León García Soler
En Tijuana, a la sombra de las murallas fronterizas, pareció despertar de un largo sueño Porfirio Muñoz Ledo. ¿Qué estamos haciendo aquí?, parecía preguntar el viejo tribuno del largo recorrido por las veredas de la política exterior mexicana. Y de ahí a presidir las sesiones sin rumbo de la Cámara de Diputados en San Lázaro; la imponente obra inconclusa de un Palacio Legislativo que vería los más inexplicables y penosos pasos perdidos en el proceso democratizador en presente continuo.
Ahí, le cerrarían las puertas de acceso. Y en las afueras del salón se detendría Vicente Fox, el del Poder Ejecutivo en vías de transformarse en impotente facultad. Triste final para lo que fuera cesarismo sexenal; poder de una institución de solidez fundada en el reconocimiento de los que debieran ser pesos y contrapesos y se engañaron al creer que el poder era “de el Señor Presidente” y no la institución presidencial. Presa de aquellos vuelcos, expuso Muñoz Ledo la voluntad de demoler con el verbo retórico lo que se había opuesto a “su propio destino manifiesto”. Y propondría, en ese momento, desaparecer la escalinata central porque, decía, no era sino la expresión de sumisión al mayestático arribo del Presidente de turno, vía exclusiva para el triunfo anual de quien debía informar al pueblo, a través de sus representantes, del estado que guardan los asuntos de la cosa pública.
Las cosas del diseño y de simbólico repudio de una no menos imaginaria revolución, ahí quedaron. Pero la demolición de las instituciones del Estado moderno mexicano siguió aceleradamente hacia el abismo, en la marcha de tontos que tan elegantemente incorporara Bárbara Tuchman a la visión de la Historia. Así, mientras Porfirio Muñoz Ledo encontraba refugio en el cambio de ubicación frente al poder sin abandonar ni por un instante la weberiana opción de servidor público. Lo mismo bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, que para donde soplara el viento. Talento indudable. Y la experiencia de años en la práctica camaleónica: “La cercanía da influencia”. Así transcurrió el vuelco finisecular, la sucesión de Vicente Fox y el arribo de Felipe Calderón al mundo del revés en el que tuvimos el milagro de un Poder Ejecutivo sin mayoría en el Congreso multicolor del sistema plural de partidos que se autodestruiría. En menos de dos décadas.
Lo demás es ya el desencuentro que dio paso a la apabullante victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador sobre los cadáveres alineados en las boletas electorales. Con la rendición incondicional y anticipada del PRI que no encontró mejor respuesta al desprecio popular que ofrecer al elector un candidato no militante del tricolor; sin rasgo alguno del nacionalismo revolucionario al que ya calificaban los del salinismo de dolencia nostálgica. Ni modo ni manera. Dijo Pánfilo Natera. Llegó AMLO y las calles y plazas fueron escenario de lo que de inmediato llamaron Cuarta Transformación.
El coro proclamó nueva era y coronó el cambio con una frase deslumbrante: “El primero de julio no hubo una elección; hubo una revolución”. Y ahí vamos, aunque se lamenten “los fifís” recuperados de los tiempos en que las mujeres que hicieron la Revolución, La constituyente, social y popular, cantaban: “Se acabaron las pelonas/ se acabó la presunción/ La que quiera ser pelona/ pagará contribución”. Sin disparar un solo tiro, la Cuarta Transformación se proclamó heredera de la Guerra de Independencia, de la Reforma y de la Revolución que nos dejaría la Constitución de 1917; de la primera en añadir los derechos sociales a los derechos individuales. Los del PRI que entregaron la bandera ni siquiera reclamaron derechos sobre la acción revolucionaria y las instituciones que fueron cimiento del Estado moderno mexicano.
De ahí en adelante, hay un solo individuo que madruga y ejerce el Poder Ejecutivo. Y la mayoría obtenida en las urnas se reproduce como las rosas de la tilma milagrosa de Juan Diego. En la presidencia de la Cámara de Diputados, recuperaba la memoria el eterno Porfirio Muñoz Ledo. Admiración renovada, seguramente por haber pronunciado la rimbombante frase con la que anunció al mundo que con el arribo de AMLO el país estaba ya “en el año cero de la Cuarta Transformación”. No hubo suspicacia alguna entre los fieles del movimiento moreno, los leales al mando incontestable de AMLO, el hombre que lo mismo convocaba a las iglesias evangelistas a repartir en sus templos el texto moralista de Alfonso Reyes, que les ofrecía las concesiones de televisión abierta, porque lo laico debe ser también tolerante.
Y si hay quienes reclamen respeto a la Constitución que nos declara república, federal, democrática y laica. Ni modo. Hoy se respeta la libertad de expresión. Siempre y cuando se reconozca que el único individuo en quien se deposita el Supremo Poder Ejecutivo de la Unión tiene también el derecho de réplica. Sin dar lugar a librepensadores que crean en que debatir desde las alturas es debatir con ventajas. Y siempre hay diferencias en distintos niveles. Tal vez por eso, la vecindad con el racista Donald Trump hizo que la confianza ciega en que la política interna es la mejor política exterior, se pasó de tueste.
Y después de la confusión en Tijuana, López Obrador coronó de laureles a Marcelo Ebrard, le otorgó facultades extraordinarias para colaborar con Trump, contener las multitudes de migrantes centroamericanos en la frontera con Guatemala. Y los que escaparan al control de la Guardia Nacional destacada en miles en las riberas del Suchiate, serían detenidos en el Istmo de Tehuantepec. Y para colmo, hubo despliegue de la Guardia Nacional en la frontera norte, de este lado del río Bravo. Y algo más: una larga serie de tweets en los que míster Trump felicitaba a México por la tarea cumplida: Hacen más que los demócratas, diría, en plena campaña electoral en busca de otros cuatro años en la Cas Blanca.
Hay decenas de debates en el caótico desempeño de la función de gobernar y mantener en vigor la pacifista bandera de Paz y Amor. Pero lo de la obvia sumisión de la cancillería en la tarea de policía migratoria al servicio de Washington, conlleva la amarga función de la llamada Tercera Nación Libre: Recibir a los migrantes en espera de resolución judicial a su solicitud de asilo en los Estados Unidos de América. De hecho, de facto dicen los juristas, ése es el papel que aceptó México desempeñar. Y volvió a levantar la voz Porfirio Muñoz Ledo: Todo un artículo publicado en la página editorial del diario El Universal. Reproduzco aquí los dos últimos párrafos:
“El Parlamento Europeo expresó ya su profunda preocupación por la negación del derecho humano a migrar, como lo estipula el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, así como el estatuto de los Refugiados de 1951 y su Protocolo de 1967; demanda la anulación de las políticas que se limitan a detener y deportar a los migrantes en situación irregular. Considera que el Ejército no es instrumento adecuado para abordar estas cuestiones y señala que la situación en la frontera debe ser abordada por organismos internacionales y especialistas que hayan recibido una formación adecuada.
“México ha luchado durante más de 60 años por el derecho a la migración y nuestra Constitución categóricamente dice ‘toda persona tiene derecho para entrar en la República, salir de ella y viajar por su territorio’. Extraña que nuestra cancillería haya decidido acatar los twitters del señor Trump y carezca de la sensibilidad para comprender la relación verdadera que teníamos entre los pueblos y autoridades de México y los Estados Unidos. Pienso que es una falla de la columna vertebral y de una humillación no pedida. En mi experiencia como funcionario y diplomático mexicano, jamás pensé que pudiéramos transitar de una relación bilateral digna a una subordinación colonial”.
No hay calendario alguno con año cero. Pero a eso se reducirá un silencio ensordecedor como respuesta a lo dicho por Porfirio Muñoz Ledo. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquerizo: Cero más cero da cero.