Opinión

LA NOTA COLOMBIANA

 

Tomo prestado el título de la extraordinaria novela de espionaje de John Le Carré para referirme al supuesto descubrimiento hace tres días de un entramado de espionaje manejado por diplomáticos rusos.

Parece que nos estamos convirtiendo en tierra fértil para el espionaje internacional: apenas se difundió la contratación de un espía israelí por el presidente de la República a finales de los ochenta del siglo pasado, del cual hablé en mi columna anterior, cuando explota ahora una rocambolesca historia de espionaje ruso.

Con una premura que ya quisiéramos en el manejo de la burocracia el gobierno expulsó a dos diplomáticos rusos acusándolos de ser espías. En represalia el gobierno ruso, con tan larga experiencia en estos asuntos expulsó a dos diplomáticos colombianos a quienes dio plazo de 24 horas para abandonar el país. Como el siguiente vuelo a Bogotá saldría luego de vencido ese plazo, el embajador colombiano solicitó un aplazamiento de horas para cumplir la solicitud, pero le fue negada: los diplomáticos expulsados debieron esperar en la sala internacional del aeropuerto varias horas hasta la salida del avión.

Pero ¿Qué puede querer Rusia de Colombia que deba manejarse de manera subrepticia? Ya está lejos la crisis de los misiles de 1962 y queda muy difícil vincular a Cuba a un nuevo episodio con ese lejano país tratando de involucrarlo, como siempre sin comprobación, al apoyo a los grupos armados ilegales de izquierda o simplemente facinerosos que cada día parecen aumentar en nuestro platanal. Y el partido comunista colombiano a quien siempre han acusado de caja de resonancia de Moscú, está abiertamente desligado de cualquier actuación ilegal, comprometido con el éxito del proceso de paz que desmovilizó a las Farc, su antigua simpatizante.

Colombia no es Venezuela, donde el torpe manejo de Estados Unidos hace inclinar la balanza de las simpatías internacionales hacia un acercamiento con Rusia. Los derechosos gobiernos colombianos están bastante lejos también de los  de Ortega, Evo o Correa.

Es conocido que Italia, Berlin, Países Bajos y otros cuantos han tomado medidas contra supuestos espías de Moscú. Pero ¿Podrá Colombia, como dice el gobierno aquí, servir como punta de lanza para un copamiento de América Latina por Rusia? La Dirección Nacional de Inteligencia –DNI- informó que la actividad de espionaje se ha desplegado durante tres años, lo cual habría descubierto en colaboración con la inteligencia británica y estadounidense. Asegura que  Rusia habría aprovechado el flujo creciente de migrantes venezolanos para introducir sus agentes y vincula ese hecho con el aumento de miembros de la embajada rusa en Colombia y cita como una base de sus conclusiones que uno de los diplomáticos rusos utilizaba siempre rutas distintas y rebuscadas para sus desplazamientos y tardaba hasta siete horas, para evitar que lo siguieran. Pero eso parecería indicar un sesgo profesional de personas dedicadas a esas labores que nunca logran recuperar la frescura de la espontaneidad. Sin caer en la ingenuidad de pensar que entre los miembros de la embajada no hay ninguno de la inteligencia rusa. Pero eso es distinto a asegurar que haya una trama de espionaje con miras a las próximas elecciones. Una de las fuentes de la DNI informó que uno de los supuestos agentes le dio un sobre con 10.000 dólares. Si eso es así, esta debe ser la operación de inteligencia más barata que haya desarrollado país alguno.

El gobierno ha dado a entender que el interés estaría en la explotación de minerales -aunque es china la que ha logrado insertarse en ese filón- y ha dicho que no permitirá injerencias en el próximo proceso electoral en 2022. Como ocurre usualmente, Putin declaró que la acusación es falsa, que no corresponde al tradicional relación amistosa entre las dos naciones y Duque por su parte ratificó el espíritu de cooperación entre ambos países.

Este ardor actual del gobierno colombiano para encontrar espías contrasta con su comportamiento frente a Estados Unidos: esa embajada cuenta con miles de funcionarios, varios de ellos vinculados a agencias de inteligencia y no se ha visto ninguna reacción ni de este gobierno ni de los anteriores para pedir siquiera explicaciones. Durante el gobierno de Ernesto Samper el embajador Myles Frechette conspiraba abiertamente contra el presidente; la única vez que no le creyeron fue cuando el año pasado, ya en su retiro norteamericano, dijo que cuando era embajador lo buscaron varios personajes importantes de la política nacional para contarle que querían dar un golpe de estado y él concluyó que cuando Álvaro Gómez, el líder conservador, se negó a encabezarlo, lo asesinaron. Pero eso no lo aceptaron porque la familia de la víctima, de extrema derecha, no acepta otro culpable que el entonces presidente, para que se declare crimen de Estado.

Hay otro antecedente llamativo: en el año 2000 se comprobó que el coronel Hiett, jefe del equipo militar de esa embajada, enviaba cocaína a Estados Unidos en la valija diplomática y no hubo siquiera una nota de protesta del gobierno colombiano.

Con lo que se ha sabido, esto más se parece a la novela de Graham Green Nuestro hombre en la Habana, donde un vendedor de aspiradoras varado, contratado como agente por un servicio de inteligencia extranjero, inventa reportes con el lenguaje del movimiento de su oficio de vendedor, los cuales son tomados en serio hasta conformar una falsa trama de espionaje.

En todo caso si el interés de los rusos es participar de alguna manera en nuestra próxima contienda electoral les estaríamos muy agradecidos si nos ayudaran a desenredar esa madeja a la cual todavía no hemos podido encontrarle la punta.

Por ZHEGER HAY HARB