Refulgente, igual que la luz vegetal de sus innúmeras frondas y los destellos diáfanos del jade prodigioso que mira desde el fondo de sus manantiales, Chiapas prosigue afrontando junto a nosotros bajo el cielo entero de México el duro destino que eligió; firme, “al pie del cañón” como en la canción “Yo soy Chiapas”, de Jorge Macías.
Porque lo quiso, ahora se sabe, 2 veces nos escogió –cuando en agosto 28 de 1821 vecinos de Comitán, apartándose de Guatemala, se adhirieron al Plan de Iguala; y luego, ya que la Junta Provisional de esa provincia tras la pifia del imperio de opereta de Agustín de Iturbide, pese al Plan de Chiapas Libre (23/octubre/1823) por el cual, soberano, pudo optar volver a Guatemala, prefirió anexarse a nuestra Patria el 14 de septiembre de 1824, un par de días después que su pueblo, en un inédito referéndum, 96 mil 826 chiapanecos superaron a los 60 mil 400 de sus coterráneos que querían permanecer como parte de Guatemala, y 15 mil 724 indecisos se pronunciaron neutrales– como Patria, caminamos lado a lado.
La dote de Chiapas a esa unión ha sido más que considerable. La Entidad Federativa nos aporta además de sus maravillas naturales, extraordinaria biodiversidad y riqueza arqueológica, la pujanza del trabajo de su gente (en la que se cuenta destacadamente población de naciones originarias, predominantemente maya) y las expresiones perdurables de la cultura mestiza que nos da rostro ante el mundo. Pero igual contiene la mayor reserva de agua dulce de América, luego de la Amazonia, cuyo caudal a través de sus presas abastece el 70% de energía eléctrica que requiere el centro del país, y los yacimientos de uranio y metales que demanda la industria de punta.
Con más infortunios que bienquerencia hemos correspondido su amor, pero la fidelidad chiapaneca permanece inalterada. Ha sido probada en los trances más difíciles del país. Y ha seguido aportando a nuestra nación a lo largo de estos casi 2 siglos.
Así, por ejemplo, de sus entrañas surgió en el amanecer de 1994 un movimiento que contribuyó al despertar nacional de un sueño de conformismo emponzoñado.
Mientras aparecen estas líneas, resulta imposible evitar recordar la visita realizada a esa tierra entrañable con la querida poeta Beatriz Rodríguez Guillermo (el 12 de septiembre se cumplió el 2º. aniversario de su partida); ese ir alternando sentarse en los peldaños de aquel camión que daba vueltas mientras subía y bajaba por los caminos de los Altos de Chiapas hasta llevarnos a Tuxtla Gutiérrez, su capital; y, luego de las audiciones literarias compartidas con los poetas de allí que fueron y son amigos, nuestro viaje a la mágica Chiapa de Corzo, el paseo por el Cañón del Sumidero y enseguida en su mirador, y luego a San Cristóbal de las Casas. Nítida como entonces aparece en el recuerdo la visión del prodigio al cruzarnos en el camino la insólita presencia de los rurales de rostro curtido y duro en sus uniformes verde olivo, machete al cinto, rifle en mano y sus cananas cruzándoles el pecho, y el avistamiento, a menos de 2 metros del vehículo, de un jaguar en la rama de un árbol del camino. Días de luz y de poesía vibran con el nombre de Chiapas, la mexicana esmeralda del Sur ¡Que viva por siempre con México y que viva feliz!