Guillermo Fabela Quiñones
Es necesario, en esta etapa del gobierno del presidente López Obrador, reflexionar sobre el éxito de Bolivia y el virtual fracaso de la Revolución Bolivariana en Venezuela, con el fin de que se tomen las lecciones pertinentes y evitar errores y aciertos que influyeron en los resultados de uno y otro movimiento. Sin duda, los dos surgieron del imperativo de frenar los abusos contra el pueblo de las oligarquías de ambas naciones, su entrega al imperialismo y su acelerada corrupción y descomposición social.
En nuestro país, el triunfo del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) fue la culminación, tanto de la perseverancia de su creador y dirigente, como del riesgo muy claro de que la realidad de México rebasara los límites de la lucha política, por el hartazgo de las clases mayoritarias ante el cinismo de las cúpulas oligárquicas y el ejercicio del poder político y económico de manera patrimonialista, así como una desmedida acumulación irracional y corrupta de los dineros públicos.
En Bolivia, un sindicalista campesino indígena (aymara) con firmes convicciones progresistas, Evo Morales, supo enfilar su lucha de modo que compaginara con las reivindicaciones de los trabajadores, mineros en su gran mayoría, para alcanzar el poder y afianzarlo muy pronto, antes de que la Casa Blanca pudiera valorar las posibilidades de éxito de quien no parecía tener los medios y capacidad para lograr ganar unas elecciones que parecían perdidas, menos para impulsar un amplio movimiento de masas con un sentido político y estratégico correctos.
En Venezuela, un militar carismático y con visión histórica, ajeno a las componendas cupulares del Ejército, supo liderar un movimiento reivindicador que pronto contó con vasto apoyo popular (Movimiento Bolivariano Revolucionario). Asimismo, se ganó inmediatamente el repudio de la oligarquía venezolana y del gobierno de Estados Unidos. La oposición de la derecha se hizo sentir de inmediato, a grado tal que en febrero de 1992 el comandante Hugo Chávez sufrió dos años de cárcel que le sirvieron para consolidar su proyecto. En 1998 fue elegido presidente y en 2002 sufre un intento de golpe de Estado. Fue reelecto en los comicios de 2008. El cáncer lo llevaría a la tumba pero con su muerte finaliza de hecho su proyecto de nación socialista.
El presidente López Obrador tiene características propias, diferentes a las de los dos estadistas del Sur del continente. Tiene la perseverancia y capacidad política de Morales, y también la visión histórica de Chávez. Pero en el ejercicio del poder está mostrando formas y actitudes contradictorias que desorientan a muchos de sus votantes. Se llega al extremo de que se pierden de vista sus grandes cualidades, como una férrea disciplina, incansable voluntad, visión estratégica y política poco común, por las decisiones de muy difícil comprensión, como abrir puertas a la derecha cuando la experiencia histórica nos muestra que los conservadores son insaciables.
Ahora revivió a un polémico político que hizo carrera en las filas del conservadurismo extremo, Manuel Espino Barrientos, quien fue prácticamente consejero de la pareja Fox-Sahagún, durante su mandato, y llegó a ser presidente del PAN. Ni qué decir tiene que apoyó el desafuero de López Obrador. Ahora asumirá el cargo de súper delegado en Durango, decisión que causó profundo malestar en la entidad. ¿Qué futuro puede esperar Morena en los comicios locales de 2021?
Twitter: @VivaVilla_23