Por Dolia Estévez
La jornada electoral de hoy en Estados Unidos es extraordinaria en varios frentes. Por primera vez, casi 100 millones votaron por adelantado por correo o en persona, más de dos tercios de la votación total de 2016; la máxima afluencia de votantes romperá récord histórico; el presidente que busca reelegirse cuestiona, sin aportar pruebas, la limpieza e imparcialidad de los comicios, pilar de la democracia estadounidense; se desarrolla en medio de una mortal pandemia; no es la economía, u otro tema, la preocupación principal de la gente sino el coronavirus que ha costado 230 mil vidas y la pérdida de 20 millones de empleos.
Si bien las encuestas y los modelos presuntamente más confiables favorecen al candidato demócrata Joe Biden, el fantasma de 2016 sugiere no fiar ciegamente en los pronósticos. Hace cuatro años, los sondeos daban por hecho la elección de Hillary Clinton. El triunfo de Donald Trump sacudió. Es posible, pero improbable, que la historia se repita.
El panorama político actual es muy distinto al de 2016. Entonces, Trump era un ente desconocido, no probado. Atrajo el sentimiento antielitista. Hoy, está demostrado que es peor a tan corrupto como las élites que denunció. Prometió drenar el pantano y el pantano terminó tragándoselo. La candidata demócrata generaba escozor y hasta aversión. Trump se benefició del voto ati-Hillary. Ahora, los papeles se han invertido. El voto anti-Trump, que detesta al egoísta que ocultó la gravedad de la pandemia para no entorpecer su reelección, está con Biden.
Muchos republicanos de gran calado abandonaron al presidente para respaldar al demócrata. Creen que Trump es un hombre indigno del cargo que detenta. A diferencia de 2016, la jornada de hoy es un referéndum por la vía electoral. Las reelecciones tienden a ser eso, plebiscitos del entronizado. También es un referéndum al futuro del país. Trump y Biden tienen visiones antagónicas en casi todo. Sus posiciones chocan en política nacional e internacional, economía, migración, igualdad de género, derechos humanos, cambio climático, seguro médica y, decisivamente, en la urgencia de controlar la pandemia.
Otra diferencia son los poderosos medios de comunicación que en 2016 no escrudiñaron sus finanzas y abusos fiscales. Con excepción de Fox News y los medios propiedad de Rupert Murdoch, las televisoras y los diarios de circulación nacional no le perdonan a Trump una mentira, exageración o verdad a medias. The New York Times lo llamó, la más grande amenaza para la democracia estadounidense desde la segunda guerra mundial, y al Partido Republicano, el mayor obstáculo para que millones de estadounidenses puedan votar libremente. La vasta mayoría de los medios impresos del país ha dado su respaldo a Biden.
Lejos de explicar su programa de gobierno en un segundo término, Trump insiste en culpar a otros de sus fracasos. A los médicos por las muertes por COVID, al COVID por el desempleo, a las “fake news” por cubrir la pandemia. El legendario periodista Bob Woodward, quien entrevistó extensamente a Trump para su libro Rage, dijo a la CNN: “Hace nueve meses el presidente conocía perfectamente la fatalidad del virus. Sabía su capacidad de rápido contagio. Estaba horrorizado ante lo que venía y no dijo nada a la gente. Es lo más irresponsable que he visto en 50 años de reportero y en toda la historia”.
Trump se burla de los que usan cubrebocas llamándolos débiles. Repite que la pandemia está a apunto de desaparece y que la vacuna está casi lista. Que no hay de qué preocuparse porque sólo afecta a los adultos mayores. A los ancianos. Miente. La pandemia está peor que hace nueve meses. Los médicos pronostican un invierno negro. Una persona muere cada 90 segundos.
Intuyendo derrota, Trump se esfuerza en suprimir el voto en estados, comunidades y estratos socioeconómicos y étnicos que no lo favorecen. Se aferra a descalificar la integridad del proceso electoral. Alega, sin sustento, que el voto por correo promueve el fraude. Propaga la farsa de papeletas arrojadas a ríos y basureros como en países bananeros. Fue tal la psicosis que generó, que millones se volcaron a votar en persona sin importar esperas de 12 horas en el frio y bajo la lluvia. Nunca antes un presidente había asaltado la legitimidad de la institución electoral, corazón de la democracia estadounidense.
Si el voto popular directo bastara, Biden ganaría. Sin embargo, Estados Unidos elige a su presidente a través del anacrónico Colegio Electoral que asigna determinado número de electores a cada estado dependiendo del número de diputados y senadores que tenga en la Cámara de Representantes y en el Senado. La elección la decide, por tanto, un puñado de estados oscilantes en sus preferencias electorales. Al día de hoy, Biden lleva la ventaja en Florida, Pensilvania, Michigan y Wisconsin, los principales estados oscilantes que, con 29, 20, 16 y 10 votos electorales respectivamente, pueden definir la elección. En 2016, Trump ganó en todos. Con 11 votos electorales, Arizona es otro que Trump ganó y que ha cobrado relevancia debido a la repentina ventaja de Biden. Arizona ha votado una vez por el candidato demócrata en los últimos doce comicios presidenciales. También Texas, bastión republicano, pude sorprender.
El candidato triunfador necesita un mínimo de 270 votos de los 538 del Colegio Electoral para vencer. De acuerdo con el modelo de la reconocida encuestadora FiveFiftyEight, en un menú de 100 escenarios para alcanzar la cifra mágica, Biden gana en 90 y Trump en 10. En otras palabras, Biden tiene 90 por ciento de probabilidad de ganar contra 10 por ciento de Trump.
Comparto el pronóstico sobre la probable victoria de Biden, no sólo por las encuestas sino porque el ánimo de hartazgo de la gente es palpable. Suponiendo que se cumpla, la interrogante es, qué sigue. Trump dice que no va a conceder la derrota. Alegará fraude. Exhorta a sus seguidores, agresivos y armados, a salir a defender la grandeza de América, macartizando a los demócratas de “socialistas y anarquistas”. Amenaza con llevar una presunta disputa electoral a la derechizada Suprema Corte de Justicia. Amaga con sabotear la transición pacífica. Siembra desconfianza en un país de por sí ultrapolarizado. Si el margen de diferencia a favor de Biden es apabullante y el resultado irrefutable, será muy difícil cumplir sus provocaciones. Si la elección es cerrada, el futuro inmediato de la primera potencia puede ser tan incierto como peligroso.
Twitter: @DoliaEstevez