Por Alejandro Calvillo
Existe un buen ejército de nutricionistas, ingenieros/as de alimentos y otros profesionistas que han sido educados/as bajo la ideología de las grandes corporaciones. Hay muy buenas excepciones que confirman la regla. Durante años no levantaron la voz para, por ejemplo, señalar los riesgos a la salud y a los hábitos que provocan en los/as niños/as el consumo de productos que estas empresas ponen en el mercado y las madres llevan a las mesas para el desayuno de sus hijos pensando que son saludables: cereales, yogurts, néctares, barritas, etcétera. Tampoco dijeron nada contra el etiquetado frontal que nos decía que una Coca-Cola de 600 mililitros te aportaba el 70 por ciento de tus requerimientos diarios de azúcar, cuando en realidad no hay requerimientos de azúcares agregados, solamente existe un límite tolerable que es rebasado en un 120 por ciento en esa bebida.
Sin embargo, cuando se establece un etiquetado de advertencia que le permite a esa madre saber que ese cereal de caja que le da a su hijo, que ese yogurt bebible que le pone en su lonchera, tienen exceso de azúcares agregados, alzan la voz contra el nuevo etiquetado. Dicen que el problema está en la comida tradicional, en lo que se come en la calle, que hay que educar, que la publicidad no influye en las elecciones de los consumidores, que no hay que prohibir. Llama la atención que en diversos casos, cuando hablan del etiquetado de advertencia se refieren a él como una prohibición. Es decir, la información útil al consumidor la vuelven sinónimo de prohibición. ¿Cuál es la lógica detrás? ¿cuál es la naturaleza del producto que les lleva a esa confusión?
Y a la par de que las corporaciones que comercializan yogurts naturales con 5 cucharadas cafeteras de azúcar en un vaso de tan sólo 250 mililitros, más que en una Coca-Cola, contratan a los despachos más caros de abogados para inundar el sistema judicial de amparos para impedir que se les aplique el nuevo etiquetado de advertencia a sus productos, estos/as profesionales de la salud se agrupan convocados/as para criticar el nuevo etiquetado, desconocen la evidencia científica que lo respalda, repiten los argumentos de la industria para confundir a la población, todo para un solo propósito: “sembrar la duda”.
Convertidos en los mayores consumidores de comida chatarra y bebidas azucaradas en la región de América Latina y uno de los primeros en el mundo, los mexicanos no crecimos en sobrepeso, obesidad y diabetes por la comida tradicional, lo hicimos a la par de nuestro aumento acelerado en el consumo de los ultraprocesados y en la caída en nuestro consumo de frijoles, maíz, frutas y verduras. La caída en el consumo de estos nuestros alimentos fundamentales ha sido de alrededor de un 40 por ciento en un periodo de alrededor de 30 años. Pero no, el problema no está ahí, hay que repetir lo que nos dice la industria, lo que dice Coca-Cola: el problema solamente está en el balance energético, cuánta energía consumes y cuánta gastas, no hay alimentos buenos o malos.
Pero, como lo decía la entonces directora general de la Organización Mundial de la Salud, Margaret Chan, en la Asamblea Mundial de la Salud en 2013, “Los mosquitos no tienen grupos líderes y de cabildeo. Pero la industria que contribuye al aumento de las Enfermedades Crónicas No Transmisibles sí los tienen. Cuando las políticas de salud pública interfieren en los intereses económicos creados, nos enfrentaremos con una gran oposición, una oposición muy bien orquestada y una oposición muy bien financiada”.
La doctora Chan agregó: “Muchos de los factores de riesgo para las enfermedades no transmisibles son acentuados por los productos y prácticas de fuerzas económicas importantes. El poder del mercado fácilmente se ve reflejado en el poder político. Este poder por sí solo impidió esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio”.
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“placa de Petri” para las pandemias
En el mismo sentido, el Journal of Public Health de Oxford dedicó un editorial a señalar a la industria de alimentación y las bebidas como el vector corporativo más preocupante que amenaza las políticas de salud pública. El JPH señala que: “no es sorprendente encontrar que las mayores empresas de alimentos están utilizando las mismas tácticas de la industria del tabaco para influir en el entorno regulatorio. Al igual que la industria del tabaco, las alimentarias ponen la responsabilidad del problema de salud en las decisiones de los consumidores, se oponen a la intervención gubernamental argumentando que se infringe la libertad individual…usan sus campañas de marketing social para fortalecer su reputación y promover sus marcas, oponiéndose a cualquier política efectivas”.
Sabemos bien que la principal causa de enfermedad y muerte en el mundo ya no son las enfermedades transmisibles, a pesar de las pandemias como la COVID-19, lo son las llamadas enfermedades transmisibles. Posiblemente, en un futuro vuelvan a competir las enfermedades transmisibles con las llamadas no transmisibles a ser la principal causa de enfermedad y muerte a causa del cambio climático. Sin embargo, si tomamos la declaración de la doctora. Chan podemos deducir que las llamadas enfermedades no transmisibles si son transmisibles por las fuerzas económicas cada vez más concentradas. Si partimos del hecho de que aproximadamente 140 corporaciones globales concentran el 40 por ciento del PIB global y que 700 corporaciones son dueñas del 80 por ciento de este PIB, podemos entender el poder de determinación que ejercen sobre todos los aspectos de la vida estas empresas.
De hecho, no puede entenderse el proceso de destrucción de la vida en el planeta, la agudización de la desigualdad y el estado de la salud de la población global, sin el papel determinante de estas corporaciones en la toma del poder político nacional e internacional para inmovilizar las políticas necesarias para enfrentar estos flagelos que les permiten seguir adelante. Hay que recordar que una de las mayores desigualdades está en materia de salud, no sólo en prevención y atención, también en ser menor o mayor víctima de las empresas que introducen en el mercado los llamados determinantes comerciales de la salud: comida chatarra, bebidas azucaradas, tabaco y alcohol. Las mayores inversiones de los oligopolios en estos sectores de la producción están siendo dirigidas a las naciones de ingresos bajos y medios y, al interior de las naciones, a los sectores de más bajos ingresos.
Desde la esfera más inmediata hasta la global, la información y las decisiones individuales se han venido determinando por estos intereses. No podemos desligar el desayuno de los niños del estado del planeta. Los sistemas alimentaros en los que se basa la producción de las grandes corporaciones es un sistema que destruye la tierra, la hace perder su fertilidad, contamina con agrotóxicos, provoca la pérdida de ecosistemas y la biodiversidad, significa la destrucción de los últimos reductos de selvas y bosques. Hemos llegado a tal grado de destrucción que las corporaciones que antes criticaban y rechazaban la demanda de establecer la agroecología como forma dominante de producción, , ahora la retoman para maquillar sus prácticas y hacerle perder todo su sentido como una forma de regeneración de la tierra.
Y aquí nos encontramos con el nuevo etiquetado frontal de advertencia, un muy pequeño paso para avanzar en darle mayor información al consumidor sobre lo que se lleva a la boca, un consumidor inmerso en una población viviendo una sindemia de sobrepeso, obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares, que se agudiza con la Covid 19. Una sindemia que tiene como principal causa de agudización nuestra mala alimentación.
Y se nos argumenta que la condición del deterioro de nuestra salud está causada por nuestras malas elecciones, que es un problema de educación, en fin, todo para decir que el problema radica en la persona, no en las corporaciones y en cómo han secuestrado las políticas de salud pública. Todo como si el entorno no existiera, todo como si no existiera evidencia sociológica, antropológica, muy clara de que las dietas se establecen por los paisajes alimentarios en que nos encontramos, por los gustos que se construyen. Pero nada de esto hay que decirlo cuando formamos parte de la ideología de las corporaciones, sea de manera abierta o encubierta, de manera consciente o inconsciente.
Recientemente publicamos un reporte sobre las estrategias de interferencia de las corporaciones en las iniciativas de etiquetados frontales de advertencia en diversas naciones de América Latina. Ese paso que podemos llamar pequeño frente a la dimensión del problema que enfrentamos, provoca una reacción enorme por parte de estas grandes corporaciones. Desde la movilización de un fuerte cabildeo en los poderes legislativos y ejecutivos, acciones concertadas en el poder judicial para impedir su avance, intervención de gobiernos aliados para frenarlo en la Organización Mundial de Comercio, la movilización de “columnistas” aliados y/o pagados en los medios de comunicación muy bien coordinados por las grandes agencias de relaciones públicas que contratan, hasta los profesionales de la salud y sus asociaciones que mantienen relaciones directas o indirectas con estos intereses.
Entre las estrategias más esgrimidas por las corporaciones y sus aliados en contra de las medidas que pueden afectar sus ventas está la de tratar de provocar el terror económico: van a perderse empleos, se afectará la economía, se cerrarán las tienditas, etcétera, etcétera. Hoy, Coca-Cola tiene una fuerte campaña de supuesta protección de las pequeñas tienditas, teniendo como voz y rostro a “Sopitas”, mientras en alianza con FEMSA, esta empresa extiende su red de Oxxos por todo el territorio nacional. Por cada nuevo Oxxo se cierran al menos tres tiendas familiares de barrio familiares.
La concentración de la producción, comercialización y venta de productos, es una concentración de la riqueza y una pérdida de empleos. Pensemos en la panadería industrializada de Bimbo que llega a más de 1.3 millones de puntos de venta en el país. Si ese pan que viene de la mayor empresa panificadora del mundo, se surtiera localmente de las panaderías de los barrios, se crearían muchísimos más empleos que los que se perderían en esa empresa. El dinero que se llevan las camionetas que distribuyen este producto dejaría de irse a esa empresa y se quedaría en la localidad. El oficio de panadero se transmitirá de una generación a otra, se tendría un pan con menos químicos y más fresco.
Los círculos viciosos se pueden convertir en círculos virtuosos que no sólo pueden traer beneficios a la salud y la economía, también pueden sustentarse en formas de producción que restauren el planeta.
El reto que tenemos enfrente requiere de cambios de paradigma, de lo contrario solamente se estará reproduciendo un sistema que lleva irremediablemente y aceleradamente a la destrucción de la salud y el planeta.