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Opinión

Calle ciega para un callejón sin salida

El tiempo se agota en Oriente Próximo con impredecibles consecuencias en detrimento de la paz y la seguridad mundiales. En ese tablero geoestratégico que la zona representa en el plano internacional por los recursos naturales, financieros y políticos que convergen en ella, los acontecimientos se precipitan; tal vez por eso, aunque tardías, han forzado algunas acciones.

Por eso, pese a que el régimen islámico turco de filiación suní que encabeza el presidente Recep Tayyip Erdogan, mantiene la iniciativa de Ankara entre elusivas maniobras en el pulso diplomático que lo enfrenta con Arabia Saudita (reino wahabí también sunita a cuyo frente se halla Salman Ben Abdelaziz al Saúd, monarca absoluto), y Estados Unidos su aliado; al tiempo que la emergencia alimentaria de los civiles en Yemen, en el extremo Sur de la península de aquel rico reino, se deteriora rápida e inexorablemente hacia el desastre de la hambruna tal predijo la ONU, entre fuego cruzado se ha desarrollado una conferencia internacional que busca abrir posibilidades a un futuro en Siria, devastada tras 7 años y medio de guerra civil y la intromisión de potencias regionales y extrañas movidas por intereses inconfesables y por influencia.

De modo insólito líderes de Rusia, Alemania, Francia y Turquía (pero sin presencia de Estados Unidos, Irán ni Arabia Saudita) se reunieron en Estambul este 27 de octubre para detener el flujo migratorio que pone en jaque y desenmascara la doble moral de Europa, e impulsar una “salida política” mediada por la ONU (que nombró al noruego Geir Pedersen tras la renuncia del sueco Staffan de Mistura) al conflicto y afianzar el alto al fuego en Iblid, último reducto rebelde al régimen sanguinario de Bashar el Assad donde se asientan milicias yihadistas de lo más variopinto incluso del supuestamente extinto “Estado Islámico”. Pero el gobierno sirio envalentonado por sus triunfos rechaza esa mediación (intentada antes por el argelino Ladjar Brahimi y el ghanés Kofi Annan).

No será nada fácil sobre todo cuando otro añejo conflicto –el de los kurdos– complica las negociaciones de Siria –y su patrocinador: Rusia– con Turquía, que junto con Irán e Irak se han repartido el territorio de la minoría étnica más numerosa de Oriente Medio (rebasa los 30 millones) cuya cultura se remonta a finales del siglo VII antes de la era cristiana, a quienes han masacrado, marginado y perseguido por miles de años. En la zona de Idlib los kurdos enfrentan a los sirios y a los turcos, pero también a los milicianos de ISIS. La escalada sucede cuando los ánimos han dejado atrás los escrúpulos en su busca de alcanzar sus objetivos. Precisamente en torno al problema sirio, la coalición internacional que lidera Estados Unidos en la que participa el Reino Unido, Francia y países de Europa Occidental, la misma que ha condenado el uso por parte de Siria, apoyada por Rusia, de armas químicas en la guerra civil contra su pueblo, realizó el 22 de este mes un ataque a la provincia de Al-Raqa, Norte de Siria, causando numerosas bajas civiles calificadas como genocidio por el régimen del dictador pero también por la respetable Amnistía Internacional y días antes, el 13, otro en la ciudad de Hayin en la provincia de Deir Ezzor con bombas de “fósforo blanco”, arma prohibida expresamente por considerarse química, aunque “regulada” según otros protocolos internacionales.

Justo en Siria se registró al finalizar octubre un alevoso y severo bombardeo a la ciudad mártir de Daesh –situada en la región de Idlib y peligrosamente cerca de los Altos del Golán en poder de Israel–, por la aviación rusa y tropas del dictador Al Assad a quien apoya, precisamente en la zona donde Rusia había pactado permitir el retiro de tropas de Turquía (cuyo espacio aéreo fue violado 2 veces en octubre por cazas rusos) que asedian a los kurdos. Mientras que por otra parte Ankara hizo público que a principio de 2019 recibirá el ultra moderno sistema de defensa antimisil comprado a Rusia que desató el disgusto de Estados Unidos mientras, al propio tiempo, aparentemente emprendió la distensión entre Ankara y Washington con la liberación de Andrew Brunson el pastor protestante al que detuvo hace 2 años acusándolo de participar en el fallido golpe de estado por militares laicos contra el régimen islámico de Tayip Receip Erdogan. La maniobra parece destinada a destrabar la entrega de los ultramodernos aviones de fabricación estadounidense. Al propio tiempo el presidente Erdogan ha hecho público que desarrolla su propia industria militar (que actualmente le provee 64% de sus “necesidades”).

De la hambruna en Yemen, el tema parece serles secundario aunque 14 millones y medio de personas corren peligro de morir.

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