Víctor Flores Olea
En el año 2005 escribí el libro “La Dialéctica de las Utopías”, en el que postulaba que los dos más importantes proyectos de sociedad, el capitalismo y el socialismo, habían luchado con todas sus energías para prevalecer el uno sobre el otro. Y concluíamos que a esta altura del tiempo, el capitalismo parecía haberse impuesto. Lo anterior en términos provisionales, ya que en muchos países el socialismo seguía vivo y con vitalidad suficiente para aspirar a un regreso triunfante.
El hecho sorprendente es que la dialéctica entre los opuestos principales no era la única registrable, sino que también al interior de los polos (el capitalista y el socialista) se daban las más duras controversias. En el polo del socialismo nos encontramos con el enfrentamiento a muerte de los adversarios, y pongo como ejemplo la lucha (es verdad, desproporcionada) entre el estalinismo y el trotsquismo. Del lado del capitalismo no encontramos tal vez oposiciones tan brutales, pero su historia muestra un conjunto de correcciones y diferencias de criterio, muchas veces determinadas por la competencia en el campo de la producción, que han implicado una espiral de afirmaciones y negaciones de las que ha resultado su avance continuo y al parecer irresistible. Y también la persistencia de un continuo Estado de Excepción, desde el desencadenamiento de guerras varias de ellas mundiales o casi…
Naturalmente, en un estudio amplio de la historia de los enfrentamientos entre el socialismo y el capitalismo, y al interior de cada una de estas formas de producción, habría que detallar las oposiciones más importantes que se han dado en la relativa corta historia de cada una de ellas. Me parece que un enfoque histórico desde esta perspectiva enriquecería mucho nuestro conocimiento del pasado inmediato, la historiografia relativa y nos ayudaría decididamente a prever con mayor rigor el próximo futuro.
Claro que estamos hablando de tendencias, eventualmente dominantes, y no de la exactitud del futuro en el detalle de sus modalidades. Por supuesto, hay algunos hechos que pudiéramos considerar como ejemplares. Estaríamos lejos de equivocarnos si nos refiriéramos a la versión extrema del estalinismo, y a la versión seguramente más brutal aún del nazismo, por el lado capitalista. El hecho de que en uno y otro polo presenciamos sus versiones extremas y que buena parte de sus reservas se han destinado a combatir los efectos más escandalosos de estas posiciones, originando polémicas y discusiones a veces de gran interés intelectual.
En el libro Walter Benjamín: la Dialéctica de la Modernidad y sus Prismas (2018), coordinado por Luis Arizmendi y que reúne muy importantes escritos de autores mexicanos y extranjeros (José María Pérez Gay, Luis Arizmendi, Jorge Gasca, Armando Bartra, Carlos Aguirre, Geörge Markus, Michael Löwy, Sven Kramer), trata de la dialéctica dentro de los polos con una profundidad y una pertinencia que desearíamos encontrar en muchos libros. En el ensayo de Luis Arizmendi, por el que lo felicito profusamente, se aborda el tema principalmente donde lo dejó Walter Benjamín al examinar la dialéctica entre progreso capitalista y devastación, precisamente revelando el significado profundo del Angelus Novus de Paul Klee al decirnos que “en el capitalismo conviven el progreso tecnoeconómico con una creciente devastación desplegada también mediante violencia político-destructiva, como una fuerza implacable que conduce al Estado de Excepción como regla, es decir, como la tendencia dominante en nuestra era”. Arizmendi nos dice que Walter Benjamín “dotó de una forma única a la recionalidad crítica desocultando dimensiones muy profundas de la historia moderna a través de alegorías”, y añade: “El primero en revelar esta complejidad del pensamiento benjaminiano fue su amigo Bertolt Brecht”.
La obra de Benjamín, en alegorías iluminadoras, nos habla de la simultaneidad en la historia del progreso y de la destrucción y la violencia. En la IX Tesis sobre la historia de Walter Benjamín, el autor escribió: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se ve a un ángel aparecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada y lo mantiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde nosotros vemos una cadena de acontecimientos, el ángel ve una catástrofe única que acumula sin cesar ruina sobre ruina que son arrojadas a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero una tormenta desciende desde el paraíso y se arremolina en sus alas y es tan intensa que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo va arrastrando irresistiblemente hacia el futuro, al cual le da las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”.
Esa es, a través de una voz profética, la ambigüedad dialéctica que se despliega al interior de los polos del avance histórico, en los cuales parece prevalecer la negatividad de su contenido, y entonces nos encontraríamos sin una verdadera salida, sin una real reivindicación histórica para los humanos y sin su conquista plena de la no alienación, de la liberación radical.