Opinión

'Las botas amarillas”

Jorge Cortés Ancona

Un hecho escasamente visible de la Guerra de Castas es la presencia de combatientes extranjeros en la misma. Es una historia poco conocida que la Dra. Lorena Careaga Viliesid trata en un capítulo de su tesis doctoral Invasores y exploradores de Yucatán, siglos XIX y XX, publicada en forma de libro en dos volúmenes (Sedeculta-Secretaría de Cultura, 2016), y que tenía antecedentes en Serapio Baqueiro, Edward H. Thompson y unas pocas fuentes más.

Estos voluntarios y mercenarios -algunos nacidos en Estados Unidos, otros europeos emigrados- fueron contratados en Nueva Orleáns para pelear en la guerra social yucateca para el bando gobiernista. Llegaron a Sisal y de ahí a Mérida, para después encaminarse a marchas forzadas hasta Tihosuco.

En total, combatieron durante tres meses y medio en la región. Conforme a la investigación de la Dra. Careaga, empezaron siendo unos 225 hasta llegar a mil hombres, un regimiento cuyos integrantes se hicieron notorios no sólo por su aspecto físico, sino también porque en caballería atacaban de frente, a bayoneta calada, y -conforme al testimonio de Dionisio Pec, del bando maya rebelde-, eran muy valientes y “peleaban muy junto unos de otros y por eso era muy difícil matarlos”, sobre todo debido a la carencia de balas metálicas de los mayas, suplida inteligentemente por balas de barro rojo o piedritas.

Un testimonio distinto es el de Leandro Poot, otro maya rebelde, quien comentó que era fácil matar a esos blancos extranjeros por su gran tamaño y porque “peleaban en línea, como si estuvieran marchando”, pero que también inspiraban miedo por su audacia, su falta de miedo a la muerte y su magnífica puntería.

Muchos de esos mercenarios murieron en combate aunque la mayoría sobrevivió. Entre los que regresaron a Estados Unidos figura el capitán irlandés G. H. Tobin, que dejó testimonios escritos acerca de sus vivencias en la península, incluyendo su admiración por Jacinto Pat y por los soldados yucatecos, a los que consideró más valientes que los mexicanos del norte contra quienes había combatido en la invasión que nos despojó de la mitad del territorio nacional.

A su vez, los dos sobrevivientes más conocidos que permanecieron en Yucatán fueron Edward Pinkus, alemán nacido en Varsovia, Polonia, y emigrado a Estados Unidos, que se incorporó a la vida ciudadana yucateca, convertido en sastre y padre de familia con descendencia multiplicada hasta la actualidad, y Michael Foster, que casó también con mujer yucateca, tuvo un hijo y terminó hablando mejor el español y el maya que su idioma natal.

Sobre este mismo tema, me encontré con una referencia literaria, menos conocida quizá por tratarse de un autor poco leído en la actualidad: Ricardo Mimenza Castillo, sobre todo, por tratarse de un poema, publicado en un libro que sólo tuvo una edición y no es accesible ni siquiera por medios electrónicos.

El poema se titula “Las botas amarillas” y figura en el libro Heraldos, publicado en Mérida en 1914, con un estudio previo de Manuel Sales Cepeda. Dentro del estilo modernista, es un poema en versos de 16 sílabas (8 + 8), dividido en estrofas de 4 y de 5 versos de rima consonante. Se estructura como una petición que un joven hace a su tío Julián, un anciano zapatero, para que le cuente “una de esas tus sencillas / narraciones de la guerra”. El anciano encuadra su relato haciendo referencia a los inicios de la Guerra de Castas y expresa que “nuestros padres, cual varones esforzados / se lanzaron a la lucha, mal armados / e indigentes”, en los bosques donde “vibró el maya su tremenda, ¡su terrible maldición!”. Y califica esa historia como “muy triste como sombra de cipreses / y que siempre inunda en llanto la aridez de mis mejillas…”.

Obligándonos a ponernos en el contexto pro-occidentalista de la época (a pesar de que Mimenza Castillo escribió poemas de temas mayas, ya sea basados en leyendas o en las condiciones de injusticia social), consideramos co- -