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Opinión

Alfredo García

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A escasos días de su inminente salida de la Casa Blanca, el presidente perdedor presenta su  fracasado legado económico y militar.

El 23 de enero de 2017 a solo 3 días de su arribo a la Casa Blanca, el presidente, Donald Trump, anunció el retiró del Acuerdo Estratégico Trans-Pacifico de Asociación Económica, firmado en 2008 por 12 países, bajo la eficiente iniciativa del presidente, Barack Obama. Su objetivo: crear un ambicioso tratado de libre comercio Asia-Pacifico y frenar la creciente influencia de China en la región. Sin embargo paradójicamente, con su histriónica decisión, Trump dejó la puerta abierta a China que sin estridencia, supo aprovechar el vacío dejado por Washington para organizar un novedoso “mercado común”, que promete ser el más dinámico del planeta.

El pasado domingo bajo el liderato de China, 15 países de Asia y el Pacífico, establecieron la Asociación Económica Regional Integral (RCEP por sus siglas en inglés), el mayor acuerdo comercial del mundo (un tercio de la economía mundial que reúne a 2,200 millones de personas y acumula una riqueza de 26, 2 billones de dólares). Y lo más curioso, varios históricos aliados de Washington: Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, junto a otros de menor cuantía como Vietnam, Tailandia, Singapur, Indonesia, Filipinas, Malasia, Myanmar, Camboya, Laos y Brunéi a pesar de las amenazas de Trump, formaron parte de la nueva alianza económica y comercial.

El 5 de mayo de 2018 en otro teatral gesto, el presidente Trump anunció el retiro del Acuerdo Nuclear con Irán, firmado en Viena el 14 de mayo de 2015 por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China, Alemania, Rusia y la Unión Europea, tras 2 años de arduas negociaciones. Tras la salida unilateral del tratado y la estrategia de “presión máxima” contra Irán, Trump logró resultados contrarios a su propósito.

Los iraníes además de resistir con heroísmo la conminación del nuevo inquilino de la Casa Blanca, respondieron con lo que mejor saben hacer como revolucionarios internacionalistas en Líbano, Palestina, Siria, Yemen e Irak. La impotencia de Trump y sus aliados árabes, se tradujo en el infame asesinato del general iraní, Qassem Suleimani y el segundo jefe de las Fuerzas de Movilización Popular de Irak, Abu Mahdi al-Muhandis, el pasado 3 de enero en territorio iraquí, provocando una violenta reacción contra la embajada de EEUU y las tropas norteamericanas por parte de las milicias iraquíes, que finalmente ofrecieron una “tregua” a condición del retiro en “un plazo aceptable” de todos los soldados estadounidenses de Irak. Un mes después EEUU firmó en Catar, un incómodo “Acuerdo de Paz” con el Talibán, para poner fin a 18 años de guerra en Afganistán.

El pasado martes en medio de la incertidumbre sobre el final del mandato de Trump o el comienzo de un autogolpe de Estado “institucional”, el secretario de Defensa, Christopher C. Miller, anunció una notable reducción de tropas en Afganistán e Irak a cambio de “promesas” de “tregua” por parte de las milicias iraquíes y el talibán, ocultando con un falso gesto de valor una humillante derrota militar en ambos países.

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