Edgar Elías Azar
Jurista de la más alta calidad, juez por vocación y académico por temperamento, Juan Luis González Alcántara será, sin lugar a dudas, un ministro que sabrá marcarle rumbo a la justicia mexicana.
Soy testigo personal de sus capacidades intelectuales, de su función judicial y de su compromiso con la Judicatura. Y por ello sé, que la sociedad debe sentirse segura al tenerlo como nuevo ministro de la Suprema Corte de Justicia.
En la Judicatura local demostró ser un hombre de principios; el rasgo más sobresaliente que puede y debe tener un juez. Ha sido un hombre que siempre se ha mantenido fiel a un ideal de Justicia, así, en general y con mayúscula, el cual alumbra su ejercicio práctico y canaliza su razonamiento jurídico en abstracto. Por ello, cualquiera que lo conozca puede decir que su compromiso nunca ha sido ni para con una persona ni para con un proyecto político en específico, sino para con los fundamentos básicos y mínimos de justicia que bajo su perspectiva son los que deben guiar de manera equilibrada, racional y razonable toda decisión judicial. Ciertamente, el compromiso con esos principios básicos ha configurado de manera plena su práctica jurisdiccional: otorgándole coherencia a cada una de sus resoluciones y consistencia a la totalidad de su ejercicio judicial.
Quien se ha acercado a la justicia local por profesión o por circunstancias de vida, quien la haya estudiado desde la academia o quien la haya ejercido como juez, sabe bien que esto no es nada fácil de lograr. Sobre todo, desde aquella clase de justicia que atañe a cada individuo, a cada persona en su contexto y circunstancia y que acude ante la presencia de un juez con una sola y única pretensión: la de ser escuchado y la de recibir lo que en derecho le corresponde.
La justicia familiar es y siempre ha sido, así lo entiende nuestro nuevo ministro de la Corte, el pilar de la justicia conmutativa y social. Pues es ahí donde se conjugan las tragedias personales más angustiantes, donde se deciden los futuros de hijos, de madres y de padres, donde se deciden las situaciones más delicadas de lo que llamamos el “drama humano”. Es en ese ámbito de la justicia conmutativa donde nace y se acaba el amor, donde se ponen a prueba la solidaridad y la lealtad, donde se juzga la compañía de nuestros seres más cercanos, donde se conocen las fricciones personales más constantes y los problemas más íntimos de cada individuo.
El hecho de tener un ministro que haya conocido esta materia y que haya juzgado en ella con tanta destreza jurídica, es una garantía de que contaremos con un ministro sensible ante la realidad social e individual de nuestro país; un ministro que no vivirá en la entelequia, ni se fincará en el pedestal que a veces crea la justicia constitucional. Pues conoce y reconoce los problemas de nuestra nación desde abajo: desde esa perspectiva de la justicia que atiende los reclamos de mujeres y de hombres de carne y hueso.
Su nombramiento debe ser visto no sólo como un reconocimiento a su labor individual, sino al trabajo de todos los tribunales de justicia local, a todos los magistrados y a todos los jueces, pues es, a través de él, como se reconoce la relevancia de la perspectiva local y la importancia de la justicia cotidiana.
Ciertamente, venir de la justicia local es uno de los rasgos más representativos de nuestro nuevo ministro. Con haber nombrado a un Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad se envía un mensaje claro y fuerte a la sociedad mexicana: la Corte no será ajena a lo que la sociedad requiere y reclama.
Estoy cierto de que González Alcántara sabrá escuchar y sabrá juzgar como siempre lo ha sabido hacer: con talante analítico, con razones y no con caprichos, con lucidez, con objetividad, con autonomía, pero, sobre todo, con sensibilidad y empatía que es los que sus principios a él le reclaman.