Gerardo Fernández Casanova
Este lunes 1 de julio se cumple un año de que el pueblo mexicano rompió el yugo que lo mantuvo atado al régimen neoliberal depredador y se lanzó a la aventura de crear uno nuevo, inédito y más ajustado a su realidad, la propia y la global. La hazaña de la revolución de las conciencias se manifestó en las urnas y sin romper un cristal; de manera contundente, más del 53% de los votos, alrededor de treinta millones de personas, entregaron a Andrés Manuel López Obrador su confianza para que gobierne al país y a los partidos de su alianza la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión. Enorme triunfo y también enorme responsabilidad, la que se comenzó a ejercer de inmediato, cinco meses antes de la formal toma de posesión.
En lo social se cumplen a marchas forzadas las medidas de transferencia directa de recursos a los adultos mayores, a los jóvenes para estudiar o trabajar, a las familias para el cuidado de los hijos, a los mini empresarios para avanzar, a los campesinos para cultivar alimentos y para reforestar, igual que a ganaderos para aumentar la producción, con precios de garantía para granos básicos y leche. Se incrementa el salario mínimo en un 16%, cuatro veces por arriba de la inflación y se inicia el proceso de recuperación acelerada del poder de consumo; en coincidencia con el reclamo del Tratado de Libre Comercio (TMEC) y de una añeja demanda de los trabajadores, se legisla en materia de democracia y libertad sindical, dando fin a la era de la corrupción y el charrismo corporativo sindical. Con todo esto, se da soporte a una política de paz y seguridad que se complementa con la creación de la Guardia Nacional que integra a las policías militar, naval y federal para dar seguridad pública, que este domingo 30 de junio inició su importante funcionamiento.
En lo económico se actúa de manera formalmente conservadora: se respeta la autonomía del Banco de México, se garantiza un presupuesto de déficit cero, se mantiene sin cambios el régimen fiscal, se congela el endeudamiento externo, incluso se afana en su disminución. Se establece una clara frontera entre los poderes político y económico, incluso con mensajes claros de combate a la corrupción; se cancela el oneroso proyecto aeroportuario del Lago de Texcoco y se emprende una alternativa idónea de solución con un sistema que incluye la base militar de Santa Lucía, el aeropuerto de Toluca y el actual de la ciudad de México. Se combate de manera rotunda y eficaz el robo de combustible y se prioriza la recuperación de las empresas energéticas del estado (Pemex y CFE). Se eliminan las condonaciones fiscales y se refuerza el combate a la evasión.
En lo político se lucha con intolerancia contra la corrupción; se reducen las percepciones de la alta burocracia; se adelgaza el aparato y se fortalece al Estado como rector de la economía. Se legisla para eliminar el fraude electoral, para la revocabilidad del mandato y la consulta popular; se mantiene una política externa de bajo perfil, principalmente orientada a esquivar y atemperar los mandobles del troglodita vecino, aunque agresiva en lo relativo al combate a las causas de la migración, se busca el respeto internacional mediante los logros a nivel nacional (se siente vergüenza ser un país calificado de corrupto y violento).
La construcción de un nuevo régimen no ha sido un ejercicio sencillo ni de eficacia inmediata, navegando entre la obvia oposición por quienes fueron desplazados de sus privilegios y la sociedad que exige el cumplimiento inmediato de las expectativas creadas. No obstante en ese mar proceloso se avanza con firmeza, pero con esmero en no provocar un clima de crispación entre las fuerzas centrífugas; los pasos son firmes pero la mano suave; se propinan golpes demoledores pero se amortigua la caída; se difieren acciones y se aguanta la presión de sus reclamantes para dar ritmo al transcurso de los cambios.
Lo más importante en este tortuoso camino ha sido mantener vivo el soporte popular al nuevo régimen y a ello ha dedicado el Presidente una muy acuciosa atención, principalmente en un inusitado esfuerzo de comunicación directa; las conferencias de prensa de todas las mañanas de lunes a viernes y las asambleas informativas en el interior del país todos los fines de semana, cumplen cabalmente su finalidad de comunicación y presencia: el índice de popularidad supera niveles del 70% permanente, no obstante la contumaz arremetida cotidiana de la reacción de los medios informativos tradicionales, por un lado y, por el otro, la de quienes objetan obras de infraestructura necesarias pero que afectan a pueblos originarios o a la naturaleza, generalmente con razón, pero no siempre.
Hay mucho que celebrar este 1 de julio. El México Nuevo se está haciendo posible.
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