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Opinión

Administración de la palabra

Humberto Musacchio

Durante su gestión como jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador instauró exitosamente las conferencias mañaneras, Con ellas señalaba los asuntos a seguir durante ése y los días siguientes, “tiraba línea” y mantenía un eficaz contacto con la ciudadanía, empeñado como estaba en conquistar la Presidencia de la República.

Ya con AMLO como mandatario, la que fue una eficaz política de comunicación ha vuelto a aplicarse, aunque al parecer no ha tenido los resultados esperables. Los críticos del Presidente dicen que sigue en campaña y le reprochan que actúe como candidato, pues abundan las denuncias cuando que hoy su función no es denunciar, sino resolver; no prometer, sino hacer.

El resultado es que cada día el jefe de Estado abre un frente, con frecuencia de manera innecesaria. Ayer, por ejemplo, se lanzó contra el periódico que dio a conocer la carta o borrador en el que se pedía al rey de España que se disculpara por los horrores de la conquista.

Para López Obrador, el citado periódico debe decir cómo, dónde y de quién consiguió esa información, lo que atenta contra un principio básico de la libertad de prensa que es la confidencialidad de las fuentes. Incluso dijo que si las autoridades han optado por la transparencia, lo mismo deben hacer los profesionales de la comunicación. Afortunadamente, al final agregó que los periodistas tenían derecho a no revelar dónde y de quién consiguen la información, pero lo dicho ahí queda.

Las conferencias mañaneras parecen meros ejercicios de improvisación, aunque algunas preguntas, generalmente de medios y reporteros desconocidos, dejan la impresión de que han sido sugeridas por la vocería presidencial y hasta (mal)redactadas por personal de esa oficina. Se trata de preguntas que los reales o presuntos reporteros leen trabajosamente, como si se tratara de algo ajeno a conocimiento. Y en política, recordémoslo, la apariencia suele ser definitiva.

Otro punto más que discutible es el “derecho” que asiste a un jefe de Estado para debatir, de igual a igual, con sus críticos. Por supuesto, todo jefe de Estado debe hacer público su punto de vista en torno a los asuntos de mayor importancia, pero no es conveniente para él ni para el país que se ponga al tú por tú con todo crítico.

Cuando un funcionario público de alto rango actúa como su propio vocero se ve obligado a dar la cara a todos los problemas, sean o no reales. Deja de contar con el espacio y el tiempo conveniente para meditar y medir sus palabras, lo que lleva con frecuencia a equívocos, errores y versiones que van de lo discutible a lo lesivo para la convivencia social y hasta para el mismo poder.

Si el vocero se equivoca, se le enmienda la plana, y si la falta es de orden mayor simplemente se le sustituye. Pero no se puede hacer lo mismo con el jefe de Estado porque entonces se afecta al conjunto de la vida social y el interés nacional. Por eso el príncipe –para decirlo en términos de Maquiavelo– no debe estar en la primera línea de combate. No lo están los estrategas bajo ninguna circunstancia, pues sin ellos su ejército está condenado a la derrota.

Aunque suene a exageración, el gobernante ya no es dueño de su persona. Al encarnar el poder está por encima de sus gobernados, lo quieran o no él o la república entera. Incluso su persona ya no le pertenece a él, sino a la función que desempeña y, por lo mismo, está obligado a cuidar de esa persona, pues cualquier daño que le ocurra es un daño a la nación.

Las mañaneras ofrecen otra faceta poco positiva para el poder, pues muestran a un personaje con la expresión desencajada y evidentes muestras de cansancio. Es probable que todo se deba a que está mal iluminado o bien, a que las cámaras no ofrecen sus mejores ángulos, pero lo cierto es que el mandatario está acostumbrado a un ritmo de trabajo agotador para cualquiera.

Por todo lo anterior, las mañaneras deben no cancelarse, pero sí suspenderse, espaciarse. El mandatario tiene que salir a aclarar lo necesario, a orientar a sus gobernados, pero no debe bajar a la arena porque entonces deja de ser el que está arriba. Contar con una vocería eficiente es un requisito indispensable. Debemos cuidar la investidura presidencial.

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