En la historia de la humanidad las revoluciones pueden contarse con los dedos de las manos. No ocurrió ninguna en el período esclavista y no las hubo en los veinte siglos de feudalismo europeo, ni han tenido lugar en África u Oceanía. Todas se han concentrado en los siglos XVIII, XIX y XX. Esa es también la época de los grandes movimientos contrarrevolucionarios de los cuales solo sobrevive el de Cuba.
La contrarrevolución en Cuba, aunque siempre incluyó elementos ideológicos y políticos vernáculos, no fue nunca un proceso completamente endógeno, principalmente por los intereses geopolíticos y el papel de los Estados Unidos asociados con la Isla. Ese fenómeno es el núcleo de lo que en la Isla consideran como “Actividad enemiga”.
La actividad enemiga, abierta o en forma de acciones encubiertas, está formada por acciones políticas, militares o terroristas, planeadas y ejecutadas por o bajo supervisión del gobierno, las agencias o los servicios especiales de Estados Unidos. La expresión más opulenta de ella es el bloqueo. A ello se suman los opositores que, desde Miami, por encargo o por su cuenta, ejecutan acciones de este carácter.
En conjunto, la actividad contrarrevolucionaria, ha presentado diferentes niveles de realización que en un tiempo suponía la violencia armada, mediante bandas de alzados y organizaciones terroristas fi nanciadas y armadas desde el extranjero que, contaban con la eventual invasión de Estados Unidos, la cual, al menos en dos ocasiones (bahía de Cochinos en 1961 y Crisis de los misiles en 1962), estuvo a punto de realizarse.
Como parte de esos procesos, se creó el enclave cubano de Miami, lugar en el cual muchas personas, se benefi cian económica, política y socialmente de la actividad contrarrevolucionaria, fl oreciendo la “industria del anticastrismo” que no es una metáfora.
En el plano interno, de manera circunstancial, con aquellos procesos se mezclan y a veces se confunden elementos del disenso que obedece a razones personales y asumen la forma de críticas más o menos pertinentes al sistema, al gobierno o a la administración y, es ejercida por personas descontentas que actúan por su cuenta y no participan de acciones concertadas ni violentas. El hecho de que algunos contenidos muestran coincidencia no necesariamente significa complicidad ni subordinación de unos a otros.
Incluso, suelen ocurrir asociaciones conceptuales, con los partidarios del sistema que, en la búsqueda del perfeccionamiento del orden social, desde la filosofía, la economía y la politología y otras dimensiones, puntualmente realizan evaluaciones negativas que dan lugar a coincidencias circunstanciales no deseadas. Se trata de factores que, en momentos como los actuales, pueden dar lugar a graves confusiones.
El instante por el que atraviesa la sociedad cubana en la cual se solapan una situación económica crítica derivada del recrudecimiento del bloqueo estadounidense y la inefi ciencia del modelo económico, la pandemia, los esfuerzos por introducir reformas y la necesidad de lograr la coherencia necesaria para lidiar con el cambio de administración en los Estados Unidos que puede ser favorable, requiere más que nunca de estabilidad y cohesión social.
En la coyuntura, es de vital importancia que los operadores políticos e ideológicos a cargo de los medios de difusión y del diseño de campañas políticas, apliquen una “sintonía fi na” que les permita una actuación efi caz, justa y moderada, de la cual los adversarios del proceso y el imperio no puedan benefi ciarse.
Un resultado lamentable y políticamente peligroso es que los elementos que forman la compleja trama política, ideológica, social e incluso económica del momento y que dan lugar a una coyuntura desfavorable sean medidos por un mismo rasero dando lugar a equívocos que generen inestabilidad, falta de cohesión, incluso desunión. Allí y ahora también hay patriotas y militantes puntualmente críticos que merecen un trato a la altura de su condición.
Por Jorge Gómez Barata