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Opinión

Premios Nacionales

Alberto Híjar Serrano

La Comisión de los Premios Nacionales recibe propuestas por estos días. Formada por innombrables para evitar suspicacias, ojalá esté integrada por personajes adecuados a la Cuarta Transformación. Los indicios apuntan a una improbable mayoría de promotores culturales comunitarios. Pertenecientes a una exclusiva red de privilegiados, sólo reconocen méritos acordes con los intereses de editoriales poderosas, galerías con alcances transnacionales, centros de investigación apoyados y al servicio de consorcios transnacionales, de modo de integrar un círculo vicioso perfecto. Apenas se salvan los rubros de historia y ciencias sociales, donde pesa una tradición crítica nacional indoblegable.

El caso es que se pone a prueba el problema de la solidaridad intelectual en momentos cuando parece superada la protesta por la disminución de presupuestos en aras de una austeridad que deja en el desempleo a centenares de talleristas, secretarias, editores, en fin, la legión de quienes no figuran en menciones honoríficas y que cobraban de manera irregular previos contratos temporales sin derecho laboral alguno. Cada fin de año, cada principio de año, sufrían el último pago y la negativa para cobrar gratificación alguna, a cambio de emprender un camino tortuoso para hacer que las escasas promesas de restitución del trabajo fueran cumplidas. Hay valiosas secretarias con experiencia en trámites complejos y conocimientos de archivos, insustituibles porque los llamados “mandos medios” y las altas autoridades sin experiencia en oficinas, suelen no tener idea de toda esa memoria reproductiva necesaria para cumplir con los proyectos aprobados y los realizados en medio de mil penurias. Sé de instituciones con cajas de archivos guardados de prisa para las reconstrucciones después de los temblores que no cuentan con el personal ya cesado para restituir el orden administrativo.

Los talleristas, incluidos escritores, músicos y pintores, ajenos a los privilegios, están sujetos a contratos temporales y pagos míseros. Suelen recurrir a la solidaridad de los participantes para arreglar un local, conseguir instrumentos, contar con muebles donde guardar los medios de producción, los archivos, los trabajos ejemplares. Por ejemplo, en el Faro de Oriente, en la frontera entre Iztapalapa y Ciudad Nezahualcóyotl, un taller de fotografía ocupó un gran tubo de albañal, lo pintó en el interior y exterior y logró construir un espacio amable, funcional y muy querido por los participantes. En la música, la imaginación de los instructores y participantes tienen que multiplicarse ante aparatos de corrupción tan poderosos como la Orquesta Azteca que recibe millones en apoyo del Estado, a cambio de difundir por la televisora los conciertos como gran logro filantrópico. Así, cualquiera hace caridad, mientras los talleristas sufren todas las carencias. Es seguro que ninguno de ellos recibirá premio nacional alguno.

Nacional no se refiere al alcance geográfico, sino al sentido organizador de la nación, ese complejo dialéctico de comunidades diversas que la Secretaría de Cultura proclama como sujeto social principal. Veremos si los premios nacionales son orientados hacia el reconocimiento de los que trabajan por la nación o una vez más, reconocerán a los individualistas por su aportación a una cultura abstracta y sectaria sin más sentido comunitario que el de las cúpulas del poder de los empresarios de la cultura.

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