Ricardo Andrade Jardí
No cabe duda de que el sistema capitalista ha logrado pasos agigantados en sus nuevas formas de control social. Formas que le facilitan la explotación extractivista no sólo de materias y recursos naturales sino de la vida humana organizada en sociedad. La uberización de la economía da buena cuenta de lo que es la auto-explotación laboral bajo el principio rector del capital: “pase lo que pase la banca gana”. Y mejor aún si el sujeto (asujetado) se auto-explota y además se siente a afortunado de su auto-explotación, incapaz de comprender la relación de explotación con quien lo explota.
En su crisis civilizatoria el capitalismo busca nuevas y adecua viejas estrategias en el control social de la masa. La denominada “Doctrina de shock”, ha logrado resultados increíbles en beneficio del control social, permitiendo en las últimas décadas la explotación de ecosistemas y humanidad a un ritmo de devastación y esclavitud asalariada o no controlable. La mencionada doctrina busca, entre otras cosas, la inmovilidad del sujeto a partir del miedo. El miedo hace del sujeto una individualidad, un yo en lugar de un nosotros, un sujeto asujetado. Y aquí podemos delinear el campo de cultivo mejor abonado para la opresión y peor aún para la auto-opresión, el miedo implantado por la manipulación de los procesos de aprendizaje o de construcción de realidad, nos enseñan desde temprana edad a que desconfiemos de nosotras y nosotros mismos y por ende de las y los otros, el miedo se arraiga en el sujeto asujetado e implanta la violencia sistémica hasta el punto de normalizarla, y normatizada la incrusta en el cerebro mismo; la estructura en nuestra cotidianidad social o íntima hasta hacerla invisible y por tanto nos impide, entre muchas cosas, la posibilidad del afecto social; es decir, la posibilidad de empatizar con el otro o la otra ante una situación determinada por la violencia sistémica, que, si bien no negamos, tampoco somos capaces de ver como anormal, como anti-natura. En ese punto podemos distinguir una de las grietas de la crisis civilizatoria actual; hemos normalizado tanto la violencia que podemos linchar sin miramientos a un grupo de mujeres por intervenir con su exigencia de justicia y vida digna una pared, un espacio público, pero no toleramos que una mujer nos hable de sus dolores de muerte: no los podemos ni los queremos ver. Asimismo podemos quemar un continente y seguir la vida como si nada pasara, o el máximo de nuestra indignación se limita a “la denuncia” en las mal llamadas redes sociales, pero no nos cuestionamos a profundidad nuestras propias complicidades en las formas de consumo, que no estamos dispuestos, no digamos a modificar, ni siquiera a cuestionar; o simplemente nos refugiamos en el cinismo y la banalidad de afirmar que: “no porque yo deje de hacer esto o lo otro las cosas van a cambiar” (el yo por delante y no el nosotras/os). Aquí gana de nuevo la trampa del sistema capitalista, el auto convencimiento de nuestro confort, pues, incluso desde el pensamiento crítico, cuando éste no parte desde la descolonización, se traga la idea de que no podemos cambiar este sistema, si acaso podemos hacer algo para que sea más amable, otra de las grandes mentiras, pues no existen capitalismos buena onda. Auto convencernos de que la cultura no puede modificarse es la mejor arma del capitalismo para fomentar subjetividades oprimidas y opresivas en confrontación con las subjetividades resistentes; en las primeras se ensayan los fascismos de todas las tendencias ideológicas, es decir: “estás conmigo o contra mí”, en las segundas se ensaya la imaginación como arma de esperanza trasformadora de la sociedad, se rompen los binarismos y los egocentrismos y se sueñan otras formas posibles o imposibles de organización colectiva. En las primeras, en las subjetividades oprimidas, nacen tarde o temprano las opresiones de la macropolítica del capitalismo patriarcal, del extractivismo voraz, por más que se disfrace de progresismo o liberalismo. En las segundas, en las subjetividades resistentes, se impulsan las micropolíticas de lucha y rebeldía, las pequeñas o grandes oposiciones a la barbarie del capital, en estas subjetividades resistentes se comprende que todo lo que no es naturaleza puede ser modificado y se ensayan las más bellas autonomías que impulsan la autogestión colectiva de la sociedad. Lo que puede ser imposible de entenderse cuando hemos optado o hemos sido cooptados por la auto-opresión, naturalizando la violencia del capital imposibilitándonos soñar a futuro fuera de la pesadilla extractivista, algo así como nuestro pequeño consenso de Washington, espejo del gran consenso de muerte y destrucción del capitalista patriarcal que rige al mundo actual.