Alvaro Cepeda Neri
Prólogo Político
I.- Fue el discurso de Luis Donaldo Colosio Murrieta en el Monumento a la Revolución, el giro de 180 grados para deslindarse del salinismo. Deslindarse de un Carlos Salinas de Gortari y su tenebroso asesor Joseph María Córdova Montoya, quienes desconfiaron de elegir como candidato, ya fuera a Manuel Camacho Solís o a Ernesto Zedillo, pensando que el sonorense iba a ser fácil de manipular y utilizarlo como incondicional de ambos… y les “salió el tiro por la culata”. A partir de ese vibrante discurso (para el cual Colosio recabó en una cuartilla propuestas de varios políticos, periodistas y conocidos con los que se reunió), el ya candidato del PRI fue objeto de feroces presiones por parte de Salinas; utilizando como intermediario a Córdova Montoya, quien en más de tres ocasiones le pidió que renunciara a la postulación con el argumento de que su esposa Diana Laura Riojas estaba muy enferma, con dictamen médico de fallecer.
II.- Vigilado por Córdova –el franchute– tanto en la casa de campaña como en todos los pasos que daba para estar al tanto de con quiénes se reunía, los autores intelectuales del homicidio (llevado a cabo por dos sicarios), optaron por eliminarlo para suplirlo con Ernesto Zedillo, entonces dizque jefe de su campaña, aunque solamente estuvo presente en un acto. Había ya estallado la rebelión indígena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Colosio recorría el país y, cuando menos en Mérida y luego en Culiacán, Córdova lo perseguía demandándole la renuncia, a lo que Colosio no accedió; y por el contrario, había concertado una cita con Cuauhtémoc Cárdenas para desayunar en un lugar público. Córdova supo de esa reunión y ordenó que inmediatamente fuera cancelada. Los autores intelectuales del crimen planearon asesinarlo durante una gira por Sonora y como era imposible, decidieron ejecutarlo en Lomas Taurinas, un lugar ideal para matarlo.
III.- Pero el discurso del 4 de marzo, de hace 25 años, fue la bandera que esgrimió el sonorense y con la que logró resucitar el entusiasmo ciudadano y revitalizar al PRI que ya mostraba signos de una crisis político-electoral; crisis que primero tuvo abundantes manifestaciones de descrédito en el 2000 y 2006, para su total decadencia en 2018. Fue, pues, el Colosio de 1994, con su discurso, el que, resistiéndose a renunciar, dejó paso al homicidio (como aquel ejecutado sobre Alvaro Obregón, otro sonorense; aunque éste por tentar la reelección). No está en cuestión para llegar a la verdad, si fue cierto o no lo que argumentó la autoridad como dictamen oficial: que sólo hubo un “asesino solitario, y que el balazo en la cabeza del entonces candidato lo hizo girar para recibir el segundo balazo que impactó en su abdomen; como si en lugar de zapatos llevara puestos un par de patines. Lo mataron porque Colosio representaba una innovadora concepción democrática para rescatar a la República del nefasto y corrupto salinismo. Lo presionaron para que renunciara y no aceptó. Y lo ejecutaron después de una feroz persecución que culminó en los hechos del 23 de marzo de 1994.