Ramón Huertas Soris
En uno de los diálogos de Platón se cuenta que después de un banquete en el mítico Olimpo de la cultura helénica, Poro, el dios de la riqueza, se quedó dormido a la salida, cerca de la puerta; entonces llegó Penia, la pobreza, tras los restos del festín y al ver a Poro se enamoró de él y de esa relación nació un hijo llamado Amor.
En otra mitología derivada de la primera, la grecorromana, está presente Filia, la amistad, una diosa que se nos presenta como una bella mujer vestida, pero con el lado izquierdo desabrochado, mostrando el pecho, con la mano derecha sobre él y con el lema: “de cerca y de lejos”.
Sí, efectivamente, la amistad es un desnudar el corazón, seguido de la acción mímica de ofrecerlo por medio de la colocación de la mano derecha sobre él, manifestando que esta acción de entrega es válida tanto en la cercanía como en la distancia.
El amor, por su parte, es como un pizarrón que enmarca la grandeza humana, en el que el hombre dibuja su panorama de riquezas y pobrezas, con sentido y realismo para su vida particular que las protagoniza. El amor es una combinación de potencial y realidad y se puede llegar a manifestar como entrega y pasión, ternura y agresividad, comprensión y exigencia.
Cuando Cupido no crecía se preguntó por qué a Temis, la diosa de la justicia, hija del Cielo y la Tierra, de Urano y de Gea; y ésta dijo que le faltaba un compañero que jugara con él y lo amase. Entonces Venus, la protectora de Cupido, le acercó a Anteros, en cuya compañía el primero logró robustecerse y hacerse adulto, ejerciendo su misión de incentivar el amor con su arco y sus flechas seductoras. Pero cuando Anteros se alejaba, Cupido regresaba a la niñez, quedando el mundo sin la acción del incentivador del amor. Lo anterior se puede interpretar como un simbolismo de que el amor sólo crece en la correspondencia, pero también se puede interpretar que el amor, enmarcado con amistad, crece y se desarrolla con sólo reactivar la cercanía de ésta y, cuando tal marco falta, podría involucionar, pero sólo hasta quedar adormecido, mas nunca morir. La tríada existencial del hombre contempla al individuo, a los otros y a lo otro. El hombre, como bien dijera Ortega y Gasset, es él y sus circunstancias, y éstas contemplan a lo otro y a los otros. La amistad se complace en la elevación de aceptar al amigo tal cual es, íntegramente. En el amor se admiran las cualidades y, aunque con variable miopía, se precisan los defectos. La amistad es afecto y ternura, el amor agrega un toque de deseo, de pasión, de duda y de egoísmo.
No en balde el amor y la amistad se celebran el mismo día, así que ¡muchas felicidades para el amor! ¡Si amaste y fuiste amado, en un marco de fe, amistad y de sueños, nunca en ninguna circunstancia dejarás de amar y de ser amado!