Hay una respuesta corta a esa pregunta: porque los ataques en contra de periodistas y medios de comunicación son considerados como violencia terrorista por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) y por el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas contra el Terrorismo (START) de la Universidad de Maryland que publica la base de datos más empleada en el planeta para medir esa clase de violencia. Ese tipo de atentados registraron un incremento durante 2019, el último año medido. Vale la pena recuperar algunos elementos de esa discusión.
Antes, se necesita intentar despolitizar el uso del término “terrorismo”. Para los estudios sobre seguridad y paz, el terrorismo es una categoría de violencia muy específica. Su distinción no se encuentra en el “monto” de violencia cometida, sino en otros factores. Entender la diferencia importa pues ello nos permite proponer soluciones más adecuadas para mitigar sus efectos.
El terrorismo no es violencia que causa terror, sino violencia cometida PARA causar terror. Las lamentables víctimas inocentes (civiles o no combatientes) y el terror que provoca su dolor, son empleados como meros instrumentos para —a través de la conmoción emocional o miedo colectivo provocados en terceros— canalizar mensajes, impactar en la psique social, producir afectaciones a las actitudes, opiniones, a la conducta, y así, inducir cambios en la toma de decisiones de una comunidad, un país o sus dirigentes. En la mayor parte de la literatura sobre terrorismo, se explica que lo que mueve a los perpetradores de esta clase de violencia son metas políticas.
No obstante, las perspectivas se han ido moviendo. Por ejemplo, las bases de datos de la universidad de Maryland mencionadas arriba, y el IEP que publica el Índice Global de Terrorismo, indican que la meta de los perpetradores puede ser política, religiosa, económica o social.
Es posible polemizar al respecto. Pero a la vez, la idea de que la comisión de violencia por parte de las organizaciones criminales que operan en nuestro país es únicamente motivada por factores económicos, también necesita complejizarse. En efecto, la mayoría de los ataques carece de uno o varios de los componentes del terrorismo clásico. No obstante, hay algunos eventos que sí se le asemejan bastante. Por consiguiente, yo he elegido usar el término “cuasi-terrorismo” para describir a algunos de esos ataques.
Para el IEP o para START, los ataques contra medios y periodistas parecen rebasar esta polémica pues se trata de atentados en contra de actores de la sociedad civil cuya labor es informar, cometidos con el objeto de infundir miedo y enviar mensajes no solo a las víctimas directas, sino también a terceros, al respecto de lo que se debe o no se debe comunicar y de esa forma, impactar la conducta y la toma de decisiones no solo de esos medios y periodistas, sino de la sociedad en su conjunto.
El aumento de este tipo de ataques (durante 2019, el último año medido), nos coloca en el sitio 43 del Índice Global de Terrorismo de un total de 163 países evaluados, 5 por encima del año anterior y es importante reflexionar al respecto, tanto por el proceso psicológico que lleva a los actores violentos a la comisión de ese tipo específico de violencia, como por los efectos psicosociales que, de manera intencional, esos actos producen en la sociedad en su conjunto. Todos son componentes de la situación que padecemos y, por tanto, no pueden ser obviados si en verdad hablamos seriamente de construir la paz en nuestro país.
Twitter: @maurimm
Por Mauricio Meschoulam