Opinión

Michael Vázquez Montes de OcaEconomía popular

En el extremo de la pobreza, la miseria y el hambre, se encuentra la riqueza, consecuencia de la propiedad privada y del acaparamiento de bienes por diferentes vías que no excluyen la ley del más fuerte.

Técnicamente hablando se define como la abundancia de recursos materiales e inmateriales, también la acumulación colectiva o personal de recursos y activos financieros, por lo general concretados en forma de pertenencias. El patrimonio de los países puede medirse por el PIB, el de los individuos por la renta per cápita.

Su reparto ha sido motivo de reflexión desde la antigüedad. Para Platón, debía ser distribuida de forma igualitaria, mientras que para Aristóteles debía serlo proporcionalmente al esfuerzo de cada uno y condenó la práctica de atesorarla por ella misma y no con el fin del placer personal.

El deseo de apropiarse lo que otros tienen, la ambición y el egoísmo orientado a la provisión de riquezas ha provocado hostilidades, muerte, dolor y sangre haciendo que los más fuertes prevalezcan sobre los más débiles, pero también ha sido motor impulsor para el desarrollo científico técnico en la búsqueda de enriquecimiento.

Acontecieron múltiples campañas de conquista para adquirir territorios a la fuerza o incluso comprarlos o canjearlos y el impulso hacia el saqueo, el comercio y el intercambio fue acentuado y fomentado por las Cruzadas que se organizaron en Europa Occidental desde el siglo XI hasta el XIII. Las travesías y expediciones de las centurias XV y XVI reforzaron estas tendencias, sobre todo tras el descubrimiento del continente americano (hasta mediados del siglo XVIII la doctrina dominante fue el mercantilismo, el florecimiento de los estados derivaba de la comercialización, industrialización o elaboración de manufacturas y no del oro, plata, perlas, esmeraldas y piedras preciosas importados de las colonias).

Grandes guerras cambiaron la configuración de naciones variando la división del orbe entre los países, que se iban encumbrando hasta convertirse en imperios dominando vastas extensiones de terrenos, haciendo ricos a unos y sumiendo en la escasez y el subdesarrollo a otros, llevando en muchos casos al desprecio de los pueblos colonizados; la creación de fronteras totalmente artificiales; la potenciación de unas tribus o etnias y el escaso o nulo esfuerzo por educar, acarrearon una dependencia de las metrópolis, especialmente en lo que se refiere a maquinaria, tecnología y personal que las dominara, con pérdidas culturales y de identidad.

Fueron de gran importancia los cambios de actividad, en numerosos países la base de la sustentación estribaba en la caza, la pesca y la recolección y pasó a ser la agricultura, quedándose para los ocupantes las mayores y mejores superficies de tierra. El colonialismo, cuyos restos subsisten, significó fortunas enormes para los que lo practicaron, lo que explica en gran medida el avance de muchos de los países europeos y el subdesarrollo; en América Latina, aún hoy, se puede ver su despojo y el asesinato a los campesinos.

La ideología del liberalismo ayudó el proceso de industrialización, la creación de mercados mundiales, el acopio de capitales y el surgimiento de empresas gigantescas. En Occidente, se estableció un tácito pacto social en el que los trabajadores se comprometían a no romper la paz a cambio de que se les garantizara mínimos vitales y las clases dirigentes renunciaron a parte de su peculio para que pudieran mejorar sus condiciones de vida; los políticos optaron por el intervencionismo en sectores estratégicos y servicios públicos, tal como había propuesto Keynes y la aparición de una gran clase media y la difusión de la democracia parlamentaria obligaron a la clase alta a adoptar nuevas astucias para mantener sus privilegios.

El derrumbe del llamado socialismo en Europa, con la transformación de los Estados Unidos en el más poderoso imperio y apoyado por países que son sus súbditos, conduce a la actual repartición, esta vez no sólo por el camino armado sino también por la penetración económica, tecnológica e ideológica. Ahora se trata de controlar las materias primas que le son necesarias, entre ellas prioritariamente, el petróleo y con la vista en el futuro, también el agua.

En los últimos cien años, mientras ha ido avanzando el capitalismo global y los estados han venido cediendo parte de su soberanía en las decisiones, las empresas transnacionales han ido consolidando su creciente dominio sobre la vida en el planeta, han acrecentado su poder. Desde los años setenta, el neoliberalismo fue imponiendo su ideología por todo el globo aprovechando los golpes militares, las conflagraciones, las catástrofes naturales y las sucesivas crisis para introducir drásticas reformas con poca oposición popular en el marco de “la doctrina del shock”, disponen de un innegable poder: son moneda de uso corriente las estrechas relaciones entre gobernantes y empresarios, con extraordinaria influencia en lo cultural y jurídico (emplean la publicidad y las técnicas de marketing para consolidar su gran poder de comunicación y persuasión en la sociedad de consumo y los contratos y las inversiones se protegen mediante una tupida red de convenios, tratados y acuerdos que conforman un nuevo derecho corporativo global, la llamada lexmercatoria), no existiendo contrapesos suficientes ni mecanismos reales para el control de los impactos sociales, laborales y ambientales.

Desde que estallaron las dificultades financieras globales y siguiendo la máxima de “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”, las instituciones que gobiernan están aplicando en Europa las mismas políticas que se llevaron a cabo en los países periféricos en los años 80 y 90: reformas laborales que recortan derechos laborales básicos, modificación del sistema de jubilaciones para beneficiar los planes de pensiones privados, aumento de los impuestos indirectos y de la fiscalidad sobre las rentas del trabajo, reducción de la tributación de empresas, mercantilización de los servicios públicos que todavía quedan por privatizar, eliminación de la inversión pública en educación, sanidad, cooperación, dependencia, etcétera. Se inyectan presupuestos públicos millonarios a las mismas empresas que durante todos estos años se han beneficiado de la falta de regulación del sistema y la crisis es la excusa para avanzar en el desmantelamiento del estado del bienestar, la privatización de los bienes comunes y la apertura de puertas al capital y más cuestiones que tienen que ver con los derechos fundamentales de la ciudadanía.

Son las corporaciones junto con la banca y los gobiernos, con su gigantesco radio de acción, los eslabones principales que sustentan el dominio, tienen alcance universal y sus ventas anuales con frecuencia resultan mayores que el presupuesto estatal de diversos países y el producto interno bruto (PIB) de otros. Su desmesurado poder y el tipo de negocios “estratégicos” que manejan hacen de ellas factores de dominación sobre los países pequeños y suelen presionar para obtener leyes convenientes, someten a las autoridades, esquilman los recursos naturales, imponen los precios, avasallan la competencia, contaminan el medio ambiente, burlan las legislaciones “anti-trust”, erigen monopolios u oligopolios y reducen a su mínima expresión la capacidad de los gobiernos en sus actividades.

Un informe del Instituto de Estudios Políticos de los Estados Unidos señaló que, de las 100 entidades más poderosas del planeta, 51 son compañías industriales o comerciales y 49 son estados. Se estiman que existen más de 80 mil empresas transnacionales con 810 mil filiales (737 monopolizan el valor accionarial del 80% de total) y de las no financieras, según informaciones de la CEPAL, el 90% de las mayores tiene sus casas matrices en los Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón y las 50 empresas de mayor tamaño se encuentran en trece de las nuevas economías de Asia y América Latina.

Intervienen en sectores estratégicos: la energía, las telecomunicaciones, las finanzas, la salud, la agricultura, las infraestructuras, el agua, los medios de comunicación, las industrias del armamento y de la alimentación, hacen negocios con los recursos naturales, los servicios públicos, la especulación inmobiliaria y con los mercados de futuros de energía y alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras. La crisis ha reforzado su papel económico y capacidad de influencia.

En la actualidad el 82 por ciento del tesoro generado va a parar a los bolsillos de 74 millones de personas, que equivalen al 1 por ciento más rico del total mundial, mientras que unos 4300 millones de personas luchan para sobrevivir,

Con la rápida propagación del neoliberalismo en la pasada década de los 70, el papel de los gobiernos y los programas de apoyo a las capas de la población menos favorecidas se redujeron y se deja el progreso a la autorregulación del mercado, la miseria global se incrementó y las esperanzas reales de su descenso desaparecieron. En América Latina, hay más pobres, desempleados y hambrientos que en los peores tiempos de su historia, ha sido aplicado con ortodoxia doctrinal, las estrategias emanadas de las potencias y los organismos financieros internacionales no han traído la mejora, han propiciado la exportación de capitales.

Como las penurias han surgido a partir del impulso de la propiedad privada, del capital que esto crea y de la explotación de los más pobres por los más ricos, la lucha por su supresión, en la que se hayan inmersas numerosas instituciones y organizaciones no gubernamentales, luce una utopía en el marco del sistema donde impera la obtención de ganancias crecientes y su concentración.

Se dice que la pobreza ha disminuido, pero la realidad es que solo se ha hecho en China y el este de Asia, con maniobras dirigidas desde el Estado y la liberalización de sus economías bajo sus condiciones y en los que el Banco Mundial y el FMI no han impuesto el capitalismo de libre mercado.

Se evidencia que la sociedad humana ha pasado del caudal individual al colectivo de una elite a niveles nacional, de área geográfica y de corporaciones, lo que de hecho ha cambiado en su carácter y mientras más se produzca, más pobreza se forja, aumentando la explotación no sólo de los seres humanos sino de los recursos naturales del planeta.

Por eso se puede aseverar que riqueza es sinónimo de indigencia y hambre, incluso para los ricos que en el plano espiritual y de los valores cada día se empobrecen más. Su concentración debe ser eliminada y un nuevo orden de justicia social y racionalidad tendrá que prevalecer o lo que desaparecerá a largo plazo será la especie humana envuelta en batallas y conflictos sin fin, a menos que, tal como afirmó Fidel Castro en su oportunidad, desaparezca la filosofía del despojo y desaparecerá la filosofía de la guerra.