Lic. Michael Vázquez Montes de Oca
Con el final del año 2019 nuevos datos han emergido sobre la pobreza y la desigualdad, en América Latina y el Caribe en particular.
Organismos e instituciones ofrecen diferentes números sobre el tema, pero coinciden en que resultan preocupantes. El Banco Mundial señala que más de 700 millones de personas viven en extrema miseria (con menos de un dólar con 90 centavos al día) que aún representan más del 10% de la población, y los países más desiguales de América Latina son: Honduras, Colombia, Brasil, Guatemala, Panamá y Chile.
Informes de Naciones Unidas suscriben que uno de cada cinco habitantes del mundo vive en situación de penuria, no tienen acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o de salud, además de soportar carencias incompatibles con una vida digna, 7 de cada 10 personas que mueren de hambre son féminas, que constituyen el mayor grupo de los trabajadores pobres.
La Organización Internacional del Trabajo publicó que en los países emergentes y en desarrollo hay al menos 159 millones de desempleados y otros 730 millones que no poseen un trabajo oficial. Otros revelan que entre el 20% y el 50% de los que habitan en zonas urbanas viven en condiciones de hacinamiento masivo, violencia y marginalidad; no tienen acceso a servicios básicos; en las áreas rurales, más del 60% no dispone de ellos y el 50% carece de agua potable, lo que eleva en más del 40% los riesgos de muerte por diarrea, cólera, fiebre tifoidea y otras enfermedades transmisibles.
La economía global no ha crecido por encima del 2% anual desde la crisis de 1998 y en algunas regiones ha decrecido o el incremento ha sido tan bajo que no garantiza el desarrollo; 17 mil niños mueren cada día de enfermedades curables, mientras que los gastos militares anuales ascienden a más de 1.7 millones de millones de dólares.
Obviamente la pobreza está íntimamente ligada al hambre y la malnutrición. De ésta última más de 820 millones de vidas la sufren, particularmente en Africa y América del Sur, donde nuevos datos indican que la grave inseguridad alimentaria está en aumento. No hay que confundir hambre y desnutrición; puede satisfacerse el deseo de comer, pero que no aporte los requerimientos alimenticios necesarios y eso origina en muchos casos la muerte o enfermedades graves y mentales.
Hoy se sabe que la humanidad por lo general está desnutrida y carece de micronutrientes clave, afecta a 155 millones de niños menores de cinco años y de ellos 122 millones con retraso del crecimiento viven en países en conflicto, produce anemia en las mujeres en edad reproductiva o sobrepeso en las adultas y los progresos respecto a las metas evolucionan con lentitud.
En Latinoamérica los niveles muestran una leve tendencia al alza, por el escaso crecimiento económico, mayor presión inflacionaria y disminución de la capacidad para generar y formalizar empleos lo que se ha acrecentado en la mayoría de los países; según un estudio de CEPAL vive en indigencia un 2%, 22% en pobreza y 17% en vulnerabilidad y el porcentaje se incrementa entre indígenas, afrodescendientes, discapacitados, adultos mayores, mujeres y niños.
Se trata también de desigualdades; el 20% de los habitantes del planeta está excluido de la gran explosión de consumo, una quinta parte de los de países de mayor ingreso cubre el 68% del total de los gastos en el consumo, mientras que igual proporción de los más pobres lo hace sólo en un insignificante 1.3%.
Un informe de la OXFAM analiza las diferencias y cómo éstas se ven agravadas en parte por la carga que recae sobre las mujeres, quienes realizan trabajo mal o no remunerados y plantea que los gobiernos pueden y deben construir una economía humana que sea feminista y que beneficie al 99%, no sólo al 1%. También expone que el 82% de la riqueza mundial generada en 2017 quedó en manos del uno por ciento más rico, la brecha se acentuó de manera dramática: el 50% vive en penuria y no percibió ninguna mejora en sus finanzas así como que en América Latina y el Caribe el 10% más rico acapara el 68% de la riqueza total y las fortunas de los milmillonarios se incrementaron en 155 mil millones de dólares, lo que sería suficiente para acabar casi dos veces con el hambre y la mala nutrición en la zona.
La tierra se encuentra cada vez más concentrada en menos manos y sometida a un modelo de extracción y explotación de los recursos naturales que, si bien ha ayudado a crecer a las economías, también ha acentuado la desigualdad. El 1/% de las fincas más grandes de América Latina acapara la mitad y el 80% cuenta con sólo el 13% del territorio, lo que constituye una de las causas y sin políticas que aborden este reto no será posible reducirla; “es un orden social arraigado y más cercano al feudalismo que a una democracia moderna”.
En relación a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, lograr el hambre cero no avanza como debiera y la meta de disminuirla para el 2030 es casi imposible. Estudios realizados por la FAO muestran que se produce suficiente comida para que todos dispongan de la necesaria para disfrutar de una vida sana y productiva.
El mundo de hoy continúa siendo un dinámico centro de contradicciones. Por una parte, el hombre se mueve en el espacio extraterrestre, la ciencia se desarrolla, se perfilan programas de vida en el futuro y, por otro, la vida cotidiana de la gran mayoría de la humanidad carece de muchos bienes fundamentales (alimentación, salud, educación, vivienda, seguro social) indispensables para vivir.
La contradicción más aberrante en ese loable empeño es que mientras unos buscan la paz, la convivencia y se esfuerzan por que se goce del debido sustento y no mueran, otros hacen la guerra y siembran conflictos y así ni en el 2050 se hará realidad lo del hambre cero, eso es, si antes las ansias de poder de algunos no multiplican por cero al planeta.
Los enormes arsenales nucleares y convencionales y el gasto militar anual desmienten a los que afirman que no hay recursos para eliminar la pobreza y el subdesarrollo, ya que con sólo una fracción de ese monto podrían solucionarse los problemas más acuciantes que azotan a la humanidad y los índices demuestran a las claras el profundo fracaso del sistema que se le ha impuesto a la humanidad y la culpa es del capitalismo, su forma de encauzar la producción y la vida en sociedad, que está en crisis.
América Latina, la región más desigual del capitalismo, aún no ha encontrado su modelo de desarrollo sustentable; sigue dependiendo de sus exportaciones, sujetas a los intereses de las naciones metropolitanas y a las oscilaciones del mercado, sus índices vuelven a resultar preocupantes tras una década de reducción, debido a la evasión fiscal y el recorte de programas sociales; los capitalistas vienen a ella para dominar sus riquezas naturales, para aumentar la explotación de su mano de obra; hay más necesitados, desempleados y hambrientos que en los peores tiempos de su historia, el neoliberalismo se ha aplicado con ortodoxia doctrinal, el crecimiento de la etapa neoliberal no va más allá de la mitad del obtenido con políticas desarrollistas, no tenía deuda al inicio de la postguerra y actualmente es la más alta por habitante, sus indicadores permanecen inferiores a aquellas de los primeros decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial y eso a pesar de la reducción masiva de los salarios reales.
Gracias a la instalación de gobiernos progresistas en el continente, millones de latinoamericanos salieron de la escasez, pero los que salieron, pero no lograron incluirse en la clase media, podrían perder lo poco que obtuvieron. El recorte de las políticas sociales actual ha influido en un reempobrecimiento, en especial en los países en que han ocurrido golpes parlamentarios (Honduras, Paraguay y Brasil) y aquellos gobernados por presidentes neoliberales, como Argentina y Chile.
Realmente, las privaciones de la población son inaceptables. Los desafíos son enormes y la realidad se muestra adversa, pero la primera tarea debería ser evitar la desmovilización de las fuerzas políticas y movimientos sociales y los reveses no deben servir para argumentar contra la viabilidad y pertinencia de los procesos progresistas.
No existe posibilidad alguna de pactar con el imperialismo y mantener la viabilidad de los cambios y la sostenibilidad de la justicia; pese a los avances, derrotas tan importantes como el golpe de estado en Bolivia o el duro revés electoral del Frente Amplio en Uruguay y la subsistencia de gobiernos de derecha totalmente plegados al imperio, demuestra que el enemigo imperialista conserva una gran capacidad de hacer daño y aprovechar los errores y puntos débiles. Sería imperdonable que los movimientos populares no asumieran una actitud autocrítica.
Asuntos de vital importancia son la unidad de la izquierda, garantía del triunfo y de la sostenibilidad de los proyectos y contar con un programa político, herramienta para convocar y para movilizar e incluso para elegir a los líderes de los procesos de cambio.
En esta coyuntura se hace más pertinente y decisiva la solidaridad y el fortalecimiento de la integración de América Latina y el Caribe porque de ella depende la supervivencia de su soberanía y por ello, espacios de articulación política e integración como el ALBA y la CELAC, son instrumentos fundamentales para defender los procesos progresistas y enfrentar los planes imperiales, la CELAC en particular, por ser el ámbito de coordinación más abarcador, que cuenta con la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz y convoca a la unidad en la diversidad.
Como acaba de decir el ex Presidente José Mujica, es necesario no evaluar la pobreza “matemáticamente”. “El hecho de tener un televisor hace años sería impensable para el más rico y hoy en día, hasta un pobre puede tenerlo, pero eso no significa que no siga siendo pobre”, ejemplificaba. “Dicen que hay menos pobres y no se dan cuenta de que el mundo es mucho más rico”.
Los pueblos de América Latina y el Caribe deben volver a jugar un rol activo hacia esa nación humana que lucha por el fin de las preeminencias y el sojuzgamiento. La paz, la cooperación y colaboración entre los pueblos, la reivindicación de la soberanía arrebatada, el rechazo a la colonización económica, política y cultural, la reparación por siglos de vejación, la solución dialogada de controversias y la integración de las diversidades, es el futuro que merecen los seres humanos que habitan el suelo de América Latina y el Caribe.