Jorge Lara Rivera
La nostalgia en el actual régimen islámico turco que Recep Tayyip Erdogan encabeza por el dilatado imperio de la era de los sultanes pasa por negar el genocidio contra los armenios y exigir a otros países dejarlo caer en olvido; fortalecer su industria bélica nacional, comprar sin escrúpulos armamento de última generación, dotarse del arma atómica; buscar la anexión de la parte controlada por sus tropas invasoras en Chipre, la estratégica isla griega; pero asimismo intervenir en Libia “para apoyar al gobierno reconocido por la ONU” (o controlar su petróleo), y exterminar las bases populares de las reivindicaciones kurdas.
Al expansionismo debe Turquía tal hostilidad contra esa etnia llegando a comportarse prepotente e invasivamente en poblados de allende su frontera con Siria, para perseguir y exterminar a los kurdos, 60 millones dispersos en los 4 países que los despojaron de su patria ancestral milenaria, el Kurdistán, la cual fue botín de guerra de numerosos imperios y después de la I Guerra Mundial o Gran Guerra Europea, el “Tratado de Lausana” (traicionando lo pactado en el “Tratado de Sèvres” que reconocía su independencia por haber luchado junto a los Aliados contra los Imperios Centrales) dejó en sus manos y las de Irán, Irak, y Siria.
Ironías de la Historia que siempre se repite: durante la larga guerra civil siria el pueblo kurdo tuvo, de nuevo, la sensación de controlar un territorio mediante las Unidades de Protección Popular o Fuerzas de Autodefensa de la Federación Democrática del Norte de Siria combatiendo a los milicianos del Califato o Edo. Islámico y al gobierno de Damasco, pero tras el desenlace favorable al régimen carnicero de Bashar El Assad (apoyado por Rusia e Irán) y la deserción de los estadounidenses en ese frente, ordenada por Trump tras pactar con Erdogan que Turquía se haría cargo de eliminar a los terroristas de ISIS, traicionados de nuevo por los americanos y los europeos, el pueblo kurdo quedó bajo 2 fuegos: el del gobierno sirio que finalmente les ofreció amnistía –y se vieron forzados a aceptarla–, y el de Turquía que amenaza con su exterminio). La anunciada invasión al Norte sirio demoró semanas para acordar previamente con Rusia e Irán y también con Estados Unidos; se la disfrazó de “operación para erradicar a los terroristas” pero más que contra milicianos del “Edo. Islámico”, en realidad busca destruir a los proscritos nacionalistas del Partido Nacional del Kurdistán evadidos de Turquía, quienes hallaron refugio con su pueblo en Siria y a éstos sus bases sociales, para lo cual la presencia de tropas expedicionarias se ha prolongado meses. Ello ha expuesto a Ankara a desencuentros con los rusos y los sirios a pesar de la cautela de las partes para no entorpecer el complejo establecimiento de vínculos diplomáticos en todo nivel.
Pero si el motivo principal permanece como meta, la voluntad Siria de retomar el control total de su territorio choca con el vedado establecido por los invasores turcos de quienes recelan los aliados iraníes de Damasco. De ahí que la reconquista de la totalidad de la carretera a la ciudad mártir de Alepo y los bombardeos indiscriminados contra población civil por rusos y sirios a la provincia de Idlib hayan tenido consecuencias funestas para los esfuerzos de la diplomacia, al causar la muerte de 4 soldados turcos y 11 heridos, lo que ha llevado al régimen de Erdogan a telefonear a Putin, a un contraataque que según Ankara “neutralizó” a más de 100 soldados árabes del gobierno de Assad y a advertir que “Siria pagará un alto precio” si vuelve siquiera a herir a elementos del ejército turco, lo cual se antoja un contrasentido tratándose de tropas invasoras. Sea como fuere, las alianzas circunstanciales y los logros diplomáticos rusos y de 3 verdugos del Kurdistán parecen estar balanceándose en un alambre sobre el abismo de una incendiaria escalada de violencia internacional.