Opinión

Relevo en Washington

Foto: Por Esto / Por Esto!

En la diplomacia, el mensaje son las formas. El relevo de una probada profesional, que en dos años se ganó el respeto de republicanos y demócratas, por un político de cuota de poder, no pasó desapercibido en esta capital. Menos de 24 horas después de que la Embajadora Martha Bárcena anunciara su jubilación anticipada, Andrés Manuel López Obrador ya tenía sucesor: Estaban Moctezuma Barragán.

La decisión no fue a bote pronto. Hacía tiempo que la intención de AMLO era nombrar al Secretario de Educación si Bárcena decidía no quedarse por un tiempo más, como hubiera querido el Presidente. Sólo los aludidos personalmente sabían. Marcelo Ebrard se enteró junto con el resto del país.

En las tres décadas de corresponsal en esta capital, me ha tocado tratar con 12 embajadores mexicanos: Gustavo Petricioli, Jorge Montaño, Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, Juan José Bremer, Carlos de Icaza, Arturo Sarukhan, Eduardo Medina Mora, Miguel Basáñez, Carlos Sada, Gerónimo Gutiérrez y Martha Bárcena. Cuatro del Servicio Exterior Mexicano y ocho designaciones políticas.

Si medimos el éxito de sus respectivos desempeños en términos del acceso de interlocución del más alto nivel que tuvieron, habría que concluir que Petricioli, Montaño, Sarukhan y Bárcena, han sido los más exitosos. Los tres últimos, embajadores de carrera. Petricioli y Montaño fueron los únicos que tuvieron el privilegio de entrevistarse a solas con presidentes, George Bush padre y Bill Clinton respectivamente; Sarukhan tuvo trato directo con Hillary Clinton; Bárcena con Jared Kushner, el primer yerno.

Su relación cercana y la confianza de quienes en su momento detentaron el poder Ejecutivo fue clave para crear la percepción de que eran los ojos y oídos del Presidente. Las puertas se les abrieron en una capital donde 150 embajadores diariamente se disputan limitadas cuotas de interlocución en los altos niveles.

La coyuntura actual la vivimos hace 25 años. Carlos Salinas también apostó abiertamente a la reelección de George Bush padre. El triunfo de Bill Clinton tomó por sorpresa a buena parte del Gobierno. Montaño era uno de los pocos en los sectores del poder, si no el único, con vínculos políticos con influyentes miembros del partido demócrata. Como representante permanente de México ante la ONU, cultivó lazos con su contraparte estadounidense Bill Richardson, político cercano a Clinton. La misión de Montaño fue limar asperezas con los demócratas, molestos por la preferencia de Salinas por los republicanos.

Petricioli fue el artífice de la “reconciliación histórica” del TLCAN; Montaño, el negociador de la reconciliación con los demócratas y del aterrizaje del TLCAN; Sarukhan, el eficaz operador diplomático del calderonismo; y Bárcena, la pariente institucional del Presidente que navegó habilidosamente aguas turbulentas y rompió el techo de cristal. Fue la primera mujer en el cargo en dos siglos.

Moctezuma es un caso atípico. Su designación, versa el consenso, es un favor político a Ricardo Salinas Pliego, el tercer hombre más rico de México, a quien sirvió durante casi dos décadas. Está más cerca del dueño de TV Azteca que del Presidente. Su principal relación será la Cancillería. La legación más transcendental de la diplomacia mexicana —la llamada joya de la corona— usada para saldar cuentas políticas.

No conoce el funcionamiento de la política estadounidense o a los grupos que ostentan el poder o a los intereses fácticos que imponen agendas. No existe registro de que haya viajado a Washington en misión oficial durante su larga carrera en el PRI o en su condición de miembro del Gabinete de la 4T. Se asume que habla inglés, pues cursó estudios en la Universidad de Cambridge en su juventud.

Si bien el despacho en el segundo piso de la Embajada de México sobre Avenida Pennsylvania ha tenido su cuota de advenedizos, que han sacado adelante el trabajo, unos mejor que otros, esta vez no habrá tiempo para curvas de aprendizaje. “Moctezuma viene a un campo minado”, me dijo un observador.

Entre las minas con potencial explosivo destacan las reformas a la Ley de Seguridad Nacional que acotan las actividades de los agentes extranjeros, con dedicatoria especial para la DEA, la ausencia de una estrategia coordinada de combate a los carteles y la implementación de las controvertidas mejoras laborales negociadas en el T-MEC, entre otras.

Enviar de emisario a una persona con el deslucido currículo de Moctezuma engrana con la visión errónea de considerar a los demócratas en general, y a Joe Biden en particular, adversarios injerencistas. Hay individuos dogmáticos e ignorantes en el primer círculo presidencial que alimentan la aversión hacia los demócratas y que siguen secando lágrimas por la derrota de Trump.

AMLO quiso creer que los resultados de los comicios –que mostraron la solidez de las instituciones electorales pese a la embestida legal del perdedor– podían revertirse. Anticipaba cuatro años más para el amigo con quien forjó una extraña empatía contra toda lógica. En contrapartida, culpa a los demócratas por el fallido operativo Rápido y Furioso, pese a que fue invención de los republicanos, y de no haber apoyado un recuento en la disputa electoral de 2006 contra Felipe Calderón.

Es poco probable que la situación derive en choque frontal con el Gobierno de Biden. Las prioridades del Presidente entrante son la pandemia, el desempleo masivo, la crisis climática, la creciente amenaza de terrorismo de derecha y el racismo; en la escena internacional, las agresiones de Rusia, China y Norcorea.

Con México, Biden tendrá paciencia. Dejará los temas mexicanos a los profesionales del Departamento de Estado y de la Embajada en México. Buscará volver al código bilateral de comunicación y formulas de solución de conflictos que históricamente ha permitido resolver situaciones difíciles intrínsecas a la compleja y asimétrica relación. La vecindad es inevitable y la relación ineludible.

La titularidad de la Embajada será para Moctezuma el reto de su vida. Llegará a una ciudad que no conoce ni lo conoce. “Conozco a Esteban, pero no bien. En las últimas casi dos décadas creo que ha trabajado para Ricardo Salinas Pliego. Lo recuerdo como alguien políticamente brillante y equilibrado”, me dijo James Jones, Embajador de Estados Unidos en México de 1993 a 1995.

El ámbito de acción de Moctezuma ha sido la política interna. Fue el operador mil usos de Ernesto Zedillo en una época en que el PRI luchaba por mantener su hegemonía.

Cables confidenciales de la Embajada de Estados Unidos destacan su opacidad y subordinación a Zedillo. Un comunicado confidencial, fechado en mayo de 2000, reporta que Fernando Gutiérrez Barrios, con quien los diplomáticos estadounidenses se reunían regularmente, se quejó de la falta de “cualidades de liderazgo” de Moctezuma quien, tras la derrota de Francisco Labastida en el debate con Vicente Fox, fue “rebajado” de coordinador de la campaña a coordinador de la agenda del candidato.

Otro cable firmado por el Embajador Jeffrey Davidow en abril de 1999 cuestiona su relevancia en la contienda: “Moctezuma es meramente la opción de último recurso de Zedillo… Ocasionalmente le permite posar como aspirante presidencial. Recientemente, el ex secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios comunicó a la Embajada que, cuando se trata de la sucesión presidencial, los mexicanos esperan ‘drama’, es decir, la apariencia de intrigas políticas y competencia para volver las cosas interesantes”.

Moctezuma no tendrá margen de error. Deberá tejer fino y quemarse las pestañas. Aguantar un ritmo de trabajo al que no está acostumbrado. El tiempo dirá si su paso por las orillas del Potomac aumentará el cementerio de los grandes puestos con pocos resultados.

 

Por: Dolia Estévez