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Opinión

Brasil neoliberal y neofascista

En 1996 fueron asumidos compromisos por las izquierdas para asumir el gobierno a toda costa y revelados públicamente solamente en 2015, el acuerdo de gobernabilidad por el cual renunciaban a combatir las privatizaciones del patrimonio público, prohibía -que se tocara en las reformas de base, como la agraria, el marco regulatorio de los medios, etc. Se había elevado el peso del grupo derechista del Partido del Trabajo (PT) y el Campo Mayoritario, favorable a la conciliación de clases y contra cualquier radicalización clasista.

Durante el mandato como Presidente de Luis Ignacio Lula Da Silva, entre 2003 y 2010, la pobreza cayó un 50.64% lo que significó que 30 millones de brasileños se elevaron por encima del umbral, la inflación acumulada se redujo a 3.1%, las exportaciones y las importaciones de bienes aumentaron un 16% y un 24%, los salarios también, los servicios crecieron un 4.6% impulsados por el dinamismo del mercado interno y la ocupación se extendió. En el 2010 el producto interno bruto (PIB) había crecido un 7.5 por ciento.

Sin embargo, en el bienio 2015-2016, la economía se comprimió 7.4 por ciento, (la mayor recesión desde 1948) y la penuria subió de 52.8 millones de personas en 2016 a 54.8 millones en 2017, a pesar de la salida de la recesión, lo que afectó la confianza en el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff. Los datos arrojan que sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo; los más ricos llegan a ganar 17.6 veces más que los más pobres, de cada diez niños seis viven en la miseria y la situación se ha agravado por la agenda neoliberal impulsada por el gobierno de facto.

Al perderse el equilibrio político, se dieron los ingredientes perfectos: el escándalo “Lava Jato” (que investiga una red en Petrobras, casi un tercio del Senado y unos 40 diputados e involucra a Lula), dificultades desgastantes por el mal manejo y dispendiosas inversiones, la traición de aliados liderados por Temer, el auge de protestas masivas, el destape de conexiones delictivas con Odebrecht y otros mafiosos en las cúpulas del sistema, incluido el Partido de los Trabajadores, conllevaron a la destitución de Dilma y la persecución judicial y posterior condena a Lula. El golpe de estado parlamentario fue una afrenta a la democracia, siguió un régimen conservador, nuevas acusaciones de descomposición y un desempleo récord.

Con Temer se profundizó la crisis con millones de desempleados; reforma laboral contraria a los derechos elementales de los trabajadores; 63 mil asesinatos por año y 57 de activistas y líderes sociales, una media de 175 por día (el 10% del total mundial y tasa superior a la México); asesinados. Intervención militar en Río de Janeiro para intentar evitar el control por el narcotráfico y la corrupción campeando, sin salvarse ni siquiera el presidente de la República.

Frei Betto, conocidísimo activista, aporta elementos para el análisis del rumbo hacia la ultraderecha que ha emprendido la corriente predominante en esta etapa, al decir “No cabe la menor duda, excepto para el sector miope de la oposición, que los 13 años del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) fueron los mejores de la historia republicana y muchos se preguntan cómo ha sido posible, después de la promulgación de la Constitución Ciudadana de 1988 y los gobiernos democráticos de Fernando Henrique Cardoso, Lula y Dilma, que se haya elegido como presidente a un diputado federal oscuro y declaradamente a favor de la tortura.

La realidad es que los escándalos de corrupción y la dolorosa crisis han permeado la vida cotidiana, el sentimiento “anti política” se repotenció en los últimos años, se ha promovido una fuerte campaña mediática y judicial contra el PT y para justificar la prisión y proscripción de Lula, a quien sacaron totalmente de las recientes elecciones, pues sabían que de acudir resultaría vencedor absoluto.

En 13 años no se promovió la alfabetización política de la población.

No se trató de organizar las bases populares, no se valoraron los medios de comunicación ni se tuvieron iniciativas eficaces para democratizarlos y tampoco se adoptó una estrategia económica orientada hacia el mercado interno. Ganar elecciones se volvió más importante que promover cambios a través de la movilización de los movimientos sociales, se acató una concepción burguesa del estado, como si él no pudiera ser una herramienta en manos de las fuerzas populares y tuviera que ser siempre amparado por la elite.

La CIA y sus aliados han desatado una apabullante avalancha difamatoria de los candidatos de la alianza petista, que encontró un terreno fértil en las favelas y barriadas populares, que fueron siendo concientizadas por las conservadoras iglesias evangélicas, que, en los últimos 20 años, se han dedicado obstinadamente a organizar y a fungir como la cabeza de los pobres.

El PT debería haber aprendido que nunca tuvo tanta capilaridad nacional como cuando contó con el apoyo de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBS), pero no se llevó a cabo ningún trabajo de base para expandir la capilaridad y la formación de núcleos partidistas, sindicatos y de los movimientos sociales, excepto movimientos como el de los Sin Tierra (MST) y el de los Sin Techo (MTST).

Campañas de terrorismo mediático no son nuevas en Latinoamérica… En Brasil, el WhatsApp se convirtió en el vehículo preferente, para lanzar una avasallante andanada diaria de mentiras y difamaciones en contra de los petistas y diseminar centenares de fake news cada día.

La confrontación, la violencia y la sensación de inseguridad también han influido en el debate.

Es un escenario algo confuso, pero más entendible si se añade la financiación de los comicios por trasnacionales e institutos de apoyo a actividades de extrema derecha.

Sobre este particular son interesantes las opiniones que Atilio Boron recogió en Brasil antes de las elecciones, que expresan que al hablar con varios empleados, vendedores en negocios y bares, todos, sin excepción, respondieron que había que elegir si sería gobernado por el gigante Bolsonaro, que va a hacer “Una revolución para acabar con bandidos y ladrones”; o por un ladrón, Haddad. Dijeron que los petistas “se habían robado todo”, que Lula merecía estar en la cárcel, que sus hijos se habían convertido en multimillonarios.”…. Sobre el programa Bolsa Familia, que había sacado de la miseria extrema a más de cuarenta millones de personas, se expresó que fue una limosna y quieren que la gente siga como está para que ellos puedan robar a voluntad”. .“Haddad es aún más corrupto, en tanto Bolsonaro, es un patriota que ama a Brasil y con la limpieza de bandidos que va a hacer este país será grande y respetado otra vez”.

Un pueblo analfabeto político, manipulado por líderes religiosos, medios hegemónicos y redes sociales, dio su voto a los que defienden la precarización del trabajo, fin del décimo tercer sueldo, venta de las empresas estatales y otras cosas más y Jair Bolsonaro, promoviendo un discurso conservador, hipercrítico del “desorden” de la izquierda por sus capacidades de inclusión social, de género y de respeto a la diversidad, expresa la insatisfacción popular con “todo eso que está ahí” y fue electo presidente de Brasil con 57.5 millones de votos, lo que significa 89.3 millones no votaron por él.

En su primer discurso presidencial, propuso “liberar a la patria del yugo de la corrupción”; durante su campaña electoral, prometió “tolerancia cero” a la misma, aunque el plan del gobierno presentaba pocas propuestas eficaces para combatir la malversación de fondos, se promovió como un candidato “limpio” y tras la victoria, citó las privatizaciones y la desregulación como una salida para “destrabar” la economía: “Debemos desburocratizar, desregular, buscar formas que los inversores, los patrones y los empresarios puedan emplear sin tanta burocracia”.

En el plano económico, Bolsonaro aprovechó para reafirmar la defensa del “libre mercado”, la apertura al capital extranjero y la reducción del estado, que califica de “ineficiente”, o sea, un retorno al neoliberalismo o al capitalismo salvaje, parientes cercanos. Además, ha prometido revisar la demarcación de la Tierra Indígena Raposa Serra do Sol, dado que sectores se quejan de los límites legales que dificultan sus abusos, como el negocio agrícola y las mineradoras en relación con las reservas indígenas por ellas codiciadas y la protección del medio ambiente, en especial de la Amazonia.

También amenazó con retirar a Brasil del Acuerdo de París para combatir el cambio climático, si era elegido y, al igual que el presidente estadounidense Donald Trump, dijo que era desfavorable porque tendría que “pagar un precio caro” para cumplir con los requisitos.

El anti progresismo se expande por toda la región y pone en riesgo los avances de las últimas décadas, atraen parte del parecer joven y construyen líderes de opinión. El desgaste o la impotencia de las opciones “progresistas” y su entrampamiento al interior del sistema capitalista, sus debilidades frente al neoliberalismo y a las improntas capitalistas-imperialistas mafiosas, conforman un caldo de cultivo para el neofascismo y la recolonización.

La plataforma actual de la derecha latinoamericana y sus patrocinadores desde Washington, utiliza con toda fuerza la llamada “justicia”, aunque esté en manos de corruptos, para perseguir y apresar a líderes populares.

Demoró décadas para que volvieran a florecer regímenes populares. Era una oportunidad para que con una autocrítica a tiempo se recompusiera la manera de hacer política y se edificarán trincheras de ideas, bien cimentadas con la imprescindible unidad y sin coqueteo alguno con los enemigos, creadores y ejecutores de la Operación Cóndor, con sus nuevos proyectos neoliberales y de guerras de baja intensidad.

La izquierda debe haber aprendido que no basta con los beneficios a los pueblos; es necesario crear conocimiento sobre los peligros, en particular con los sectores más pobres e, incluso con la llamada clase media, que tanto se ha opuesto a redistribuir riquezas de un modo más justo, hay que sembrar conciencia por qué organizarse, para qué hacerlo y sobre qué ideas erigir el proyecto alternativo. El contexto merece la coordinación urgente de todos, para la construcción de una plataforma para lograr una visión de conjunto de los problemas y sus posibles soluciones mediante el debate.

Impedir que avancen las actitudes neoliberales aplicadas de manera radical y creciente es urgente y fundamental. Es hora de pasar a la ofensiva consciente y organizada; la unidad parece ser la única salida, sobre la base del respeto a las prácticas nacionales y sus protagonistas, es ineludible entender que divididos no se llegará a nada y así lo demuestran las recientes derrotas en el subcontinente.

El camino requiere paciencia y llegar al final parece distante pero cada paso exitoso en esa dirección es una victoria. Fracasarán nuevamente los neoliberales, los pueblos buscarán otras salidas a su explotación y si hay unidad en torno a un programa común revolucionario se tendrán nuevas oportunidades.

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