Guadalupe Correa-Cabrrera
El Presidente de los Estados Unidos de América ha amenazado recientemente con cerrar la frontera con México en el contexto de una declarada emergencia nacional. Las imágenes que presentan los medios de comunicación y las redes sociales alimentan la percepción de una crisis fronteriza, que es en realidad una crisis humanitaria y administrativa que podría derivar en una catástrofe económica para dos naciones vecinas. Cientos de migrantes llegan cada semana a la frontera con Estados Unidos a pedir asilo, las autoridades estadounidenses parecen rebasadas, y el Presidente de esa nación hace declaraciones que causan efectivamente caos e incertidumbre en la línea fronteriza y tensan la relación con su vecino del sur.
Viví en la frontera ocho años y nunca había visto algo así. He estudiado el tema de la migración centroamericana por varios años (y en el campo) y tampoco reconozco las movilizaciones en masa de migrantes (organizadas), ni los flujos masivos de personas en busca de asilo desde esa región. Las caravanas y sus organizadores o facilitadores en la era de Trump desafían los esquemas tradicionales para entender el fenómeno migratorio. Las caravanas y el nuevo discurso de la Casa Blanca sobre política migratoria estadounidense, basado en una especie de propaganda, modificó los esquemas conceptuales básicos que teníamos hasta el momento para comprender la migración y la seguridad fronteriza en nuestro hemisferio.
No puedo olvidar las escenas del 25 de noviembre del año pasado en la garita de San Ysidro, cuando un grupo de migrantes y refugiados –que incluía mujeres y niños pequeños– intentaron cruzar, desesperados, la frontera hacia Estados Unidos. Ahí los detuvo el gas lacrimógeno arrojado por agentes fronterizos estadounidenses quienes actuaron para contener lo que Trump denominó una “invasión”. Esta escena me recuerda en algún sentido a eventos recientes suscitados en la frontera sur de México, cuando grupos de migrantes (y activistas) –muchos de ellos provenientes de Cuba o de países del continente africano– han protestado de manera extremadamente violenta (haciendo destrozos e incluso quemando efigies de presidentes) dentro de la estación migratoria Siglo 21 en Tapachula, Chiapas. Se han reportado eventos de este tipo en otras regiones de México como la ciudad de Matamoros, Tamaulipas –involucrando también a migrantes caribeños (cubanos principalmente)–, pero la cobertura mediática de dichos eventos ha sido bastante limitada.
Este tipo de sucesos también me llevan a pensar en las protestas masivas de algunos años atrás en contra de la construcción del oleoducto Dakota Access en la reservación sioux de Standing Rock (Dakota del Norte) por parte de veteranos, grupos anti-fascistas (ANTIFAS) y grupos de activistas luchando aparentemente por los derechos, las tierras y el agua de los nativos-americanos. En este caso, así como en el caso de la garita de San Ysidro el año pasado, dichas movilizaciones derivaron en reacciones virulentas por parte de las autoridades competentes (policías y agentes de la patrulla fronteriza, respectivamente).
En todos estos episodios se pueden apreciar elementos comunes. Existe también un componente claro de desobediencia civil violenta en las protestas que desata una respuesta (justificada o no) aún más violenta por parte de las autoridades. Después de analizar con mucho cuidado y comparar lo que sucedió en Dakota del Norte y en las dos fronteras de México, así como los actores involucrados y la propaganda que alentó la movilización, no puedo más que pensar en dos documentos: 1) El Manual de Operaciones Psicológicas en Guerra de Guerrillas de la Agencia Central de Inteligencia (la CIA, por su sigla en inglés) y 2) el Manual de Campo de Operaciones Psicológicas del ejército estadounidense 33-1-1 (Field Manual 33-1- –Psychological Operations Techniques and Procedures).
Estos dos documentos nos explican a detalle en qué consisten las denominadas operaciones psicológicas (OPSIC) en las tácticas de contrainsurgencia de las fuerzas armadas. Aunque los manuales antes mencionados tienen su origen en Estados Unidos y se vinculan a operaciones contrainsurgentes durante la llamada Guerra Fría (en países como Honduras, El Salvador, Panamá y Perú), es importante mencionar que las OPSIC pueden ser utilizadas en otros contextos y ser guiadas por otras naciones también.
Aprendí sobre las operaciones de contrainsurgencia del Ejército estadounidense cuando escribí un libro sobre los Zetas, pero mi maestro sobre las OPSIC es William (Bill) Yaworsky, gran amigo y excolega en la Universidad de Texas en Brownsville (hoy Universidad de Texas del Valle del Río Grande o UTRGV). Yaworsky es veterano del Ejército americano y sirvió en el primer batallón de operaciones psicológicas (Airborne-paracaidistas). En 2005 publicó el artículo titulado “Como Casandra, Yo Digo la Verdad: Operaciones Psicológicas del Gobierno de Estados Unidos en América Latina, 1987-89 (Low Intensity Conflict & Law Enforcement 13:2, pp. 135-155). En 2009 Bill amplió su investigación y escribió otro gran artículo en la revista académica estadounidense Estudios Estratégicos titulado “Análisis de Objetivos de los Insurgentes de Sendero Luminoso en Perú: Un ejemplo de las Operaciones Psicológicas del Ejército Estadounidense (Journal of Strategic Studies 32:4, pp. 651-666).
Aludiendo a Casandra, princesa de Troya y heroína de la mitología griega, Bill Yaworsky hace una crítica al relativismo postmoderno y nos “dice la verdad” sobre las operaciones psicológicas que se utilizaron como herramienta de la contrainsurgencia a finales de la Guerra Fría y en las cuales participó. Bill conoce muy bien el tema y por experiencia propia. En sus artículos nos explica todo sobre la propaganda y el análisis de objetivos que hacen las fuerzas armadas para luchar contra naciones enemigas e infiltrar movimientos sociales en guerras de baja intensidad. Aquí destacan ciertos temas que activan sistemas de inferencia en el cerebro humano tales como a) la legitimidad, b) el estatus de pertenencia o no al grupo dominante (in-group/out-group), c) las técnicas para generar percepciones de miedo o seguridad (safety/fear) y d) anuncios de “victoria inevitable”.
Un elemento esencial de las operaciones psicológicas es el estudio de las vulnerabilidades y susceptibilidades de la audiencia que se utilizan para manipular a las masas a través de testimonios falsos, temas generales que abonan al sentimentalismo, promoción y respaldo por parte de celebridades y uso intensivo de los medios de comunicación en el manejo de conciencias y distorsión de la percepción. Todo esto, aunado a un discurso divisivo desde la Casa Blanca y la presencia renovada de grupos radicales o antifascistas en las dos fronteras de México, parecen guiar la política de seguridad fronteriza estadounidense en la era de Trump.
En tiempos de fines de la Guerra Fría era más claro quién apoyaba a los grupos contrainsurgentes en un mundo bipolar, es decir, en un mundo dividido por dos ideologías contrarias y dominantes. Estados Unidos y la Unión Soviética se repartían entonces el mundo con banderas bien definidas de instaurar el capitalismo o el comunismo, mediante propaganda o contrainsurgencia, en sus regiones de influencia. Ahora mismo no queda claro el objetivo ni el origen de la propaganda estadounidense dirigida desde la Casa Blanca. Dicha propaganda divide desde dentro y llega hasta el centro de la misma sociedad americana. Una división social de este tipo podría poner en jaque a cualquier poder hegemónico. Asimismo, como nunca antes en la historia, los disturbios de corte contrainsurgente alcanzaron territorio estadounidense. Llegaron a la frontera sur de este país en forma de una crisis anunciada y quizás (en parte) “manufacturada” por su propio Presidente.
En el marco de lo que parece ser ahora un mundo multipolar, Estados Unidos sufre una crisis de opiáceos y una crisis humanitaria en su frontera con México que nos recuerda a las guerras del opio y a las tácticas contrainsurgentes aplicadas en Centroamérica y otros países del continente en la segunda mitad del siglo veinte. Recordemos que los poderes hegemónicos tienen siempre un principio y un fin. Así sucedió con la China Imperial y con la Unión Soviética. La historia se narra y se explica por ciclos que se repiten en distintas latitudes del mundo y períodos de tiempo.
Las profecías de Casandra anunciaron la caída de Troya. Casandra tenía un don, pero Apolo la maldijo y nadie creía en ella. Casandra lo predijo, ella decía la verdad, pero la consideraron loca. Al final ardió Troya y nadie se lo esperó. Así podría estar sucediendo ahora. Trump, Sanders, Ocasio-Cortés, y los movimientos radicales y anti-fascistas que se reproducen desde la protesta para ocupar simbólicamente Wall Street podrían ser un “Caballo de Troya”. Dichos movimientos cuestionan los valores fundamentales de lo “que es” e hizo a América grande.
A los científicos sociales se nos prohíbe la especulación, así como cualquier intento de esbozar una teoría conspiratoria. Sin embargo, lo que está sucediendo en Estados Unidos y en las dos fronteras de México dejan un gran espacio para ello. Las acusaciones de interferencia rusa en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos no son menores y han generado un intenso debate y polémica al interior de los círculos de opinión en ese país. Si Casandra pronosticara hoy en día la caída del Imperio Yanqui, como lo hizo con Troya, nadie le creería. Estamos quizás muy lejos de que eso suceda. Sin embargo, hay elementos para pronosticar la debacle de esta potencia eventualmente. Como Bill Yaworsky no creo en el relativismo post-moderno. La historia es verdadera y se repite por ciclos. Algún día llegará el fin del Imperio Americano. Y como la Casandra de Yaworsky, yo también digo la verdad.
(SIN EMBARGO.MX)