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Edgar A. Santiago Pacheco

La grandeza de un personaje no la refiere el número de palabras que evocan su recuerdo, sino la imagen que se reconstruye con su sola mención. Por ello el nombre Salvador Rodríguez Losa es evocador de momentos, logros, recuerdos y acciones relacionadas con la antropología del siglo XX en Yucatán. De ahí que ésta no sea una semblanza, tampoco una síntesis biográfica, eso corresponde a otro momento, estas palabras son una reconstrucción memorística de un antropólogo, arqueólogo e historiador, en la eterna lucha que refiere Albert Formet que se da entre lo presente y lo pasado, y ajusto sus palabras al momento en que nos encontramos, cuando cito lo que escribe “entonces recordé, sonrojándome el origen de esta [placa] y pude calibrar en carne propia cuán caudaloso era el río de la desmemoria”. Esta desmemoria es la que hoy se ataca, dieciséis años después del recorrido del maestro Salvador hacia la luz.

El transitar de Salvador por la vida, y me permito la familiaridad sin merecerla, fue vasto, complejo y enriquecedor para todo aquel que rozó los linderos de su trato. Profesor, administrador, gestor de la cultura, directivo, investigador, escritor de lo cotidiano, acucioso de la historia, se distinguió por su amistosa figura, que sonriente traspasaba umbrales, con la familiaridad del amigo y el saludo afrancesado, aunque no siempre trajera buenas noticias.

Su obra escrita bordó las notas sintéticas de los periódicos, así como la redacción extensa en esos mismos rotativos, donde la geografía y población eran el elemento que aglutinaba la identidad histórica de los pueblos y sus habitantes. Las grandes fuentes de la historia de Yucatán fueron otras marcas de su obra escrita, las reediciones que dirigió y anotó aún hoy destacan entre lo producido en el mundo editorial de nuestro estado.

Sus acciones e intereses siempre vinculados a las Ciencias Humanas y Sociales dieron diversos frutos, muchos de ellos hoy nos acompañan en la figura de profesionales, líderes de opinión, directivos y amigos, que en él reconocen los afanes de una institución como la Universidad Autónoma de Yucatán, ocupada por formar a ciudadanos y profesionales que engrandecen el nombre de Yucatán, tanto en las cercanías como en los horizontes allende de nuestras fronteras.

Muchos dichos y hechos pueden evocar la memoria de Salvador, entre ellas la sola mención de la Escuela de Ciencias Antropológicas hoy, Facultad, alumno y maestro fundador al mismo tiempo, una extraña duplicidad permitida por esos años. Las semanas de la antropología, en las que la música, el deporte y la academia, como hoy, se daban la mano, los trabajos de campo del gremio antropológico, que no pocos guardan como el momento del “choque cultural” que los hizo más humanos, los conflictos estudiantiles de su tiempo, resueltos con diálogo e inclusión.

Pero hay un aspecto que quiero resaltar y dejar fijo en la memoria de los que escuchan: su dedicación exclusiva a la Universidad como forma de vida, no era universitario de ocho horas, sino que en todo momento y circunstancia la Universidad era el eje sobre el cual articulaba sus acciones, y eso es algo que ya muy poco se ve. Por ello, el otorgamiento de su nombre al auditorio de la Facultad de Ciencias Antropológicas, es un reconocimiento a un Universitario que supo, en su actuar cotidiano, reconocer en el Alma Máter, su razón de ser como persona y profesional. Sea esta acción no una escalera para ascender sobre la memoria de otros universitarios, sino una base para entendernos y conocer cómo y porqué hemos llegado a ser lo que hoy somos como Facultad de Ciencias Antropológicas.

Para concluir traigo al presente una frase que Salvador dirigió a los asistentes el 10 de julio de 2001, en la develación de una placa otorgándole su nombre a la Sección Yucatán, de la Biblioteca Alfredo Barrera Vásquez, hoy inexistente, cito de memoria, con su acostumbrado estilo alegre expresó “cuiden mi nombre, porque cuando ya no se está, no se sabe qué puede pasar”, sin duda, hombre conocedor de la naturaleza humana. Sin embargo, creo justo mencionar que las semillas que sembró, son hoy fruto que ha superado esos cardos y otras espinas.

1 Palabras pronunciadas en la develación de la placa con su nombre en la Facultad de Ciencias Antropológicas el viernes 5 de octubre

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