Gerardo Fernández Casanova
Evo Morales, un gran gobernante que convirtió a Bolivia en un país digno, fue depuesto por un golpe militar orquestado por la oligarquía conservadora y racista. Para los gringos y la derecha apátrida sólo gobierna bien quien sirve a sus privilegios, de otra manera es demagogo populista y, peor aún, el diablo comunista. Por designio de Dios, los Estados Unidos son responsables de defender a la América Latina de este tipo de gobernantes condenados; papel cabalmente cumplido en el caso del Estado Plurinacional de Bolivia.
No voy a repetir –porque son de dominio público– los muy exitosos resultados económicos de la gestión gubernamental de la dupla Evo Morales y Alvaro García Linera. Me voy a referir a lo que considero la mayor hazaña cultural y política: la creación del estado plurinacional y su diseño constitucional. Desde su fundación por el Libertador Bolívar, la república se impuso sobre la cultura y la organización social de los pueblos originarios, para los que la independencia sólo significó un cambio de patrón explotador, del colonial al republicano, en un permanente y soterrado conflicto que atañe a más del 60% de la población y ha dificultado la gobernabilidad, provocando un constante estado de caos, sólo resuelto en dictadura militar.
Es en y por tal circunstancia caótica que se genera la movilización organizada con el liderazgo indígena de Evo Morales y el acompañamiento intelectual de Alvaro García Linera; el Movimiento al Socialismo (MAS) que conquista la presidencia en 2006, para sorpresa del mundo y, particularmente, para la minoría blanca de la región oriental del país (Santa Cruz de la Sierra). Es innegable y afortunado el acompañamiento de Hugo Chávez en tal proceso. Instalado en la presidencia Morales abre dos frentes fundamentales: el económico, por el que nacionalizó e incrementó la renta petrolera por la vía de la negociación con las empresas, y el político, por el que se abrió el espacio para la refundación del país mediante una nueva concepción y la consecuente nueva Constitución, ambas elaboradas con amplia y libre participación social, incluida la renuente oligarquía cruceña. Así nace el Estado Plurinacional de Bolivia en el que tienen cabida todos los sectores componentes de la sociedad y se consignan sus diferencias y autonomías, se respetan las formas culturales y se organiza el estado, no sin que ello borre de un plumazo los conflictos ancestrales, pero estableciendo los instrumentos para su procesamiento y eventual conciliación. Desde luego debe entenderse la fragilidad conceptual y operativa de la nueva forma; para los gringos resultaba incomprensible y, por tanto, inaceptable, así como para el sector más fundamentalista de la minoría criolla. Aquí jugó el papel protagónico la capacidad política de la dupla presidencial y, muy importante, el éxito en el frente económico. Fue un proceso de construcción permanente, sin modelo a seguir sino inventado y sometido a prueba y error, imposible de concretarse a una cronología quinquenal, se requirió constancia y permanencia; de ahí la razón de los afanes reeleccionistas de sus constructores, tema que abrió un flanco de ataque al proceso para sus detractores. Agrego que el otro flanco de debilidad es el hecho de que sólo podía ser viable por la vía pacífica, sin violencia alguna. El diálogo y el buen gobierno como únicos instrumentos para la construcción. Evo jamás reprimió.
El Estado Plurinacional de Bolivia pudo coexistir y progresar al compás de la época gloriosa del progresismo latinoamericano y padeció enormemente su retroceso; antiguos aliados se tornaron en enemigos, con Argentina de Macri, Brasil de Bolsonaro, Ecuador de Moreno y Chile de Piñera. Bolivia quedó como una isla geopolítica; un chipote en la reconfiguración neoliberal y proyanqui. El embate fue implacable.
En estas condiciones se registra el proceso electoral. La reelección era indispensable pero sumamente bombardeada por los adversarios. Morales gana la elección con el 48% de los votos y con una diferencia de 10% respecto del segundo más votado. De antemano la derecha cantó el fraude y, de manera extraña, se registra un vacío de información del conteo preliminar suficiente para armar el aquelarre, cuando la única controversia se refería a si Evo lograba rebasar el 10% para evitar la segunda vuelta. La guerra ya estaba preparada y se soltó, fluyó el dinero y los mercenarios; se alinearon la prensa y los poderes fácticos, entre ellos los evangélicos; policías y militares dejaron correr a posta y actuaron en consonancia con los golpistas. Morales pidió la auditoría electoral de la OEA, confiado en la veracidad de su triunfo, la que sólo revisó un 1% de las actas y declaró que hubo “irregularidades” lo que fue suficiente para confirmar el supuesto fraude. Se desborda la violencia y Evo Morales opta por renunciar para evitar la masacre y acepta la oferta de asilo del Presidente de México, ante la real amenaza de su asesinato.
El golpe se concreta; el Cristo evangélico desplaza a la Pacha Mama; la discriminación racial se entroniza y una vedette se hace presidenta interina. Pero el pueblo indígena se reorganiza junto con mineros y obreros fabriles, todos reclamando el retorno de Evo. Va a correr mucha sangre, lamentable pero necesariamente. Ya nadie lo puede parar. Que Dios y la Pacha Mama los iluminen.
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