León García Soler
Ante todo, la memoria popular. Decía la canción de la transformación siempre activa: “Aquel aeroplano/ que andaba en el llano/ vuela y vuela sin cesar...”. El de la cuarta transformación sigue en tierra. Nada de que de pronto se fue a estrellar. Durante largos meses hizo volar la imaginación popular. Hizo resonar las denuncias de campaña que pasaron de uno que ni Obama tiene, a uno que ni Trump tiene. Y al son de las mañaneras sirvió a los admiradores de AMLO que lo proclaman maestro de la propaganda. Nos dio el avión.
Se va a rifar, se va a rifar. Y lo vamos a traer a México en vuelo imaginario para que se recuperen los miles de millones que no pagamos, pero debemos en rentas y gastamos en mantenimiento bajo techo de hangares al otro lado. Allá de donde nos llegan millones y millones de dólares de remesas enviadas por los paisanos que trabajan allá. Ah, el milagro de las cuentas gordas: En México, los contadores de las cuentas de la 4T presumen que las remesas de su primer año son las más altas de la historia. Y Trump afirma, al firmar el TMEC, que México ya está pagando su Muro medieval: Precisamente con las remesas de los paisanos perseguidos por el Sheriff Arpaio, de Arizona. Por el racista que Trump elogió, indultó y premió por las detenciones, torturas y expulsiones de mexicanos “ilegales”.
Ah, la resonancia de lo opuesto, diría Kierkegard, antes que se impusiera la verdad alternativa y The New York Times llevara la cuenta de las mentiras probadas dichas por Trump: Más de 16,000 antes de iniciarse el impeachment y contagiar a los senadores del Partido Republicano. Bueno, a todos no: Mitt Romney, de Michigan, mormón con parientes en Chihuahua; hombre de suave discurso y firmes convicciones, votó por declarar culpable a Trump y obligarlo a dejar la Presidencia de los Estados Unidos de América. Uno. Y los ecos de la crisis social y política del país vecino, no resonaron entre nosotros. En la mañanera hubo quien preguntara al dueño del púlpito sobre lo dicho por Trump sobre el Muro que “ya están pagando los mexicanos” ladrones, narcos, terroristas, con excepción del Presidente en turno.
López obrador tiene respuesta para todo. Tiene otros datos, cuando son incómodos o negativos los esgrimidos por sus adversarios, conservadores-neoliberales, o por un asistente madrugador en Palacio Nacional. No me dejaré “cucar”; necesitamos buenas relaciones con los Estados Unidos, sobre todo con el Presidente Trump. Nos dio el avión. Pero la terca realidad vuela y vuela sin cesar. Marcelo Ebrard es el ujier al servicio de esas buenas relaciones. Y seguramente por eso lo puso su jefe a cargo de la migración y de los efectivos de la Guardia Nacional, desplegados en la frontera Sur para detener las caravanas de centroamericanos, caribeños y otros fugitivos de la violencia y el hambre en sus naciones de origen.
Los mexicanos que se van al otro lado son menos cada vez. Pero del Suchiate al Bravo enfrentamos una inminente crisis humanitaria. En Tijuana festinamos la victoria de la dignidad y no haber firmado un acuerdo con Washington para ser “tercer país” y recibir a los solicitantes de inmigración legal o asilo en espera de resolución del juez a cargo de su asunto. No firmamos, pero aceptamos que los enviaran a este lado de la frontera. Ya hay decenas de miles en las calles de Tijuana y hasta las de Matamoros, sobreviviendo en condiciones infrahumanas. Y como prueba de la atracción de lo opuesto, el gobierno de míster Trump manda hasta Guatemala a los mexicanos expulsados del buen vecino.
Un periodista de Arizona pidió al Presidente López Obrador su opinión sobre el creciente número de mexicanos que piden asilo en Estados Unidos, en su mayoría procedentes del estado de Guerrero. Cierto, respondió el mandatario: “El mayor número ahora de deportados son mexicanos” de estados pobres. Cierto. Pero se trata también de territorios bajo el imperio de grupos armados que siembran el miedo a la violencia. O la respuesta de pobladores que deciden armarse y armar a sus hijos menores para defenderse. La pobreza y la falta de oportunidades los obligan a emigrar, dijo y ha dicho antes López Obrador. Cierto. Pero las políticas y programas sociales necesitan inversión, tiempo y la voluntad de rescatar el imperio de la ley.
Por eso inquieta tanto a los conservadores como a los liberales el rechazo de los pueblos de Guerrero, Michoacán, Chiapas y otros estados a los elementos de la Guardia Nacional. En La Huacana retuvieron a personal del Ejército, soldados a los que insultaron, jalonearon, golpearon y desarmaron, impunemente. Y en la zona aledaña a Uruapan, un grupo numeroso de jóvenes y adultos ya maduros, impidió el paso de vehículos con elementos de la Guardia Nacional, a quienes arrojó huevos y lanzó insultos, impunemente. Nadie podría reprochar al Presidente López Obrador su decisión de no usar la fuerza pública, las fuerzas armadas del Estado, para reprimir al pueblo. Nadie. Pero es del Estado el monopolio del uso de la fuerza legal, para impedir un crimen, detener un criminal. O apoyar el cumplimento de una orden judicial.
Imposible olvidar el silencio del Presidente de la República al concluir el día en que se impuso en Culiacán la fuerza de las armas de los hombres del Cártel de Sinaloa; tomaron la ciudad, amenazaron incendiar las casas de las familias del personal del Ejército, y mantuvieron en jaque al gobierno federal. Hasta que Ovidio Guzmán, uno de los hijos del Chapo, avisó a los suyos que estaba a salvo, que se retiraran y dieran paso franco a los funcionarios de Seguridad Nacional. A estas alturas, el secretario Alfonso Durazo declara que las autoridades mexicanas no tienen acusación penal alguna contra Ovidio Guzmán; que sólo está pendiente dar cumplimiento a una solicitud de detención con fines de extradición formulada por el gobierno estadounidense.
Y que de eso se trataba en el despliegue mediático y exhibición de impotencia que dio lugar a lo que el secretario Durazo llama “operación fallida” de octubre del año pasado. Pero ya no, porque ahora el gobierno federal perfeccionará la judicialización del expediente con el que Estados Unidos solicitó la detención de Ovidio Guzmán. Ahora, cuando hubo presentación “fallida” de una iniciativa retrógrada de reformas legales y constitucionales al Sistema Judicial. No asistió al Senado el secretario Durazo, pero ahí dio lectura a un documento el asesor judicial del Presidente de la República, después de haber hecho uso de la palabra el Fiscal General (y autónomo) de la Nación. “No hubo pollo”, proclamó el tribuno Ricardo Monreal.
Y ahora, después de que el líder supremo declaró que él no da línea y nada supo del tal proyecto, hay peleas programadas en el palenque. Cuando el senador Monreal no recibió el paquete de iniciativas, Alejandro Gertz Manero diría secamente: “Yo no tengo que coordinarme con nadie, yo soy autónomo”. Después de sobria y seria intervención jurídica de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, Alfonso Durazo decidió que ahora sí estaría en la pelea. La línea es que no hace falta la línea. No hay juez, ni amarrador de navajas, ni soltadores. Hagan su juego, señores. ¡Cierren las puertas! El de Tabasco ya soltó a su gallo de la Suprema Corte.
Y sin embargo, nadie garantiza que en las iniciativas no se cumpla con las reglas del rancho de Palenque y se elimine todo rastro del pasado, todo lo que no sea propio de la nueva era irá al basurero de la historia. Y menos todavía que todo cambie ahora que van a revisar y alterar el pasado histórico. Nadie negaría el acierto de AMLO al postular que quien no sabe de dónde viene no sabe adónde va. Pero en el caos anarquizante de una polarización global, nido de los huevos de la serpiente absolutista; clima propicio para enseñorear tentaciones totalitarias; con Donald Trump tartajeando ¡el Estado soy yo!; con Bolsonaro y sus huestes saqueando Brasil, persiguiendo a los indios de la Amazonia, protegiendo asesinos; con gesticuladores populistas en el poder y la democracia electoral víctima del hartazgo de los pueblos, la intención de corregir la Historia podría llevarnos a negar nuestra existencia misma.
Cierto que cada quien puede tener sus propias cuentas. Pero cero más cero da cero. En los prolegómenos a la crisis de la desigualdad insuperable entre los muy pocos dueños del capital y la mayoría hundida en la pobreza extrema, Mort Rosenblum escribió: “Los números macro desvían. Como apunta Paul Krugman, si Jeff Bezos entra a un bar, el ingreso promedio del sitio se dispara hasta alcanzar varios billones de dólares. Pero tú todavía tienes que pagar tu propia cerveza”.
Habrá sorteo simbólico del avión presidencial, pero el avión no se incluye entre los premios. Cinco o seiscientos mil cachitos y millones de pesos en juego. Los ricos podrán hacer una gran vaca y comprar billetes en los que pueden hacerse del avión tan lujoso que ni Trump tiene y en el que nunca se subirá el hombre que aspira a ser el mejor Presidente de la Historia. Los que puedan juntar quinientos pesos podrán comprar un cachito del sorteo del avión presidencial, en el que no será premio mayor el avión guardado en hangar del buen vecino.
El tren que corría por el ancha vía/ de pronto se fue a estrellar/ contra un aeroplano/ que andaba en el llano” vuela y vuela sin cesar... Nos dio el avión.