Al participar junto a una multitud de jóvenes en un parque de La Habana en una “tangana”, el presidente Miguel Diaz-Canel manifestó: “Quienes diseñaron la farsa de San Isidro se equivocaron de país…” Lo cual, no solo es cierto, sino que contiene elementos que pueden revelar la esencia de la respuesta a la trama.
“Se equivocatron de país…”, porque si el propósito era poner en marcha el guión de un “golpe de estado blando” o de “revolución de colores”, obviamente, no existen en Cuba las premisas sociales y políticas para eventos semejantes. “Se equivocaron de país” porque, como el “necio”, hay muchos cubanos dispuestos a morir como vivieron.
Tales eventos progresaron en países políticamente divididos, en los cuales actúan poderosos partidos y organizaciones opositoras, generalmente frente a gobiernos y liderazgos vulnerables, desgastados por la corrupción y los erróneos desempeños. Así ocurrió entre otros lugares en Yugoslavia, Georgia, Ucrania, Túnez y otros países. Debido a la naturaleza de su sistema político, en esos escenarios, más o menos abiertamente y con tolerancia ofi - cial actuaron, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) la USAID, y la National Endowment for Democracy, así como servicios de inteligencia y ONG extranjeras.
Si bien la entente formada por los elementos más reaccionarios de la administración Trump, la contrarrevolución de Miami y los servicios especiales de los Estados Unidos vinculados a la actividad anticubana, carecen de capacidad para introducir en Cuba los agentes y los recursos necesarios para movilizar fuerzas sociales y organizar eventos políticos de masas, pueden fomentar o aprovechar incidentes aislados y utilizarlos en función de objetivos mayores.
Considerado en sus exactas dimensiones, el evento de San Isidro, el cual nunca sobrepasó las 15 personas, no rebasó los límites del barrio, no sumó en sus fi las ninguna personalidad relevante ni enarboló programa alguno, carece de base social y de capacidad de convocatoria para signifi car un peligro para la estabilidad del país. Lo mismo ocurrió con la concentración de jóvenes intelectuales y artistas en las inmediaciones del Ministerio de Cultura que no fue un atentado contra el gobierno, sino un reclamo esencialmente gremial, por cierto, no fue el primero.
Entre ambos fenómenos no existe vínculo orgánico ni compromiso ideológico sustantivo, en primer lugar, porque se trata de personas distintas, con agendas diferentes que se conectaron por una reacción solidaria derivada de que en San Isidro se divulgó que hubo varias personas en huelga de hambre, una acción individual extrema ante la cual la opinión pública tiende a sentir compasión y concita la solidaridad, cosa que hicieron los reunidos frente a Cultura que solo pidieron al viceministro que “se interesara por su situación”.
A esa imbricación, esencialmente circunstancial, se sumaron la parte más agresiva de las redes sociales, el personal de la embajada de los Estados Unidos en La Habana, incluyendo al embajador en funciones. Al conjunto se añadió ciertas dosis de inexperiencia política, buena fe y confi anza en las instituciones, incluso alguna ingenuidad que dio lugar a una peligrosa colusión anticubana.
Sin que exista una explicación para ello, la propaganda política ofi cial que, a mi juicio, debió trabajar para disolver el vínculo entre los eventos de San Isidro y el Ministerio de Cultura, tratarlos por separado, como correspondía, y desacreditar la idea de que la Revolución puede ser abortada desde dentro, se involucró en una campaña que sobredimensionó ciertos factores.
Debe quedar claro que el proceso revolucionario cubano que reconoce la necesidad de democratizar la sociedad, hacer más inclusivas sus organizaciones políticas, sociales y de masas, las asociaciones culturales y las corporaciones profesionales, no puede ser impresionada por fuegos de artifi cio. Todavía hoy para confrontar a la Revolución cubana hay que hacerlo en zafarrancho de combate.
Por Jorge Gómez Barata