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Opinión

Gustavo de Hoyos: no es fascista, pero parece

Jaime García Chávez

La democracia unidimensional, aquella que se profesa y se le tiene amor sólo si brinda triunfos propios y que se le detesta cuando desemboca en derrotas, es la que abraza la poderosa organización empresarial Coparmex, fundada a finales de los años veinte del siglo pasado, como un refugio de los viudos que dejó la Revolución mexicana al privarse de la hegemonía de los llamados “científicos”. Esta confederación, aparte de defender con uñas y dientes sus propios intereses y los modelos excluyentes que se han instaurado en el país, es el brazo más fuerte de la derecha política en México y no pierde tiempo en su constante labor de generar cuadros –algo así como los Niños del Brasil– para colocarlos en cargos de liderazgo político en un ámbito amplio, pero sobre todo a través del Partido Acción Nacional y sus organizaciones secretas, esencialmente el famoso y siniestro Yunke.

No se les niega sus capacidades ni sus habilidades para lograr sus propósitos. Saben lo que quieren y se empeñan en lograrlo. Durante las últimas décadas les funcionó bien el discurso democrático, porque tenían enfrente a un priismo autoritario, que cuando optó por el modelo neoliberal exigió que el paquete llegara completo, acompañado de una democracia con una característica básica: siempre para ganar, nunca para perder, y que sólo fuera de naturaleza electoral para la elección de cargos públicos, preservando en particular el nefasto corporativismo, empezando por el propio, que les ha permitido hablar por buena parte de los empresarios, aunque en realidad lejos están de representar la visión única y menos unánime.

En la circunstancia actual destaca el notorio liderazgo del norteño Gustavo de Hoyos Walther, el presidente actual de la Coparmex. No es, en rigor, un empresario de peso; más bien funge como un personero de los que sí lo tienen, como Claudio X. González, y desde luego muchos otros. A De Hoyos se le trazó una ruta de actividades precisas para impugnar a la Cuatroté y hacer del oficio de denostar al actual Presidente de la república su actividad central. Incluso ha confesado su proyecto de competir por la Presidencia de la República en 2024, sabedor de que el principal partido de la derecha mexicana ha colapsado. Hablo de un PAN que por más esfuerzos que hace no se puede poner en ruta, en parte porque fue vertebrado para luchar contra un PRI que ya no existe como tal y del cual era enemigo complementario: no se explicaba el uno sin el otro. PAN que además está fisurado en varias piezas de un rompecabezas difícil de armar, con Calderón formando su propio partido, y un Fox que retornó como el hijo pródigo y que le sentaría bien decretar su propio ostracismo.

Así las cosas, para personajes como De Hoyos las opciones que se abren son las de construir a partir de los intereses empresariales un brazo radical y corporativo que se lance a la palestra partidariamente, perturbando la de por sí difícil y acompasada senda a la democracia en México. Por eso se afianza en el viejo sindicato patronal y no quiere que se altere su organización, como ya lo proponen los que sustentan –como indispensable– una modernización en la que los mismos empresarios recobren su calidad de ciudadanos y no de siervos, que les enseñen a que el desarrollo del país necesita de justicia distributiva y no exclusión, tan del gusto del aparato tradicional de los empresarios ubicados en la ultraderecha, los que aprecian a la democracia sólo para ganar, nunca para perder.

Está muy trillado decir que gente del corte de Gustavo de Hoyos son fascistas. Quizá sea un exceso como ya tantos investigadores de alto nivel lo declaran. ¡Ah!, ¡pero cómo se le parece!

(SIN EMBARGO.MX)

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