Iván de la Nuez
En “La anarquía que viene”, 1994, Robert Kaplan concluyó que no todos los países necesitaban la democracia. Para este sociólogo, si el capitalismo quería salvarse, debía apostar, ante todo, por la estabilidad política. Y esto, el modelo liberal no lo garantizaba en estados de Africa, Asia o Latinoamérica, donde sólo podría añadir más confusión al caos en el que ya estaban sumergidos.
En el mundo posterior a ese libro, el apogeo del populismo es, quizá, el síntoma político más evidente de ese divorcio entre capitalismo y democracia.
A la eclosión de ese fenómeno mutante se han dedicado últimamente decenas de libros. A definir su lenguaje, sin embargo, se han dedicado pocos; y esa singularidad es el primer acierto de un libro que acabo de leer del ensayista catalán Ferran Sáez Mateu. Si Octavio Paz habló del caudillo latinoamericano como un espécimen surgido de la tradición hispano-árabe. Y si Manuel Vázquez Montalbán calificó a Hugo Chávez como un caudillo posmoderno, Sáez Mateu entiende el idioma populista como “el lenguaje de la adulación de las masas”. Esa definición -que evoca a Ortega y Gasset- es un indicador de la inteligencia de este texto que sistematiza los discursos de políticos como Orbán, Maduro, Le Pen o Donald Trump, a la vez que calibra su impacto global.
“Populismo. El lenguaje de la adulación de las masas” (publicado en catalán por la colección Magma) funciona, además, como repaso a un tema en el que se inscriben desde Ernesto Laclau hasta Federico Finchelstein.
Para Sáez Mateu, el populismo no es una ideología, ni un programa, ni una posición previsible en el espectro político. En él tienen cabida un millonario egocéntrico, un conductor de autobuses pasado por una escuela de cuadros en La Habana, la heredera de un derechista extremo o un abogado paranoico surgido del comunismo.
Y esto es así porque el populismo es, ante todo, un sistema de signos que abusa del lenguaje coloquial propio de quien cree hablar con la voz de todos. Al populista no le importa mover, sino promover. A diferencia del fascismo o el estalinismo, en lugar de borrar al enemigo, lo hipervisibiliza. Es igual si se trata del imperialismo, la prensa liberal o los intelectuales; cualquier cosa que le funcione como un blanco fácil contra el que alcanzar o afianzar su poder.
El diccionario populista de Sáez Mateu se escribe entre Italia y Argentina, Venezuela o Polonia. Desde estas geografías, desmenuza una semántica política que quebranta el sustrato liberal de las sociedades occidentales, a base de usar la democracia mientras la tritura.
Resulta interesante el matiz español en el período del desarrollismo franquista. O su mirada sobre la validación de los excluidos, el ataque a las elites, la reconversión de la ciudadanía en pueblo, del votante en cliente, la sociedad en audiencia. Todo aderezado con el uso y abuso de la cultura de masas o una gestión calculada entre la proximidad y la distancia, la visibilidad y la opacidad.
Un líder populista sabe combinar el idioma del hooligan (preferentemente de fútbol) con el de las redes sociales, y a su demagogia pueden bastarle 140 caracteres.
Lejos de los tanques pensantes que marcaron la Era Reagan, el autor detecta una diferencia entre el rigor intelectual del populismo de izquierda y la desnudez teórica de una derecha en la que no quedan rastros de aquellos tiempos en los que Daniel Bell, Hilton Kramer o Milton Friedman marcaban la agenda ideológica del neoconservadurismo.
Con el sello típico de otros libros suyos, Sáez Mateu mezcla la investigación académica, el apunte al vuelo y una prosa socarrona que se resiste a aceptar que vivamos en una condición posdemocrática mientras alberga la esperanza de un retorno salvador de la modernidad ilustrada.
Estamos ante un libro que valdría la pena leer en América Latina y al que exigirle, por otra parte, un tratamiento más incisivo de la cuestión catalana, ámbito donde las masas han llegado a recordarle a sus líderes que están ahí para obedecerlas, pues el gobierno lo detentan ellas.
Las aportaciones de Sáez Mateu nos permiten parafrasear a Marx y entender que, si hasta ahora la política se dedicaba a gobernar la sociedad, ahora se trata de simplificarla. Y también que si el resultado caótico de este mundo le da la razón a Orwell, la clave para su gobierno podemos encontrarla en Perón.