor de 35 personas, entre administrativo, crematorio y exteriores sin contar el personal de vigilancia, para mantener la seguridad de sus empleados, la jefatura descansa una semana y una semana a todos los trabajadores, dado el riesgo extremo que se corre.

El ciclo del contagio del virus, acaba aquí, en un panteón.