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Opinión

Yucatán, las encuestas y los gobiernos

Como es común desde hace algunos años, en las últimas semanas han aparecido diversas encuestas de empresas conocidas que miden la aprobación de los gobernadores en sus estados y de algunos alcaldes en sus municipios. Este ejercicio, generalmente sin novedades para Yucatán, resulta interesante pues se da a poco tiempo de pasadas las protestas por el establecimiento de diversos cobros oficiales, de haberse utilizado gas lacrimógeno contra manifestantes que protestaban en contra de ellos y de la pérdida de fuerza de esos reclamos.

Mauricio Vila ocupa alguno de los primeros lugares en dos de estas mediciones, tal como hasta hace poco ocurría con Rolando Zapata. En enero, Mitofsky le daba un 72.8% de aprobación, y lo ratificaba como el gobernador mejor calificado del país. Este mes de febrero, México Elije lo colocaba en octavo lugar, sin embargo con una nada despreciable aprobación del 51.3%; pese a ello, Arias lo ubicaba en el 21er. lugar, con el 20.4% de aceptación. Por su parte, también en enero, Renán Barrera recibía una aprobación del 71.3%, en la medición de Mitofsy, ocupando nuevamente el primer lugar en calificación de los alcaldes respecto a los cuales esta empresa encuestó.

Como suele ocurrir en las encuestas, más allá de su capacidad de medición, su lectura resulta equívoca, por lo que debe realizarse considerando una diversidad de factores, so riesgo de ser incapaz de entender lo que realmente están reportando.

Lo primero que hay que tener claro es que los encuestados de los distintos estados responden de distinta manera. Esto, que involucra muy diversos factores, significa, sintéticamente, que un 50% de aprobación no significa lo mismo en Sinaloa, Chiapas, la Ciudad de México o Yucatán. Los ciudadanos en los distintos lugares son, en conjunto, más o menos duros al calificar a sus gobernantes. Funciona exactamente igual que las calificaciones de la escuela, como podrá testificar casi cualquier alumno de primaria. Para mi generación de la Prepa 1, esto significa que no es lo mismo sacar 90 en matemáticas con Peraza que con Avila, por decir algo. En este sentido, los yucatecos somos ciudadanos muy generosos a la hora de dar calificaciones. Seamos claros, no es que siempre tengamos a los mejores gobernadores del país, sino que siempre declaramos que lo son, a diferencia de otros estados.

Esta condición tiene distintas causas y consecuencias. Recordemos que, como sociedad, somos los punteros del cultivo. De la misma forma como, en yucateco clásico, los gordos se llaman hermosos y los bebés feos, curiositos, al ser interrogados por un extraño, el encuestador, nuestros gobernantes son maravillosos. Más allá del afán de agradar al oyente, existe también un antecedente político para esta actitud. Durante las décadas de autoritarismo de aquel viejo PRI, manifestarse como opositor al gobernante en turno no era un asunto impune. El sistema detectaba sus disidencias y, en mayor o menor medida, actuaba en consecuencia. Dentro de esta dinámica el PAN educó a sus simpatizantes y militantes, que demostraron ser mayoría en Mérida en los muy impropios momentos de 1967, para ocultar sus preferencias, a fin de evadir la represión. Tras décadas de esta resistencia social, la práctica se convirtió en parte de la cultura política misma, bien que más del emeritense que del yucateco, y más de panistas y otros entonces opositores que de priístas, por lógicas razones.

En consecuencia, más allá de la indiscutible oportunidad publicitaria que los resultados de estas encuestas ofrecen a los involucrados, es un error pretender sacar de ellos conclusiones políticas y mucho menos electorales. Es ya un lugar común recordar que Víctor Cervera Pacheco tenía muy altos niveles de aprobación como gobernador cuando el PRI perdió la gubernatura frente al PAN, en 2001; y otro tanto se puede decir de los resultados de la elección de 2018. Para decirlo con todas sus letras, los elevados niveles de aprobación de un gobernante no permiten de ninguna manera prever resultados electorales favorables a su partido; en parte porque lo encuestados yucatecos mienten sistemáticamente, en parte porque las aprobaciones auténticas no revelan la intención de voto a futuro, de manera general.

La implicación de esta conducta demoscópica de la sociedad yucateca es que, más allá de la utilidad propagandística que Vila y Renán, como cualquier otro político en su condición, encuentran en los resultados favorables que obtienen, mal harían en concluir, uno, que su popularidad le alcanza para decidir candidaturas al margen de sus oposiciones internas y externas y, el otro, que es insustituible para reelegirse en el cargo y, posteriormente, alcanzar la gubernatura. Sin duda es mejor tener una calificación alta que una baja en las mediciones periódicas, pero éstas no tienen nada que ver con el examen final.

Las encuestas dan mucha información, y mucha información verídica; sin embargo, hay que saber leerlas. Es por eso que las casas encuestadoras nacionales yerran invariablemente en pronosticar los resultados de las elecciones yucatecas; ya veremos si los gobernantes locales son mejores para entenderlas.

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